El día al fin llegó. Los fanáticos de Harry Potter que formamos parte de la comunidad LGTBIQ+ hemos visto recientemente uno de los momentos culminantes de todo el universo mágico nacido hace más de dos décadas en la mente de una escritora.
La aceptación pública de la homosexualidad de Dumbledore viene a darle empuje a la lucha de los derechos de la comunidad, pues se trata de un sello (Wizarding world) que tiene como público objetivo a la población infantil, y al que anteriormente le habían negado la posibilidad de conocer este aspecto sobre la personalidad del mago.
Me tocó ver la cinta «Animales Fantásticos. Los secretos de Dumbledore» justo al lado de una niña que casualmente estuvo sentada junto a mí en el cine. Su reacción fue, entre conmovedora e intempestiva, pasando por tierna.
La salida del clóset de Dumbledore sorprendió por sólo unos segundos a esa pequeña potterhead, y me atrevería a escribir que la noticia resultó más incómoda para sus padres quienes, sentados a su lado, soltaron una tosecilla nerviosa que demostraba su incredulidad y desconcierto ante tremenda revelación.
Literalmente, la pequeña se hizo para atrás en su butaca cuando escuchó a Jude Law -quien interpreta a Dumbledore en esta saga – decir que estaba enamorado del personaje de Gellert Grindelwald y, a reserva de que no pude ver su rostro, podría jurar que abrió la boca, solo para recuperar, instantes después la compostura.
¿Por qué es importante que Warner se haya atrevido a sacar del armario a Dumbledore? Precisamente porque en la lucha de los derechos de la comunidad diversa, los medios de comunicación han adquirido de forma paulatina más apertura en ese tema, hasta el punto en que una cinta que tiene como meta al público infantil, se puede permitir en sus primeros segundos de metraje la escena de una declaración romántica entre dos varones.
La británica J.K. Rowling ya había declarado en varias entrevistas el «amor prohibido» que existió, dentro del canon de la historia, entre el afamado director de Hogwarts y su rival histórico, y esto, sin embargo, no fue consignado en ninguno de los libros, mucho menos en las películas.
Por lo que la apuesta de esta tercera entrega de «Animales Fantásticos» no sólo es atrevida como claridosa, sino que ya era necesaria y hace por fin justicia a uno de los colectivos que tanto hemos dado a ese mundo mágico, desde que hace más de 20 años cimbró los paradigmas del cine y de la literatura.
El universo de Harry Potter es mucho más que sólo fantasía. En él, la afamada escritora logró plasmar de forma sublime temas como la esclavitud (en la forma en que los elfos domésticos estaban sometidos por los magos), el racismo (a través de las diferencias entre «muggles», mestizos y pura sangres); los medios de comunicación (con la terjiversación que la periodista Rita Skeeter hacía siempre de la verdad en sus entrevistas), y otros tantos tópicos universales como el poder, la muerte, el amor y la locura.
Es por ello que, de cara a una de las épocas más difíciles a las que se haya enfrentado la humanidad, ya bien entrado el siglo XXI y con el odio acumulado que se filtra desde los discursos de presidentes, en redes sociales, en las masacres y crímenes que cada día tenemos que presenciar horrorizados, celebro que la pantalla grande se haya permitido mostrar al público más joven -quizás nuestra más bella esperanza -que existen diferentes formas de amar, o tal vez una sola, la cual no diferencia entre géneros ni entre razas.
Al fin y al cabo, la historia entre Dumbledore y Grindelwald no es más que eso: una gran leyenda de amor inconcluso. El amor de adolescente entre dos magos que soñaban con conquistar al mundo para ellos. Ese amor que toca una vez a la puerta y que todos buscamos en la vida.
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