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8M: Encarnar a las abuelas, resistir todos los días

Columna Maya Guadarrama

Hoy más que nunca las mujeres debemos leer, leer a mujeres para saber, para reconocer y recordar nuestro poder. No me refiero a un poder dominante, tirano y opresor como del que hemos sido objeto por el patriarcado. Desde hace siglos y gracias a tantas valientes de las llamadas olas feministas que lucharon día a día desde sus diferentes ámbitos, arriesgando, en el mejor de los casos, su vida, en el peor escenario exponiéndose a una muerte violenta, de tortura y lenta agonía ejercida por hombres temerosos a su expresión.

Me refiero a ese poder de crear, de pensar, de analizar, de saber, de curar, de regenerar, de decidir nuestro propio rumbo de vida, convertir, desde la herida abierta el dolor en arte. El cambiar el rumbo de las cosas por una mejor realidad, por un mundo con relaciones más horizontales. El poder de despertar.

Todo este torrente de pensamientos existe en mí, al observar a las mujeres de mi alrededor cada día, a las activistas y las escritoras que nos han legado textos que me han abierto la posibilidad de cuestionar mis creencias arraigadas, y en este punto siempre me asalta un sentimiento: Lamento que mi abuela, el ser que más he amado en mi vida, no tuviera esta oportunidad. Ella apenas sabía escribir su nombre, nunca le pregunté si sabía leer o no lo recuerdo con certeza, pero tengo muy presente su cara entusiasmada y el brillo en sus ojos cuando al verme con papel y lápiz en mano, me pedía que le ayudara a escribir su nombre:

Josefina Gregoria Guadalupe Martínez Chávez

Yo amaba ver deslizar su mano sobre el papel, amaba ver cómo iba pintando con el lápiz las letras cursivas, temblorosas e irregulares, me causaba ternura cuando me preguntaba qué forma tenía la ”f” y qué letras le sucedían para terminar de redactar su nombre. Me gustaba guiarla y enseñarla, veía en sus gestos la curiosidad y su apetito de saber.

En ese entonces no estaba tan consciente de lo valioso de este momento y de lo que significaba. Confieso que a veces me regaño por no tener más conciencia en ese entonces para enseñarle a escribir más que su nombre y que leyera perfectamente, pero también pienso que así me tocó vivir la situación.

Por eso, ahora como adulta, estos recuerdos me sirven de impulso, me motivan y me dan valor, principalmente cuando siento que ya no puedo o que la vida es difícil, para elegir la forma en que quiero vivirla, para ser económicamente independiente, para expresar lo que siento o deseo, cuando tengo temor de decir que no, cuando me siento obsesionada con la idea del amor romántico dejando mis sueños a un lado. Mi abuela llega a mi mente, me inspira, pienso en ella, en que no tuvo las circunstancias para aprender a escribir, de vivir en esta época para darse cuenta del gran poder que tenía, que podía decir no.

Contrariamente, sufrió violencia por parte de su marido, soportó tener once hijos uno tras otro para complacerlo, aunque cansada de cuidar a tantos niños debía levantarse a altas horas de la noche porque su esposo quería cenar y tenía que trabajar para alimentar a los suyos. Pues aunque mi abuelo tuviera dinero, la mayoría de veces se lo gastaba en la juerga.

Todo eso me da ánimo para seguir en mi lucha, como muchas lo hacemos con nuestros propios referentes y con todas las mujeres que nos inspiran. Nos esforzamos por nosotras mismas, pero también a manera de homenaje por nuestras abuelas o nuestras madres que no contaron con la posibilidad de actuar en libertad. Lo hacemos por nuestras hermanas, amigas e hijas. Por todas.

Por eso pienso que todos debemos leer, leer a mujeres, escribir para reconectar con nosotros mismos, abrir la mente y cuestionar en qué podemos mejorar.

Antes me mostraba indiferente a la lucha feminista pero todo cambió cuando identifiqué y dejé de normalizar situaciones violentas que vivía y también ejercía. “Calibán y la Bruja” de Silvia Federici fue un libro que me ayudó a quitarme el velo de los ojos, nos plantea que con el nacimiento del capitalismo nace también la degradación de la mujer porque la concibe como un mecanismo para traer al mundo mano de obra y sin remuneración.

Dentro del mismo plantea que la mujer no puede decidir por su cuerpo pues el capitalismo debe tener el control. Nos adentra al tema de la caza de brujas, valientes mujeres que defendieron su ideales, quienes decidieron por su cuerpo y por ayudar a otras a decidir por el propio fueron torturadas de la manera más horrible ¿Qué temía el patriarcado? Lo mismo que teme hoy perder el dominio sobre la mujer.

Recientemente leí El fin del amor de Tamara Tenembaum que considero que todas y todos necesitamos leer, constantemente lo consulto para recordar que el control también se implantó desde la idea del amor romántico, es decir, la idea de que sin la otra persona no somos valiosos, que la pareja es todo y por eso debemos depositar toda nuestra energía en ella olvidándonos de nuestros sueños porque “el amor es todo”, porque es la única persona que nos hace feliz y quien esta soltero  es un ser incompleto, olvidar nuestro deseo sexual o incluso aparentar tenerlo para complacer al otro.

Quiero hacer hincapié en que desarmar el amor romántico para su análisis y hacer posible una nueva estructura lejos de la posesión, dominación y codependencia no significa prescindir de la ternura y el afecto.

Esta idea me lleva a este fragmento que Isabel Zapata dice sobre Mary Oliver, poetisa estadounidense, en su libro Una Ballena es un país: “De ella aprendí, por ejemplo, que hay que observar las cosas que nos rodean sin querer tocarlas y que para sujetarnos a lo que amamos no es necesario convertirnos en su dueño”.

Admito que me falta mucho por aprender del feminismo, y no hablo de un sentido teórico sino en la congruencia de mi comportamiento, pues he hecho y sigo teniendo actitudes machistas, sin embargo, sé que estoy en el camino por mejorar, aún con mis equivocaciones porque solo de ellas se aprende, porque tengo el gran anhelo que todas las mujeres seamos más libres, con mayores oportunidades, tal como lo dice Tamara Tenembaum en una de las frases que más resuenan en mí:

“Para mi poder elegir vivir sola, ser económicamente independiente y estar con quien quiero cuando quiero es una suerte inmensa, algo por lo que agradezco todos los días y deseo con fervor que pronto sea la realidad de todas las mujeres del mundo”.

Afortunadamente ese esfuerzo constante, de todos los días, de mujeres feministas que cambiaron la historia va rindiendo frutos. Me siento afortunada que a mi generación y a las nuevas nos haya tocado este privilegio de la información, de la sinergia y las redes inclusive por medios virtuales en donde cada vez más se genera empatía y sororidad.

Ni la lucha individual ni la colectiva es fácil porque no solo nos enfrentamos a grandes trabas externas; hombres que no quieren ver la desigualdad y niegan la existencia del patriarcado, aquellos que utilizan la bandera de “aliados feministas” con la intención de manipular o aprovecharse de la vulnerabilidad de las mujeres. Sino también otras condicionantes internas aprendidas y arraigadas tan profundo que debemos deconstruir con paciencia: Muchas veces llego a pensar que mi posición de analizar todo desde ser mujer en México es exagerado o que porque sigo teniendo actitudes machistas no soy congruente, aunque me esfuerce, y por eso no tengo el derecho de sentir ese anhelo de igualdad.

Pero cuando me topo con situaciones machistas, a través de la plática con otras mujeres o cuando lo experimento en carne propia, como el insulto o violencia de un hombre porque recibe un no por respuesta o simplemente por no recibirla. O como cuando me encontraba con unos amigos en un bar y se acercó un tipo insistiendo en que quería tomarse una foto conmigo para darle celos a su “tóxica”, cuando escucho comentarios como “Ah pero si fuera guapo no sería acoso”, cuando me entero de desapariciones de mujeres y feminicidios en manos de sus novios o maridos, o lo que es peor de desconocidos que se les antojó tomarlas como objetos por no poder controlar sus primitivos instintos, cuando veo salarios desiguales aunque se desempeñen las mismas actividades o incluso más, cuando hay acoso laboral, cuando el acoso callejero es el pan de cada día e infinidad de ejemplos más.  Algo pasa dentro de mi cuerpo, un coraje que me lleva a la conclusión que para nada este sentimiento es exagerado, que no soy incongruente pues mi deconstrucción sólo puede ser progresiva con paciencia y empatía. Me digo: Maya, ya has dado un gran paso, este eterno cuestionamiento es necesario.

Finalmente, sé que el 8M es una fecha en la que conmemoramos la lucha feminista para reinvindicar la equidad de género, sin embargo, este día solo es el punto álguido de una batalla diaria.

Temo que las grandes marcas y los políticos, que en todo el año hacen poco por la igualdad de género, hagan de este día un producto de marketing en el que se romantice el ser mujer, como un 14 de febrero, con la intención de protagonizar u obtener un beneficio propio. Por eso quisiera invitarlas e invitarlos a  recordar que el  8M es todos los días.

A leer mujeres, para que no supriman nuestra voz, estamos en el camino porque el cambio es posible y como dice Olivia Teroba en su libro Un lugar Seguro: “Ni la amistad ni es feminismo tienen una sola manera de razonarse, mucho menos de actuarse. Pero creo que es posible pensarse múltiple al imaginarse desde la otra, otorgándole un lugar preponderante al cuidado mutuo”.

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