Tonatiuh Maximiliano / @reporteroguapo
Nunca en su historia, la ciudad de Puebla se había dado la oportunidad de ser gobernada por una administración de izquierda.
La Puebla «levítica», como se le conoce, conservadora y religiosa, fue durante un tiempo bastión del PAN, hasta que la ola lopezobradorista, aderezada con el hartazgo por los excesos del morenovallismo, hizo que la mayoría se uniera a ese pequeño pero significativo grupo de poblanos, que desde siempre habían querido que un gobierno de izquierda los gobernara.
Fue así que llegó Claudia Rivera, representante de un movimiento no tan socialista como feminista, o al menos así lo autoproclamaba el grupo de personas que acompañaron a la todavía alcaldesa en el conquistado sueño de encabezar el gobierno de una ciudad costumbrista, provida, en la que desde hace años se manifestaban las divergencias sexuales, políticas, sociales y de derechos humanos, pero a las que sin embargo se segregaba.
Los regidores pertenecientes a la diversidad sexual, las funcionarias «feministas», los supuestos luchadores sociales, los animalistas, los que venían de organizaciones en favor de la movilidad no motorizada, los académicos, todos ellos tomaron el «Charly Hall» y cumplieron el sueño anhelado por décadas, sueño fraguado desde el crisol de la BUAP, moldeado en el trabajo de las minorías y sellado con el eslabón de la «4T» que por rostro tenía a un presidente socialista.
Pero pronto ese sueño se convirtió en pesadilla. Porque resulta que una vez más se comprobó que no es lo mismo criticar desde el activismo, la academia, la sociedad civil o simplemente las organizaciones no gubernamentales que se acostumbraron a ser oposición de todo en lo que los gobiernos de derecha ignoraban a los grupos minoritarios -que no por ser ninguneados dejaron de existir -, a ser autoridad y desde allí, ahora sí gobernar para todos, no solamente para las mentalidades «de avanzada», devolviéndoles a quienes ahora eran oposición, la indiferencia, el desdén y la soberbia.
Se le olvidó al Gobierno de Claudia Rivera que herida y agazapada, se agrupaba una Puebla «mocha», la que durante años le ha dado su fama a esta ciudad -incluso a su zona metropolitana -, que se escandalizaba con lo que desde el Ayuntamiento se promovía y fácilmente convenció al resto de la población de que se tenía que «corregir el rumbo».
Temas como el exceso de displicencia para con aquellos que vandalizaron los edificios públicos, la posición oficial sobre el aborto (el ayuntamiento que sale debe entender que si bien hay un grupo de poblanas que lo abanderan, la mayoría de la población en el municipio todavía está en desacuerdo con el tema), el ambulantaje, los escándalos de corrupción magnificados por ciertos medios (¡la relación de la presidenta municipal con algunos de ellos!), sumados a la hipocresía de muchos funcionarios del gobierno de Claudia Rivera, que de inmediato sucumbireron a «las delicias del poder» sin disimularlo, llevaron a los poblanos a tomar la decisión de regresar al camino que ya conocían, otorgándole una nueva oportunidad a la Puebla ultraconservadora, la de El Yunque.
Un amigo mío me contó que en los años setenta, cuando cansados de la brutalidad con la que la Policía y en general las autoridades poblanas, reprimían cualquier movimiento sexodivergente, es decir, las reuniones entre personas homosexuales, el travestismo, a tal punto de que una fiesta entre puros varones era considerada ilegal no por la ley, pero sí por la moral angelopolitana, recurrieron a una famosa transgénero de la Ciudad de México (entonces DF), para que les ayudara a organizarse con el fin de combatir el rechazo y la homofobia.
La mujer, a quien todos conocían como «Xóchitl», les respondió sin sorprenderse de lo que pasaba en la ciudad: «pues claro: si se trata de la Puebla del Rosario de Amozoc, la Puebla mocha…». Hoy esa Puebla ha regresado y, a través del voto, ha dejado sentir su fuerza.