Urge infraestructura con sentido social

Por años, la Sierra Norte de Puebla ha sido un territorio de contrastes: paisajes espectaculares, comunidades con una riqueza cultural profunda… y caminos que parecieran del siglo pasado. Enclavadas entre montañas, muchas de estas comunidades han sufrido el abandono institucional traducido en aislamiento, falta de oportunidades y riesgos constantes para quienes se atreven a recorrer sus deterioradas vialidades. Por eso, el anuncio de la rehabilitación de la Carretera Interserrana no es una obra más. Es una deuda histórica que, al fin, comienza a saldarse.
La inversión anunciada por el gobierno de Alejandro Armenta —más de 286 millones de pesos para 40.5 kilómetros y tres nuevos tramos de conexión entre la Sierra Norte y la Nororiental— es mucho más que cifras y metros cúbicos de asfalto. Representa un acto de justicia territorial. Cuando se rehabilita una vía como esta, no sólo se facilita el tránsito vehicular; se acorta la brecha entre regiones marginadas y centros de desarrollo, se activa el comercio local, se fortalece el turismo y, sobre todo, se da certeza a los pobladores de que sus vidas y necesidades importan.
Municipios como Zacatlán, Cuetzalan, Tetela de Ocampo o Tepango de Rodríguez no son sólo nombres en un mapa: son comunidades agrícolas, indígenas y campesinas que han sostenido por décadas su economía con esfuerzo y resiliencia. El acceso a caminos seguros no es un lujo, es una necesidad básica para comercializar sus productos, para que estudiantes puedan llegar a sus escuelas y para que una ambulancia no tarde una eternidad en llegar.
La presidenta municipal de Zacatlán, Bety Sánchez, lo dijo claro: esta carretera marcó un antes y un después en la región. Y tiene razón. Pero también hay que subrayar que durante mucho tiempo se permitió que ese “después” se deteriorara.
Por ello, la rehabilitación no debe verse sólo como un logro gubernamental, sino como una corrección de ruta tras años de olvido.
También es digno de reconocer que esta obra no se queda en la mera pavimentación: incluye señalización, cunetas, pintura vial y medidas de seguridad que no siempre se implementan con seriedad en obras carreteras en regiones rurales. Que esto no sea la excepción, sino la regla, es uno de los retos.
Más allá de la Interserrana, esta columna busca hacer un llamado a ver en la infraestructura no un discurso técnico, sino una herramienta política con sentido social. Urge continuar con la rehabilitación de otras vialidades en la Sierra Negra, la Mixteca y el sur del estado. Puebla no puede aspirar a un desarrollo equitativo mientras existan comunidades desconectadas o sometidas al abandono por falta de caminos transitables.
En tiempos en que se discute el verdadero significado del bienestar, obras como esta nos recuerdan que el desarrollo comienza con lo básico: unir a las personas, acortar distancias y garantizar el derecho de moverse con dignidad.
Las carreteras, como los gobiernos, deben servir para acercar. No para dividir.
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