(Para mi primo Luis Fernando, donde quiera que esté).
Tonatiuh Maximiliano / @reporteroguapo
No me gusta el futbol. Incluso me considero «antipambolero», ya que desde niño me ha resultado aburrido ver a 22 hombres corriendo tras un balón, amén del miedo que siempre me infiltró el profe de Educación Física cuando me obligaba a ponerme en la portería para ver si de ese modo le agarraba el gusto al soccer.
Pero lo que se vivió en México el domingo pasado fue algo más que un encuentro deportivo. Me atrevo a escribir, sin exagerar, que la final del Cruz Azul – Santos se convirtió en un fenómeno sociocultural, mediático desde luego, debido a los más de 23 años en que «La Máquina» no conseguía hacerse con el campeonato.
Los lectores más jóvenes no recordarán siquiera aquellos tiempos en los que el Cruz Azul era un equipo importante, que solía ganar de vez en cuando los partidos, y hasta llegaba a coronarse campeón de la liga mexicana de futbol soccer. Tengo muy grabado en mi mente el invierno aquel de 1997 cuando el portero del equipo contrario (no recuerdo cuál era), golpeó en la cara a Carlos Hermosillo y éste, todo ensangrentado, cobró el penal que le valió el título a La Máquina.
La anécdota me resultó impresionante por lo sangrienta y porque uno de mis primos desbordó en locura cuando el Cruz Azul alcanzó la victoria. Y después de eso: nada. Ni siquiera sé en qué momento aquel equipo se fue convirtiendo en el hazmerreír de todo México, a tal punto de que se empleó el verbo «cruzazulear» para decir en términos secos que «la cagaste».
Escándalos de corrupción en la directiva, amenazas de descenso a la liga de segunda división, chistes, burlas, memes… Casi que el Cruz Azul ha crecido junto con todos los que pertenecemos a mi generación, quienes tuvimos que aprender a desenvolvernos en las redes sociales, vivimos la salida del PRI, vimos llegar al PAN, volver al PRI, llegar a Morena, sufrimos el narcotráfico y ¡pum! Que de pronto el país se fue convirtiendo en otro.
Por eso este «momentum» resulta interesante, digno de recordar: mirar en el tiempo y saber que aún podemos tener un espacio rico de esparcimiento, para divertirnos al ver a 22 hombres correr tras un balón y hacer memoria de aquellos tiempos que ya se fueron y que no volverán. ¿O sí?
Los grandes ganadores de la final fueron por supuesto, las televisoras -además del propio equipo- que hicieron su agosto al saber explotar el morbo de la gente, con un encuentro anecdótico, ocurrido curiosamente en vísperas de la jornada electoral más grande de la historia.
De acuerdo con Nielsen IBOPE, la final del pasado 30 de mayo se convirtió en el encuentro deportivo más visto de los últimos tiempos, con una audiencia de 7 millones 874 mil televidentes, sólo en los canales de televisión pública y privada (es decir que no se midió a aquellos quienes la vieron a través de las redes sociales, ni quienes la escucharon por radio). Este rating supera ocho veces el de los partidos de la temporada regular, que en promedio alcanzaron los 913 mil telespectadores.
Las anteriores cifras pueden dar una idea del fenómeno ante el que nos encontramos y confirman que no exagero al escribir que la final del Guardianes 2021 MX fue un evento que trascendió lo deportivo, se convirtió en algo sociocultural, e incluso se materializó en un fenómeno nacional, si pretendemos homogeneizar los criterios de entretenimiento de toda una nación (algo imposible pero que en términos prácticos se puede intentar, sobre todo en medio del clima polarizante que se vive debido a las elecciones).
Por mi parte, me quedo con el agrado de recordar mi infancia, disfrutar mi adultez, corroborar que ya me he convertido en un «chavo ruco» y nuevamente atesoro en mi corazón la máxima de que «el que persevera alcanza». ¡Ánimo!