Alcanzar altos puestos de mando en una empresa, ser un hombre «competitivo», ganar mucho dinero, tener una novia «buenota», ser dueño de un carrazo…
Todo esto forma parte de las aspiraciones que la mayoría de varones tiene en este país.
Desde pequeños se nos enseña a seguir un modelo masculino, que no permite la flexibilidad del sentimiento, por poner un ejemplo, ya que un hombre que se muestra sensible es interpretado como débil en un mundo «de tiburones» dispuestos a comerte.
Frases como «lloras como niña», «habla como hombre» o «pareces vieja», son un claro ejemplo de esos estereotipos que tanto han dañado a México. La prueba son los 12 feminicidios que en promedio se cometen al día en este territorio llamado nación, los cuales no son otra cosa que el resultado de un sistema podrido, que ha dado de sí mismo, pero que se niega a morir porque representa la pérdida de privilegios para unos cuantos.
Este sistema no se limita únicamente al ámbito de las instituciones, sino que pasa forzosamente por el tema de la individualidad, del cambio de conciencia, y para eso son necesarias iniciativas como la más reciente del diputado Iván Herrera Villagómez, sobre nuevas masculinidades, que busca reeducar a los varones (y a las niñas) desde el colegio.
El martes pasado en esta columna escribí sobre la serie «Caníbal», que aborda el caso del tenebroso Andrés N, feminicida de Atizapán. Justamente en uno de los capítulos (el dos, me parece), Andrés «justifica» sus actos con la expresión «a todos los hombres nos gustan las mujeres». Más adelante incluso tiene el descaro de argumentar una frase homofóbica: «sólo a los maricones no».
Tales enunciados son el ejemplo claro, palpable, de esa violencia machista que nace en el lenguaje, como decía Agnes Torres. De esa misoginia que se perpetúa y se retroalimenta con frases como la del estadio de futbol, que muchos aficionados han defendido hasta la demencia, pero que clarifica el modo en que se ofende en México por medio de un peyorativo sobre homosexuales.
Porque en Latinoamérica y quizás especialmente en México, las reglas de la «masculinidad» son tan rígidas que en cualquier momento se rompen.
Si un hombre demuestra sus sentimientos mediante el llanto, si contribuye en el aseo de la casa, si no conquista a una mujer con base en engaños, o peor aún, si no conquista una mujer… Si en vez de eso conquista a otro hombre… O si quizás se interesa por una chica trans… No hay un sólo varón que cumpla a cabalidad con estas normas tan tontas, antiquísimas e irreales, acerca de lo que se supone que es masculino.
No podemos seguir justificando la violencia basados en un modo de vida que privilegia a los hombres heterosexuales cisgénero sólo porque tuvieron la «bendición» de haber nacido así.
Bajo esa lógica, todos los que no quepamos en ese grupo estamos destinados a sufrir en algún momento de la vida y quizás, si tenemos muy mala suerte, a toparnos con un caníbal como Andrés, que nos mate para satisfacer sus deseos enfermizos, justificándose en que somos diferentes.
«Vivimos tiempos de agitación, vivimos tiempos interesantes».