Un joven trepado en un edificio de la Infonavit Manuel Rivera Anaya, creyendo que lo persiguen, alucinado, alarmando a sus vecinos, quienes a su vez pensaban que era un ratero tratando de robar.
El doble homicidio de un tío y una sobrina, cometido por otro de sus familiares, quien horas después de «despegar» se dio cuenta de lo horrible de sus actos y se entregó a la justicia.
Vidas arruinadas en un «denso viaje», y que terminan afectando a terceras personas, que nos impactan y asombran en conjunto, pero al mismo tiempo se vuelven parte de la cotidianidad de los tiempos interesantes en que vivimos.
Leo las páginas de noticias en internet y a medida que mi vista se desliza por la pantalla de la computadora, cada vez son más las notas periodísticas que dan cuenta de una sociedad indolente y compleja, enferma sin duda alguna, enferma de drogadicción.
El año 2022 ha sido particularmente prolijo en noticias que retratan la violencia de nuestros días, el «viaje» en el que estamos sumidos todos los mexicanos y, por supuesto, todos los poblanos. No es un buen viaje. Se trata de un viaje que, en cierto momento indeterminado, se convirtió en alucine.
Quizás la realidad nos malviajó desde que nos enteramos, en enero, de que una modelo había desaparecido tras haber visita a Atlixco, para participar, según algunos rumores, en una fiestototota. (Feminicidio, por cierto, que no ha sido esclarecido).
Pero sin duda el viaje se convirtió en atascón cuando nos cimbramos con la aparición del cuerpo de un bebé en una cárcel del estado, y empezaron a surgir las teorías locas que revoloteaban y nos marearon, nos hicieron vomitar, hasta llegar al punto de la especulación sobre si el cuerpo de Tadeo había sido utilizado para ingresar drogas. ¡Qué malviaje ese!
Porque el hilo conductor de todas estas noticias, desde Liliana Lozada hasta Alan y Camila, pasando por Leslie Alcántara, está conformado por «piedra», «cristal», (particularmente éste), heroína, «coca»… y desde luego, no podemos dejar del lado al alcohol, sin duda la droga más peligrosa de todas por ser la más socialmente aceptada y en efecto, por ser legal. También por ser la más consumida, y porque en la mente de muchas personas, es «menos malo» ser alcohólico que ser drogadicto.
No pretendo parecer mojigato, mucho menos un tío regañón. De ningún modo intento hacerme el hipócrita: yo, menos que nadie, tengo cara para fustigar a otros por su consumo de sustancias. Solamente expreso en esta columna lo que mis ojos miran con preocupación y tristeza cada vez que abro los periódicos.
Y miro más allá, mucho más allá, pues desde mi experiencia entiendo perfectamente que el consumo de estupefacientes viene precedido por sentimientos de culpa, frustración, depresión, por problemas familiares… Emociones que se encuentran sumamente reprimidas en la mente y de las que incluso no son conscientes las propias personas que las sufren.
Por eso aplaudo la decisión del gobernador Miguel Barbosa, de instalar en la ciudad de Puebla un nuevo centro de tratamiento contra las adicciones que combata desde la raíz y prevenga -qué importante es esta palabra -su consumo, para que las futuras generaciones se ahorren esos diez a quince años de sufrimiento que representa andar «en el fondeo».
Solo espero que un día no despertemos del viaje y, horrorizados, nos demos cuenta al igual que el joven que mató a sus parientes, que ya es demasiado tarde.