Decía Juan Gabriel que un artista no deja de ser artista sólo por no salir en la tele. Por lo tanto, un periodista no deja de serlo sólo por no tener un millón y medio de seguidores. O por no publicar en un medio «importante».
Lo anterior a raíz del escándalo «Mier-Rueda», que en los últimos días ha aterrizado en la escena política y mediática poblana, sin que al mismo tiempo nadie pueda decirse asombrado por lo que desde hace más de una década hemos visto desde las páginas de Diario Cambio: un «periodismo» que busca generar seguidores a toda costa, sin importar para ello el método del que se valga.
En la columna «Tiempos de Nigromante» de los días recientes, Arturo Rueda Sánchez de la Vega, director de Diario Cambio, se ha defendido de las acusaciones que se le imputan, atacando a los reporteros y portales noticiosos que detonaron el escándalo llamado «Operación Angelópolis». Los ha llamado «pasquineros» e incluso se ha burlado del supuesto poco tráfico que genera en internet el sitio de noticias «Hipócrita lector«, propiedad de un antiguo compañero suyo, el señor Mario Alberto Mejía.
Según Arturo Rueda, los medios «que se confabularon» para atacarlo «le tienen miedo», a él y al millón y medio de visitantes mensuales que presuntamente tiene la página web de Cambio.
Yo no sé si en efecto, ese portal de noticias genere tal tráfico de visitas o incluso si éstas sean de forma natural, pero lo que sí sé -porque puedo verlo -es la forma en que lo ha logrado.
Todos lo sabemos: terjiversando la información hasta el punto de revictimizar a las víctimas (por ejemplo, de feminicidio); cosificando a la mujer como cuando prácticamente optaron por hacer de Cambio una página porno (¿alguien recuerda los «lunes de mallitas»?); generando cabezas noticiosas al estilo de la Revista «Alarma!» y explotando el morbo natural de la gente para posicionar al que alguna vez fuera un medio crítico como el ejemplo del amarillismo en el estado.
Durante los últimos años del morenovallismo, entre los compañeros reporteros surgió la broma de que el verdadero nombre de Cambio debería ser «Diario Cambio de Opinión«, porque la línea editorial de ese periódico era tan variable, tan sujeta a los intereses económicos de su director (y éstos eran tan descarados), que un día de julio de 2014 el difunto José Luis Tehuatlie Tamayo fue llamado «El Niño Héroe de Chalchihuapan» y seis semanas después, su madre, Elia, fue acusada en ese mismo medio de «lucrar con la muerte de su hijo».
Es que los lectores de Cambio no son vistos por Rueda como sujetos que forman parte de una sociedad con derecho a estar informada, sino como meros objetos de los que puede echar mano para extorsionar a los políticos cuando presume de su influencia. ¡Y de eso todos estamos enterados!
Si el periodismo es un servicio puesto en favor de la sociedad, que cuestiona e ilumina las partes oscuras de una habitación para descubrir justamente dónde están las cucarachas, ¿cómo podría éste valerse de las mismas prácticas infames para extorsionar a los poderosos, y después decir desde las páginas de ese Diario que su objetivo es combatir «el fango de la política, de la vida pública»?
¿Dónde queda la credibilidad de un medio que, para salvarse de ser tocado por la ley, puso su línea editorial al servicio de uno de los exgobernadores más tiránicos de los últimos tiempos y atacó de forma inicua desde esas páginas, al candidato que hoy es el gobernador en turno? ¡El mismo al que ahora veladamente amenaza!
Y nadie aquí se va a asombrar de lo que ya es un hecho bien sabido: los medios de comunicación también son empresas que, por tanto, persiguen un objetivo económico. Pero una cosa si es segura: la credibilidad es al periodista como el petróleo a los recursos naturales. Escasa y no renovable.