El reciente audioescándalo del líder nacional del PRI revela claramente la percepción que muchos políticos tienen de los trabajadores de la prensa.
Más allá de la defensa insostenible que miembros de su mismo partido han hecho en el estado (Blanca Alcalá, Néstor Camarillo) y amén de lo que sí parece una estrategia motivada desde MORENA con el objetivo de desacreditarlo, la verosimilitud de sus dichos no está en tela de juicio: nadie con dos dedos de frente puede creer que se trata de un audio editado.
Grabaciones han ido y venido en México desde que la tecnología permite a los ciudadanos conocer de vez en cuando las bajezas de sus políticos. Desde el escándalo del «Góber precioso», pasando por los videos de René Bejarano, Carlos Ímaz, Fidel Herrera… Y hasta los más locales como el de Arturo Rueda, en todos los casos se arguye la ilegalidad de estas grabaciones pero, ¿de qué otra forma se podría conocer la idiosincrasia de quienes nos gobiernan?
A mí no me queda duda de que las grabaciones de «Alito» son reales, de que esa es su forma de pensar y de que tales dichos son sólo un grano en la arena de nuestros representantes populares, quienes han entendido muy bien la complicada dinámica «medios de comunicación – gobierno».
Lamentablemente, la industria de los medios de comunicación se encuentra en franca crisis y la proliferación de espacios noticiosos ha hecho más difícil la manutención de los mismos.
Como diría el dicho: lo difícil no es llegar sino mantenerse. Así pues, la tenencia de un sitio en web donde se publiquen noticias, hoy no requiere mayor inversión que la renta del dominio en internet, a diferencia de lo que ocurría antes, cuando imprimir un tiraje de cientos de ejemplares escritos representaba una inversión onerosa.
La diversificación de estas formas de comunicación (youtubers, páginas, blogs, incluso noticias a través de Facebook), así como la crisis de credibilidad por la que atraviesan en general las empresas mediáticas vuelven cada día menos sostenible la labor periodística.
Un ejemplo claro es lo que sucede en Puebla, donde uno de los diarios más influyentes se convirtió al mismo tiempo uno de los más criticados por las audiencias, cuyo director y dueño hoy se encuentra en desgracia. La ecuación es clara: si un medio de comunicación logra obtener jugosos recursos económicos debido a su cercanía con el poder, pierde al mismo tiempo su credibilidad de manera paulatina.
Lamentablemente, los que nos dedicamos a este negocio no hemos podido encontrar una forma sustentable de prevalecer como no sea a través del dinero que por concepto de publicidad gubernamental se nos ofrece, lo cual a su vez es directamente proporcional al cada vez mayor desinterés de las audiencias por informarse de manera concienzuda pues, hoy las noticias rápidas, el rumor, los titulares escandalosos, venden más que cualquier texto bien desarrollado, donde incluso los lectores ya no se molestan en dar «clic», y sólo se conforman con leer una cabeza, quedándose muchas veces con una información imprecisa o terjiversada.
Las expresiones del presidente «Alito», si bien son indignantes, resultan al mismo tiempo vergonzosas por lo certeras, y demuestran la censura con la que los gobiernos han logrado callar a través del tiempo a muchos periodistas: «si me pegas no te pago». Por más que este jueves, el dirigente poblano Néstor Camarillo, haya recurrido al argumento de «muchos de ustedes y yo somos amigos».
Mención aparte merece la referencia de Alito sobre «matar a periodistas», aunque sea de hambre. En un país donde trabajar de reportero puede resultar más peligroso que, por ejemplo, ser policía, expresiones como esas no se deberían decir, ya que los comunicadores no queremos ni que nos maten a balazos ni por inanición. Es más: ni siquiera queremos quedar muertos de risa.
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