Así se llama una de las mil 800 canciones que compuso a lo largo de su vida Alberto Aguilera Valadez, el «Divo de Juárez», a quien todos conocen por el nombre artístico de Juan Gabriel.
Y en ese tema, que es uno de los menos conocidos del cantautor, se exhalta la añoranza por un país que se nos ha ido para siempre.
Nada más conveniente de rememorar en estás fiestas patrias, en las cuales sale a relucir el fervor, la mexicanidad, el amor por nuestra tierra, pero que de manera excepcional y justo desde el año pasado, se tornaron de un tono gris y no tan tricolor como acostumbraban.
Ni duda cabe que quienes ya superamos «el tercer piso», guardamos en nuestra memoria los recuerdos de aquellos años en los que la noche del 15 de septiembre estaba lejos pandemias, confinamientos, violencia, enfermedad y muerte.
La noche del Grito, se solía decir, era «noche libre», y con es
ello se entendía que los mexicanos teníamos licencia para disfrutar y bailar, para beber hasta que nos sorprendiera el sol, sin miedo a las irrupciones violentas de grupos armados; sin restricciones por el aforo en los restaurantes o centros nocturnos, sin la tristeza por convivir con la ausencia de aquellos que se nos fueron recientemente.
El México en el que hoy nos encuentramos ya no es aquel en que yo solía festejar desde la plaza pública de mi pueblo, al ritmo de grupos musicales «folclóricos» y cohetes, mientras escuchaba al presidente de mi comunidad vitorear a los héroes patrios. Debo reconocer que desde hace al menos tres o cuatro años, mi noche mexicana dejó de ser eso y se convirtió en un evento aburrido.
Ni qué decir de los últimos dos festejos, que serán recordados por el contexto de la pandemia y todo lo que ello conlleva: cubrebocas, sana distancia, ceremonias cívicas sin público, cancelación de los desfiles populares y sobre todo, la muerte. La muerte que como nunca antes, ronda nuestras latitudes y se hace presente con solo recordar a todos nuestros familiares muertos por Covid.
Como escribí en este mismo espacio hace dos semanas, la humanidad atraviesa actualmente tiempos muy difíciles y eso -tal vez es mi muy particular punto de vista -afecta también la celebración de este 15 de septiembre, en la que el ambiente se ve enrarecido por las restricciones propias de una época oscura.
La realidad es que la convivencia social en México se fue degradando desde hace al menos doce años, cuando las granadas se hicieron presentes en los eventos masivos de la conmemoración de la independencia y las catástrofes naturales impidieron disfrutar al máximo esta celebración, que dicen, es la más mexicana.
Desde hace poco más de una década, nuestra generación se sumergió en una espiral de violencia que hoy nos hace caminar en la vía pública con miedo, siempre con un dejo de temor ante la posibilidad que todos conocemos de ser asaltados.
El fenómeno de los desaparecidos, la crisis económica y los feminicidios, impiden también que los festejos sean completos. Desde hace siete años nos hacen falta 43 y junto con ellos, cintos de miles de mexicanos y mexicanas, cuya desaparición se ha inscrito en esa triste página que hoy enluta a México.
Pero no nos pongamos alarmistas, porque este día puede ser también una oportunidad para replantearnos nuestra propia idea de nación y celebrar a nuestra manera, la que sea que nos haya tocado en este año: ya bien en compañía de la familia, trabajando o bien, desde la tranquilidad sacrosanta de nuestra casa.
