Crecí escuchando el noticiero que por 33 años se especializó en despertarnos de forma emocionante. Los reportes de asaltos, linchamientos, los accidentes en la vía pública, era la manera peculiar con la que Javier López Díaz nos ayudaba a quitarnos el sueño cada día por la mañana.
La mesura informativa no era precisamente el signo distintivo del comunicador, quien con el peculiar tono de voz que empleaba para dar las noticias que le llegaban por parte de «la red» -ciudadanos comunes que no necesariamente verifican lo que reportan – se ganó un lugar insustituible en el imaginario colectivo de Puebla.
El rey de la radio en nuestra entidad no tuvo quién lo destronara en todo el tiempo que permaneció al frente de su noticiero «Buenos días», y su corona resistió los embates del poder, las intrigas, los cambios políticos que sacudieron a la sociedad poblana y le cambiaron el rostro en los últimos años.
En cualquier unidad de transporte que uno se subiera al iniciar la jornada, era seguro que estaría sintonizada alguna de las estaciones que conforman la red de los Cañedo Benítez. A veces esto provocaba crisis de ansiedad en algunas pasajeros, cuando el licenciado repetía con insistencia la hora y les confirmaba que ya iban tarde al trabajo.
Por otro lado, el puntual aviso de manifestaciones, accidentes o bloqueos carreteros, hicieron que muchos lograran cambiar a tiempo de ruta, y evitaran así un retraso desesperante.
Gracias a López Díaz, los poblanos sabían si en determinada ruta del transporte público un hombre se había infartado, si en la colonia equis faltaba el agua o si en alguna escuela pública los padres estaban inconformes.
La Puebla de los últimos 30 años no se puede entender sin este comunicador, quien como el Pelón en Micro Short, la Casa de los Enanos u otros emblemas de los angelopolitanos, se han ganado un lugar en la historia de la cuarta zona metropolitana más importante de México.
Sin embargo, el hoy fallecido periodista también protagonizó episodios que le granjearon la animadversión de su público. Especialmente la línea editorial adoptada durante el escándalo Cacho-Marín, que fue motivo de críticas hacia su noticiero, provocando que incluso hasta Adela Micha lo «ventaneara» en televisión nacional, acusándolo de ser parcial y favorecer al «gober».
Cuentan las malas lenguas que en otro momento crucial, cuando la represión del morenovallismo alcanzaba sus máximos niveles, la señora Coral Castillo de Cañedo Benítez fue llamada a Casa Puebla, donde se le pidió la cabeza de López Díaz, porque presuntamente ya no lo aguantaban en el gobierno. El tono con el que daba las noticias tenía descontento a los inquilinos de esa mansión, pues creían que poco ayudaba al régimen, cuando diariamente reportaba asaltos, balaceras, asesinatos.
Si esta reunión fue real, no tengo modo de saberlo, pero en caso de que así haya sido, significa que la dueña de Cinco Radio defendió a toda costa a su comunicador estrella, aún cuando sabía que las consecuencias en términos de convenios publicitarios podrían hacerse llegar y de manera muy dura.
López Díaz resistió pues a los intereses que en más de una ocasión intentaron desbancarlo de la titularidad de su programa, y sólo la muerte logró acabar con el oficio del hombre que se convirtió en referente, aspiración y competencia, inspiración y brújula.
También hay que decir que el licenciado se ganó la enemistad de sectores como el colectivo gay, que nunca le perdonó los comentarios desatinados que hizo al aire tras el homicidio de Agnes Torres. Todo eso fue parte de la carrera de un ser humano que cambió la forma en que se daban noticias en la ciudad.
Amado por muchos y odiado por otros tantos, López Díaz se volvió una institución de las noticias en Puebla, y su muerte dejó también el poderoso recuerdo de la finitud humana, pues una vez más comprobamos que nadie tiene el futuro asegurado ni la vida comprada, que en cualquier momento ésta puede cambiar, terminar incluso, sin que podamos hacer nada y a veces, sin que nos demos cuenta siquiera.
Descanse en paz, licenciado López Díaz.