Para Virginia Woolf, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio para tener la posibilidad de desarrollarse en diversos aspectos de su vida. Las dificultades de la vida doméstica a las que se mantiene sometidas a las mujeres limitan su libre pensamiento, su libre sentimiento, su libre expresión y todas aquellas libertades que ponen en riesgo el poderío de los hombres que se entregan en cuerpo y alma a la vida pública, académica, profesional sin opositores, mientras que sus compañeras, esposas, madres se encargan de todo lo demás.
Las reflexiones plasmadas por Woolf en la primera mitad del siglo XX sentaron un precedente para la evolución del papel de las mujeres en el arte y en la sociedad. Sin embargo, aún después de casi cien años desde su publicación, las condiciones desfavorables en las que viven miles de mujeres alrededor del planeta las han relegado al espacio privado sin dejarles siquiera la esperanza de explorar y explotar sus aptitudes, sus potenciales y sus más grandes pasiones.
Es cierto que cada vez es mayor la presencia femenina en el espacio público y, sobre todo, en el espacio laboral. No obstante, las malas prácticas que siguen replicándose en los sistemas de gobierno y las jerarquías institucionales, organizacionales y empresariales han colocado la equidad de género como criterio para la aceptación inicial de proyectos. Esto, en gran parte de los casos, se refleja en el reclutamiento “forzado” de cantidades específicas de mujeres a quienes limitarán la capacidad de acción en pro de conseguir los objetivos principales que, regularmente, nada tienen que ver con la equidad.
Entonces, los patrones de violencia que afectan a las mujeres en lo privado suelen ser replicados en espacios públicos a los cuales se busca llegar con la intención de alcanzar la tan ansiada libertad de la que nos habla Woolf en sus reflexiones. Así nos adentramos en un círculo vicioso desgastante y dañino en el cual, si bien se complican los intentos del feminismo por ganar territorio entre las rancias pero persistentes estructuras del sistema patriarcal, la participación y la aparición de las mujeres fuera de lo esquemas prestablecidos por el machismo representa una gran victoria para el movimiento.
En México, hasta abril de 2022 las mujeres representaban el 40.1% de la población económicamente activa del país, pero ocupaban el 48.21% del sector terciario, enfocado en la oferta de servicios para satisfacer diversas necesidades de la población, mientras que el 70% de la población activa en los sectores primario y secundario es masculina. Esto implica que en lugares donde las actividades económicas primordiales están relacionadas con la transformación de recursos naturales o de materia prima, como en el Estado de Puebla, la participación económica de las mujeres se ve limitada. En Puebla no hay dinero para las mujeres.
Según cifras del Consejo Estatal de Población del Gobierno de Puebla, solo el 32.13% de las mujeres en el Estado son solteras, mientras que el 67.87% restante se encuentra en algún tipo de relación conyugal; mientras que las primeras regularmente viven con sus padres, las segundas viven con sus parejas y, en su mayoría, con sus hijos. Esta realidad evidencia que el espacio propio para las mujeres poblanas es prácticamente inexistente como resultado de costumbres centenarias que delegan la labor del cuidado, la organización y en muchas ocasiones del sustento de la casa a hijas, hermanas y madres cuyo único momento de escape se encuentra en las últimas horas del día, cuando todos duermen y nadie requiere de su atención o sus servicios. Es ahí cuando entra en contacto con la virtualidad del mundo exterior que se muestra en la pantalla del televisor o del celular.
En la actualidad, Puebla ocupa el lugar número 14 entre las entidades con más feminicidios a nivel nacional, y aunque la agenda pública poblana vuelca su atención hacia la inminente despenalización del aborto, es un hecho que ninguno de estos temas es prioridad ante la cercanía de las elecciones para la gubernatura, dado que las decisiones a considerar y a tomar por el ejecutivo y el legislativo tendrán como objetivo primordial conservar a los militantes en el padrón electoral de los partidos en combate y preservar el poco o mucho poder que tiene hasta ahora cada grupo político.
Si asuntos de suma relevancia como la despenalización del aborto y los feminicidios están fuera del foco de atención de las autoridades, lejos está la posibilidad de que se considere la implementación de políticas públicas para la prevención, la atención y el seguimiento de la violencia contra la mujer figure entre los ejes rectores de los planes de desarrollo de la entidad. Aunque como “buena intención”, el gobierno mencione la equidad de género en el mamotreto de sus objetivos, el apartado figura como mero ornamento que disfraza el machismo imperante en las instituciones e invisibiliza las condiciones que vulneran a las mujeres en la entidad.
Este texto no tiene como finalidad victimizar a las mujeres, pero tampoco busca omitir aspectos que las vulneran en el entorno más próximo. La lucha feminista ha sembrado y cosechado grandes victorias desde sus inicios, pero aún queda un largo camino por recorrer, y más en una sociedad fundada en el conservadurismo más recalcitrante. En esta realidad, vale la pena preguntarse, sin dinero y sin cuarto propio, ¿cómo ayudar a las poblanas a imaginar y alcanzar su propia libertad?