La derrota de Genoveva Huerta en la elección interna del PAN de este domingo es también el último gran fracaso de las sobras del morenovallismo, que aún se mantenía enquistado en los pasillos del Comité Directivo Estatal albiazul.
La victoria de la dupla revelación conformada por Augusta Díaz de Rivera y Marcos Castro extingue por fin al grupúsculo de hampones que el siniestro Rafael Moreno Valle hizo crecer durante su oscuro régimen y con el que secuestró al Partido Acción Nacional para ocuparlo como una franquicia a su disposición para saciar sus caprichos megalómanos.
Al morenovallismo le arrebataron su último coto de poder con el que contaba tras la muerte del expriista hace tres años.
O visto de otra forma, Genoveva Huerta demostró que sin los Moreno Valle sus aptitudes como operadora electoral y cabeza de un grupo son nulas e inexistentes.
A su paso como presidenta del Comité Estatal, la otrora “Jefa Geno” acumula un largo historial de derrotas que este fin de semana fueron el cerrojazo a una carrera política que será recordada por entregar el poder al PRI en el 2019, perder la dirigencia municipal de la capital y por ser barrida en las elecciones intermedias de este año en las que todos sus candidatos a diputados locales fueron aplastados y no pudo ganar ni una alcaldía importante.
Y es que, Huerta Villegas durante los tres años que duró su gestión, que buscaba ampliar a seis, se peleó con todos los grupos y líderes del partido y le entregó el control del mismo a dos personajes que representan lo peor de la clase política que ejerció el poder de una manera desmedida y para beneficio propio como Fernando Manzanilla y Jorge Aguilar Chedraui.
Tras la muerte de Rafael Moreno Valle y Martha Erika Alonso, Genoveva Huerta perdió la oportunidad, a pesar de todas las voces que se lo propusieron, de reinventar al panismo poblano a través de la inclusión, el regreso a la doctrina y la verdadera filosofía de Acción Nacional, pero, por el contrario, la diputada federal indígena continuó con las prácticas intolerantes, excluyentes y dictatoriales de sus difuntos padrinos, quienes la impusieron, sin mérito alguno, en la dirigencia estatal.
Hoy más que nunca quedó comprobado que Genoveva fue el último gran error de Martha Erika Alonso.
La caída del genovismo es también el declive los ya mencionados Fernando Manzanilla, Aguilar Chedraui, pero también de otros liliputienses morenovallistas como Sandra Izcoa, Franco Rodríguez, Juan Carlos Alonso Hidalgo, Jesús Giles, Inés Saturnino, Carolina Beauregard, Pablo Rodríguez Regordosa, Mónica Rodríguez Della Vecchia, Oswaldo Jiménez o Patricia Valencia Ávila.
La derrota también hunde a dos ineptos en los que el decadente Manzanilla confío la operación en el interior del estado como Eduardo “Rasputín” Alcántara y el marinista Francisco Ramos, quienes dejaron claro, otra vez, que sus limitaciones no les alcanza ni para ganar una elección vecinal.
Genoveva Huerta cosechó lo que sembró desde hace tiempo.
Desde su primer año como lideresa estatal habíamos advertido en este mismo espacio su deficiente gestión y el desastre que le deparaba en los últimos comicios locales, que renovaron las 217 alcaldías de la entidad y las 41 curules del Congreso del estado.
Lo mismo sucedió cuando desde julio anticipamos que el sueño obsesivo de reelegirse como presidente del Comité Estatal de Genoveva Huerta fracasaría, pues los resultados negativos en la urna debido a un desaseado y corrupto proceso de selección de candidatos, señalado por la venta de espacios, le pasarían factura, además de su inverosímil pelea personal contra Eduardo Rivera, quien es el liderazgo más fuerte con el que cuenta en la actualidad el panismo poblano.
Huerta Villegas, cegada por su soberbia y asesorada de forma pésima, jamás entendió las señales ni los nuevos caminos de la geopolítica en Puebla.
Su fracaso era inminente.
A pesar de esto, no se puede demeritar el gran trabajo que hicieron Augusta Díaz y Marcos Castro, quienes cerraron un gran número de bocas, que aseguraban que no conocían el interior del estado y que solo tenían fuerza en la capital.
Díaz de Rivera y Castro Martínez demostraron que escuchando a la militancia, tocando sus puertas y abriéndose al dialogo se pueden lograr grandes acuerdos aún contra la amenaza de un fraude como el que planearon Genoveva Huerta y Jorge Aguilar Chedraui.
Con Lalo Rivera como comandante, Tití y Marcos dejaron claro que los panistas puros están más vivos que nunca y que lograron sobrevivir al yugo morenovallista que los intentó fulminar, pero que ahora ellos son los que se extinguen.
Los verdaderos militantes de Acción Nacional recuperaron a su partido tras años de ser solo una extensión y una oficialía de partes del gobierno del siniestro Rafael.
Sin lugar a dudas los retos que le esperan a Augusta Díaz y a Marcos Castro son enormes, pues tendrán que reconstruir una casa que reciben en ruinas y con severos daños estructurales tras sus dos últimas dirigencias que solo se dedicaron a ver por los suyos y a enriquecerse con las prerrogativas del partido a la venta de candidaturas.
La famosa operación cicatriz será innecesaria, pues el grupo opositor no aporta nada al PAN, que comprobó que está más unido que nunca para extinguir al morenovallismo.
¿Podrá Acción Nacional plantarse como una verdadera opción frente al electorado en el 2024 y ponerle cara a Morena?
Ese es el verdadero reto para los nuevos dirigentes.
¿Cuál será el derrotero? El que pasa por el Charlie Hall.