Tonatiuh Maximiliano / @reporteroguapo
Han pasado más de dos años y el accidente fatal que sacudió a Puebla el 24 de diciembre de 2018 sigue sin esclarecerse. Por el contrario: a medida que salen a la luz más detalles, todo se llena de más oscuridad.
La inesperada muerte de Rafael Moreno Valle y Martha Érika Alonso, en medio de la polarización que se vivía en Puebla por la violencia del 1 de julio y el gran conflicto postelectoral, hicieron de este un caso más del México surrealista, que ni mandado a hacer por un escritor de ficción hubiera resultado tan inverosímil.
Yo no soy de los que piensan -como muchos han querido creer -que los exgobernadores fingieron su muerte y hoy están disfrutando de su fortuna en un paraíso lejano. Suena tonto y risible dar crédito a estas locuras y, sin embargo, más de uno las cree y no sólo eso: da por hecho que así sucedieron las cosas, porque la misteriosa muerte de los Moreno Valle se presta a que se suponga toda clase de fantasía.
Vivimos en un país donde durante años se nos inventaron cortinas de humo, cajas chinas, con el fin de distraer a la opinión pública de los temas coyunturales. A la luz de las épocas, si vemos atrás nos parecería de locos pensar en que alguna vez los medios de comunicación dieron cobertura nacional a la historia de un monstruo que mataba caprinos y volaba de pueblo en pueblo, atemorizando a los mexicanos.
Y sin embargo sucedió. Muchos lo vivimos. Yo era un niño cuando en el país no se hablaba de otra cosa que no fuera el «chupacabras». Crecimos así en un clima de desconfianza sistemática y generalizada, no sólo hacia la autoridad formal sino también hacia los medios de comunicación oficiales. Si en algún lugar ocurre una tragedia y en los noticiarios dan el número de muertos, el mexicano común dirá en automático: «son el doble».
Es por eso que en el imaginario colectivo se puede permitir la idea de que no murió Juan Gabriel, que Pedro Infante sigue vivo y que los exgobernadores de Puebla están en Dubai, camuflados, viviendo la vida lejos de los reflectores, sin temor a ser investigados en sus cuentas bancarias. Incluso riéndose de nosotros que creímos la historia de su muerte (todo esto que escribo lo he escuchado de muchas personas que me rodean).
La anterior aseveración no resiste la prueba de la lógica elemental. Si tan sólo reflexionamos en todos los recursos que gastó el exgobernador Moreno Valle para hacer sentar a su esposa en la silla de gobierno de Puebla, si analizamos que el senador se estaba posicionando como el principal líder de oposición al gobierno lopezobradorista, que se había convertido en el dirigente de facto del Partido Acción Nacional y que contaba con los medios políticos y financieros para construir una candidatura presidencial rumbo a 2024, no pueda quedar ninguna duda del destino fatal que cortó con las aspiraciones de los exgobernadores de Puebla.
La duda es ¿qué sucedió realmente aquel 24 de diciembre?
Hoy nos enteramos de la intoxicación con monóxido de carbono por parte del piloto que maniobraba la aeronave desplomada en Coronango y una vez más nos preguntamos ¿qué pasó? ¿Se puede llamar accidente a un acontecimiento aéreo en el que mueren dos políticos prominentes, con los antecedentes ya conocidos de que en este país, de vez en cuando se desploma un helicóptero en el que viajan personalidades clave como el exsecretario de Gobernación federal o incluso una cantante a la que se asociaba con el narco?
Si a eso se añade lo que todos desde un principio notamos raro: que los cuerpos de las víctimas fueron incinerados con sugerente premura, lo que hoy es catalogado de ilegal por parte del abogado de uno de los imputados, tendremos más preguntas que respuestas.
Todo esto justifica las locas teorías de la conspiración que rondan en la mente de más de uno en México desde hace dos años.
La sociedad exige saber qué pasó con este y otros tantos casos impactantes que suceden en el país, y de los que lamentablemente nos hemos resignado a seguir especulando, ante la poca probabilidad de que un día se llegue a la verdad histórica.