Por: José Antonio de la Vega Moreno / @Tono_delaVega
Me imagino la cantidad de historias que se escriben en cada hogar tras el confinamiento obligado por la pandemia presentada por el Covid-19.
No sé si es la locura propia del hombre o el aislamiento que nos ha llevado a todos a observar cada rincón de la casa como una zona mágica, maravillosa e impresionantemente irrepetible.
Unos han declarado su sala pueblo mágico.
Su comedor, como el mejor corredor gastronómico que no existe afuera.
Su recámara, como el mejor espacio de confort que ningún hotel, motel u hostal le ha brindado.
Su cocina, como la escuela de chefs de mayor calidad en el mundo. Aprendiendo en línea dígame si no, curso de parrilladas, sea el rey de la parrilla, con la consabida razón de que no pagarás por aprender hacer tu receta preferida.
Su pasillo, el mejor gimnasio dónde intentas moldear tu cuerpo que se ha transformado por los excesos y trastornos alimenticios que se nos ha presentado por la cuarentena.
El baño, en el Spa al que nunca hemos ido una sola vez.
Así nuestra locura.
La mía, se las comparto.
Mi hogar, debo decir, se ha convertido en Macondo, el pueblo mágico que imaginó y plasmó Gabriel García Márquez en su novela Cien Años de Soledad.
Hace un par de días desempolvé este maravilloso libro y encontré en una de las introducciones o conceptos de la obra, escritos por Víctor García de la Concha, un pasaje que les comparto y cito: “El tiempo de Macondo corre precipitado, hace trampas al calendario y de pronto se estanca”. Hasta ahí la cita.
No sé a ustedes, pero en eso se ha convertido mi casa, mi recámara, mi sala, mi cocina, el lugar y el espacio donde el tiempo no pasa.
Todos los días son lunes.
Justo lo que José Arcadio entregado por la vigilia entró al taller de Aureliano, el cuartito de Melquiades y le preguntó qué día era.
“Aureliano le contestó que era martes”. “Eso mismo pensaba yo” dijo José Arcadio Buendía, pero de pronto me he dado cuenta de que sigue siendo lunes.
Como ayer.