Columnistas

De policías y señoritas

Columna Cuarto Propio

Miércoles, 3:30 de la tarde. El camino a casa se había tornado extenuante con el clima de la tarde que imitaba los calores veraniegos en pleno otoño y con el tráfico ya recurrente en varias arterias principales de la ciudad. Con la playlist de costumbre de fondo y bajo los efectos del cambio climático, nos adentramos en la calle que dirige casi directamente hacia nuestro hogar, cuando de pronto una fila de autos aparecía frente a nosotros, justo después de la tercera curva del camino.

Los vehículos parecían no moverse. Unos conductores, expectantes y confundidos, intentaban retornar en sentido contrario sobre la misma carretera obstaculizando el paso de los autos que venían en el otro carril, otros esperamos pacientemente que en algún momento la fila comenzara a avanzar. Una camioneta que circulaba justo frente a nosotros inició el recorrido y, justo detrás de ella, apareció un agente de transito que desviaba a todos hacia el camino de la izquierda, mientras su unidad atravesaba la calle para evitar el paso.

Al tiempo que avanzábamos, crecía la intriga acerca del evento que nos esperaba más adelante. ¿Será la brigada de bacheo? ¿Otro asalto? ¿Otra balacera acaso? ¿Será otra manifestación a favor de una ideología o en contra de cualquier ayuntamiento? ¿Será que un transportista volvió a arrollar a alguien? ¿Será otro “embolsado”? ¡Qué terror!… Poco a poco nos acercamos al oficial que amablemente desahogaba el tráfico. Cuando por fin tocó nuestro turno, seguí con certeza la indicación de virar hacia la izquierda para continuar el retorno a casa.

De pronto, del carro del frente surgió un grito intrigante —¡¿Qué pasó oficial?!— exclamó el hombre desde el lado del copiloto mientras, de lado contrario, la chica que pilotaba la nave se detuvo estrepitosamente ante el cuestionamiento del pasajero. Apurado, el oficial se acercó al vehículo y sin reparo contestó — Qué curioso que me pregunte eso. Precisamente fue a causa de una persona como usted que decidió soltarle las llaves a una señorita (señalando a la conductora) que, quién sabe cómo le hizo, pero fue a estamparse en un poste y lo tiró —.

El acompañante, sorprendido, respondió —¿Cómo cree? ¿Un poste de luz o de teléfono? — Fue de luz— acentuó seguro el oficial — Por eso le digo que se trató de un señor como usted que le soltó las llaves a una señorita (enfatizando nuevamente el señalamiento a la conductora) que se subió al poste — Es que hay quienes piensan que tener un carro es nada más arrancarlo y ya, como se los da el papá o el esposo, no saben ni les preocupa lo que cueste.

La chica, al borde de un ataque de ira por la indignación, refutó al agente —¡Hombres y mujeres, señor! Hombres y mujeres se estrellan todos los días en la calle—. El policía sonrió burlonamente mientras enfatizó al copiloto, con una última mirada inquisidora hacia la joven piloto —Por eso hay que tener más cuidado joven— a lo que el hombre respondió —¡Es que ahorita no traigo licencia!—, soltando una carcajada. El automóvil arrancó con potencia, dejando una estela de polvo detrás.

La escena anteriormente descrita solo evidencia la violencia sistémica que permea en el entorno en el que viven millones de mujeres en Puebla, México y el mundo. Según datos del INEGI, el 73.4% de los accidentes automovilísticos en Puebla en 2021 fueron provocados por hombres que se “estamparon” con otros vehículos, con peatones, con postes, con bolardos, con bardas y con cualquier otro ser o persona que se atraviesa en su camino a cumplir con labores que, seguramente, son más importantes que las de todos los demás conductores con quienes están obligados a compartir las vialidades.

La misoginia sigue tan arraigada en la sociedad y en las instituciones que “bromillas” como la de nuestro agente anónimo y el respaldo del copiloto son mencionadas, aplaudidas y defendidas por muchos bajo el amparo de la libertad de expresión. Cada quien su cabeza y cada quien sus discursos, pero en la privacidad de su pensamiento. Nuestra realidad no necesita un servicio público revictimizante con alianzas machistas que perpetúan la violencia de género en todos los niveles.

Ya basta de simular cursos con enfoque de género donde se envía a funcionarios y servidores públicos con el único objetivo de calmar la opinión pública y evitar el regaño de los superiores sin tener siquiera la intención de establecer protocolos y prácticas para generar un entorno equitativo para empleadas y ciudadanas. Basta de regalar rosas rojas el Día de la Mujer para cubrir la injusticia en la repartición de puestos de poder y de mejor remuneración. Basta de “pobretear” a las mujeres, de la condescendencia que minimiza. El machismo invade las instituciones y no se requiere una limpia de gabinetes, sino de conciencias.

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