Tonatiuh Maximiliano / @reporteroguapo
Durante las recientes décadas, la Organización de las Naciones Unidas, junto con otros organismos internacionales, consideraron a la trata de personas como una nueva forma de esclavizar a otro, principalmente por motivos de explotación sexual. Algo de lo que estoy sumamente empapado al vivir prácticamente toda mi vida a cinco minutos de Tenancingo, en Tlaxcala.
Sin embargo, las formas de esclavitud pueden tener vertientes mucho más sofisticadas e incluso estar a la vista de todos sin que, paradójicamente, nadie las vea. O puede ser que esa explotación persista con la anuencia del estado, bajo la tolerancia de toda un sistema legal. La sociedad puede incluso permitirla y fomentarla porque como espectadores, la hemos normalizado.
Cuando la semana pasada empecé a escuchar noticias de Britney Spears no tomé demasiada importancia a lo que Carmen Aristegui estaba informando a través de su programa de radio. Acostumbrado mi oído a descartar las notas que no me interesan, sólo me causó curiosidad que una de las periodistas más serias de México estuviera tocando un tema relacionado con la princesa del pop.
Tuvo que ser necesario que un amigo me sumergiera de lleno en el asunto para que yo comprendiera lo terrorífico del caso. Porque durante 13 años, la cantante no ha podido ser dueña de su vida. Sometida por un acuerdo legal que le otorga la tutela a su padre, Britney Spears ha sido obligada a trabajar para otros, a subir a los escenarios cuando los demás lo deciden, a consumir litio, un medicamento que se usa en el tratamiento de algunos trastornos mentales pero que sin embargo, puede traer graves consecuencias secundarias que afectan la conducta y alteran otras funciones del comportamiento.
La salud sexual y reproductiva de la intérprete también ha sido manejada por su padre, quien no le ha permitido retirarse el Dispositivo Intrauterino para poder concebir con su novio, además de que el manejo de su dinero ha quedado en manos de su progenitor, lo cual vuelve evidente que estamos ante un caso de explotación laboral.
Y es aquí donde surge la controversia.
Britney quedó bajo la tutela legal de su padre cuando en 2008 tuvo una crisis mental, derivada de sus problemas personales y del abuso de sustancias, que la llevó a estar internada dos veces en un centro hospitalario de California. Derivado de ello, la cantante ha sido catalogada como «legalmente no responsable de sí misma», lo cual propició el fallo de la Corte, para entregar la custodia al señor Jamie Spears.
Las líneas entre la libertad y la esclavitud se cruzan nuevamente.
Hace unos días en México, la Suprema Corte de Justicia avaló la inconstitucionalidad de la prohibición del consumo de la marihuana, contenida en la Ley General de Salud, basada en un principio que el ministro Arturo Zaldívar introdujo en 2015: el del libre desarrollo de la personalidad.
Es un concepto moderno, progresista como el hoy ministro presidente, que básicamente señala que todo ciudadano tiene derecho a hacer lo que quiera con su cuerpo. Esto, lamentablemente, también incluye la libertad de cada quien a destruirse paulatinamente a través del consumo de drogas o bien, por medio de otras prácticas dañinas.
Por supuesto que Britney Spears se rige por otro tipo de reglas, las norteamericanas, pero su caso desgarrador vuelve a poner el dedo en la llaga sobre lo que en países democráticos como México se viene discutiendo desde hace por lo menos una década: la libertad de poder hacer lo que uno quiera con su propia vida.
No sé los demás, pero a mí me resulta impresionante saber que una estrella de la talla de Britney Spears no puede contar con el libre albedrío para decidir qué es lo que mejor le conviene.
Aquellos quienes pensaron que la esclavitud era una cuestión de estar atado a una jaula con cadenas y en condiciones precarias, no habían entendido nada de estas formas de explotación modernas.