La derrota suele ser una casa vacía y fría.
El hígado y el estómago son los peores consejeros tras ser derrotado por el odiado rival.
Para un político no hay peor humillación que entregar el poder y más cuando ese relevo se da en contra de un enemigo personal.
Genoveva Huerta fue humillada el pasado domingo.
En la derrota, la candidata fallida a presidenta del Comité Estatal del PAN dejó que las vísceras y la sangre en la cabeza la cegaran.
El hígado y el estómago vació se apoderaron de la diputada federal con licencia que soñó con perpetrarse en la presidencia de Acción Nacional en Puebla.
Huerta Villegas pudo mostrarse digna en la derrota contra Augusta Díaz de Rivera, pero prefirió recorrer el largo camino de la negación, los berrinches y las rabietas infantiles.
En menos de 24 horas, la otrora “Jefa Geno” pasó de celebrar una “supuesta fiesta democrática” en la interna panista del pasado domingo a no aceptar la derrota por un supuesto fraude del que fue víctima.
(Es muy chistoso, y hasta un tanto penoso, que una huérfana del siniestro Rafael Moreno Valle se diga víctima de un proceso electoral irregular y de amaño de votos cuando en el 2018 ellos fueron cómplices, partícipes y hasta operadores del fraude con el que Martha Erika Alonso se robó los comicios de ese año).
La candidata derrotada fue la primera en defender la honorabilidad del Comité Directivo Estatal y de la Comisión Electoral, que ella dominaba, y la primera en asegurar la transparencia y el buen aseo de la elección interna que ella juró que ganaría.
Incluso, demeritaron y se burlaron del plan de fraude que exhibió Diario CAMBIO a ocho columnas.
La derrota hizo que la legisladora, quien llegó a la Cámara de Diputados en un lugar apartado para un indígena poblano, olvidara que ella era dueña del balón, de la cancha y de las reglas.
Y ni aun así pudo ganar su relección.
De ese tamaño es el fracaso y la incongruencia de Doña Genoveva.
En su íntima soledad tras el revés propinado por los lalistas, Huerta Villegas busca a los traidores que la llevaron a perder otros tres años de gozar el botín de las prerrogativas del PAN, de la venta de candidaturas y del reparto de las posiciones plurinominales.
¿Quién traicionó a Genoveva?
¿Acaso el traidor fue Clemente Gómez o Max Romero, los hampones en los que el delincuente de Jorge Aguilar Chedraui confío los 10 millones que le inyectó a la campaña de Genoveva Huerta y que no se vieron por ningún lado el día de la jornada electoral y que no fueron destinados para la compra de voto?
¿La traición vino de Sandra Izcoa, quien le vio la cara a la “Exjefa Geno” al planearle una estrategia mediática errante al confiar en los mismos voceros y plumas adictas que fracasaron en el 2018 como cajas de resonancia al ser los periodistas y columnistas más desacreditados, con menos influencia y malversados de la aldea?
¿A Genoveva Huerta la engañó Jesús Giles o Leonor Popocatl, los presidentes del Comité Estatal y de la Comisión de Elecciones, respectivamente, a quienes impuso para cuidarle las espaldas y solapar todas sus marranadas que ya no pudo realizar para aferrarse a la dirigencia panista?
¿A la diputada indígena la apuñalaron los 108 representantes de casillas instaladas que tenían que cuidar la pulcritud de la votación y que al final firmaron las actas en las que se Huerta Villegas fue vapuleada y arrasada?
¿Los traidores acaso fueron los presidentes de casillas que eran los mismos trabajadores que la acompañaron en el Comité Directivo Estatal a lo largo de tres años?
¿Quién traicionó a Genoveva Huerta y permitió el fraude del que ahora se dice víctima?
La burda estrategia de la candidata perdedora es solo un berrinche para impugnar la elección interna con el afán de negociar algo para su grupo una vez que sean defenestrados y exiliados del PAN.
Huerta Villegas ya entró en el juego de estirar la liga para rescatar lo más que pueda.
La ruta para ello es más que evidente.
Jesús Giles y Leonor Popocatl serán los tontos útiles quienes se sacrificarán por Genoveva al asumir la responsabilidad de una elección interna mal llevado y mal lograda.
Sin embargo, lo que la “Exjefa Geno” está perdiendo de vista es que otra vez la dirigencia nacional del PAN tendrá que dar le manotazo sobre la mesa como ya lo hizo en este año al elegir a Eduardo Rivera como el abanderado del partido en la capital y como lo ratificó la semana al quitarle el control de la Comisión de Elecciones.
¿Qué puede negociar Genoveva Huerta con Rivera Pérez, a quien no le puede ganar una?
Absolutamente nada.
Ella y las sobras del morenovallismo, quedó demostrado más que nunca este domingo, que ya no tienen ningún valor político.
Por eso es que se equivocan los adictos a Genoveva Huerta quienes ven a un partido dividido tras la elección interna, pues la verdadera lectura es que Acción Nacional ya no necesita para nada a los huérfanos de Moreno Valle, quienes no dan una tras la muerte del priista.
Ni en la derrota, Genoveva Huerta pudo mostrar dignidad.
El síndrome de Claudia Rivera se apoderó de la viuda de Rafael.
No podíamos esperar otra cosa.