Ruth era secretaria del subsecretario de alguna dependencia del Gobierno de Puebla. Había militado ya varios años en el partido político que, para ese entonces, dirigía el rumbo del Estado. Ella cumplía con su labor y con su horario, todos los días, de 9 a 4, se encargaba de escribir oficios, pasarlos a revisión, luego a firma y, finalmente, de entregarlos en las áreas correspondientes. Uno y mil oficios, otros cuantos memos, algunas fichas informativas y demás documentos que solicitara el jefe. Compartía oficina como otros cuatro compañeros: Elenita y Caro, ambas con más de 20 años al servicio de la dependencia; Julia, una joven que llegó a su lugar junto con el subsecretario, y Jorge, un joven operador político encargado de controlar a los grupos de choque del partido y de acompañar al jefe en las parrandas de trabajo.
Un piso más abajo, en otra dirección de la misma dependencia, Miri llegaba a su primer trabajo oficial a lado de quien sería su jefe. Antes de eso, había pasado por lugares en los que le pagaban por debajo del agua para evadir impuestos o en los que pedían a sus compañeros “donar” una parte de su sueldo para pagar cada fin de mes sus servicios. Un año pasó de su llegada cuando, por la misma dinámica del partido en el poder, su jefe fue trasladado a otro lugar estratégico de la administración. Después de varias charlas entre los miembros masculinos del equipo, se decidió que el perfil más apto para ocupar su lugar era el de Jorge, el secretario particular del subsecretario.
El funcionamiento de la Secretaría dependía de una óptima comunicación entre la Subsecretaría y la Dirección en la que se desempañaba Miri, por lo tanto, el trato con Jorge no fue el de un desconocido. Él parecía ser una gran persona pues mostraba empatía ante las condiciones de los empleados, también sabía escuchar a quien se le acercaba en busca de un consejo y, de pronto, parecía ser un hombre incomprendido cuya esposa increpaba constantemente sin motivo alguno. Para Miri, eso era una clara señal de que el hombre necesitaba ayuda y compañía, entonces, cuando Jorge le declaró su amor, ella aceptó sin miramientos la responsabilidad de rescatar a esa alma en desgracia.
Fueron un par de veces las que se les vio salir juntos a la hora de la comida y regresar a terminar la jornada laboral, ella muy feliz y enamorada, él con la misma actitud relajada y positiva de siempre. El romance parecía florecer y, aunque estaba a la vista de todos, nunca pasó de ser más que un secreto a voces hasta que un día, a la hora de entrada, Miri notó un movimiento irregular entre el personal de la oficina. Algunos miembros del personal iban y venían de la subdirección, había cierta tensión en el ambiente.
La chica en cuestión se disponía a ocupar su lugar en la oficina cuando ve a Ruth acercarse, con sus cosas en una caja y al borde del llanto. — Miri, tú eres una buena chica, ten mucho cuidado con Jorge, no te quedes a solas con él. Abusó de mí, me aventó al sillón y me amenazó. Me dijo que si no hacía lo que le decía me iba a correr. Lo acusé con Recursos Humanos y me acaban de despedir. Solo vine para advertirte— y sin más, después de abrazarla, Ruth se marchó. Si bien el trato entre ambas había sido cordial siempre, nunca esperó una conversación de tal naturaleza, pasaban mil cosas por su cabeza y no entendía cómo esa mujer podía hacer ese tipo de acusaciones de una persona tan buena.
Poco tiempo después, Jorge llegó a su oficina y pidió de inmediato a Miri que lo acompañara —¿Qué te dijo Ruth, amor? — le preguntó— Me dijo que habías abusado de ella — le contestó con incredulidad — Está loca, claro que no. Ni siquiera es mi tipo — aseguró Jorge sin titubear. Pasaron algunos meses y, un día, llegó a la oficina una chica nueva: Marce. Como era de esperarse, su llegada causó furor entre los viejos lobos de mar que se paseaban por la Dirección solo con la intensión de ver a quien consideraban, en sus palabras, carne fresca. Marce se convirtió de inmediato en la asistente particular de Jorge, ellos trabajaban juntos en el mismo partido y compartían la experiencias de las precampañas y las campañas y del seguimiento que se hace para mantener al partido en funcionamiento.
La llegada de Marce representó el distanciamiento inmediato entre Miri y Jorge, a ella se le veía pasar horas en el mismo lugar esperando indicaciones para cualquier responsabilidad que se le delegara, pero, de un día para otro, parecía que su existencia era irrelevante para la Dirección. Un vez, mucho después de la hora de salida, Jorge volvió a la oficina y sorprendido, al ver a Miri en el mismo lugar de siempre, le preguntó — “¿aún sigues aquí?”— como si no recordara que horas antes le había pedido quedarse ahí hasta nuevo aviso. En “radio pasillo” se rumoraba que Miri traía pleito con Marce y que no podían verse ni en pintura, lo cierto es que Miri, aún con el corazón roto, buscaba la forma de seguir con su vida.
Después de un periodo de humillaciones y malos tratos, Miri decidió cambiar de aires y buscó trabajo en un lugar totalmente diferente, no quiso volver más a la burocracia. Jorge y Marce siguieron trabajando juntos en otras campañas. La Secretaría mantiene las misma prácticas patriarcales y machistas que colocan a las mujeres que laboran ahí en competencia constante unas con otras para ganar y mantener la atención del público masculino. Con el tiempo, Miri entendió que había sido víctima de abuso emocional y psicológico por parte de Jorge, que Ruth sí había sufrido abuso y que varias dependencias del gobierno estatal y municipal mantienen y solapan estas prácticas violentas.
Hace unas semanas salió a la luz el caso de abuso del que fue víctima Erika De la Vega en las en la oficinas de su compañero de partido Eduardo Alcántara, quien además fue solapado por Genoveva Huerta. Es evidente que la política no es más que un juego de poder en el que sale la peor cara de las personas, que el bienestar de la población es lo de menos en esta dinámica enfermiza en la cual se busca el mejor “hueso”, el mejor sueldo, el mejor estatus o los mejores “conectes”.
Ni las disculpas públicas, ni las destituciones, ni los “castigos ejemplares” son suficientes para erradicar las prácticas abusivas que permean en la dinámica social, los “intocables” no le tienen miedo a la justicia. Las víctimas de la burocracia no solo se enfrentan a las autoridades de las mismas instituciones, sino al escarnio de sus compañeros que inmersos en la misma dinámica las acusan de “exageradas”, además de a la incertidumbre de perder la estabilidad económica que le garantiza la quincena. ¿Cómo lograr un cambio cuando la violencia es la base de la interacción institucional? ¿Cómo manifestarte en contra de las violencias si están normalizadas en tu entorno? ¿Cómo enfrentarse a un enemigo que se esconde a simple vista?