El 28 de octubre, como parte de las fechas destacadas que preceden al Día de Todos los Santos, se dedica a conmemorar aquellos difuntos que murieron solos, que partieron trágicamente, como resultado de accidentes o de actos violentos. La historia de México nos aporta año tras año motivos para conmemorar en este día a todas las víctimas del abandono y el desentendimiento que ha sumergido a la sociedad, desde hace muchas décadas, en el temor contenido y la resignación ante la espera de la tragedia cotidiana.
El 13 de enero de 2021, Betzabé Alvarado Gallardo fue vista por última vez en la unidad habitacional Villa Frontera. Desde ese día Esmeralda Gallardo, su madre, movió cielo, mar y tierra para encontrarla, para mitigar el miedo que se siente al saber a un hijo lejos de los brazos y la protección de su madre, en la soledad de un lugar desconocido. Y así, en ese mismo abandono quedan niños huérfanos a quienes sus madres les son arrebatadas por el machismo, la ignorancia, la violencia, el crimen y otras calamidades más que parecen ganar terreno en todo el país ante la mirada absorta de quienes deberían contenerlas.
Esmeralda adoptó un nuevo rol además de cumplir con los de esposa, madre y trabajadora. Ahora, Esmeralda también era buscadora. No se sentó a esperar las 72 horas que marca la Ley como margen para iniciar oficialmente la búsqueda de una desaparecida, aún con una Alerta de Género que lleva más de 6 años activa y cuya importancia se ha desvanecido entre el cambio de poderes, el vaivén de los mandos y la desaparición de áreas especializadas para la atención de mujeres víctimas de violencia.
Ante la desoladora realidad y los oídos sordos de las autoridades, Esmeralda Gallardo encontró en la ONG “Voz de los Desaparecidos en Puebla” el cobijo, la comprensión y el apoyo para continuar la búsqueda de Betzabé. Estos grupos de activistas que defienden la voz de las madres buscadoras se han convertido en el refugio de las almas en pena que ante la tragedia de perder a un hijo toman una pala y rascan en los lugares más recónditos del país, aquellos en los que la autoridad se doblega ante la imposición de nuevos gobiernos criminales, para tener al menos unos restos para llorar.
Hace un par de años, la historia de otra madre buscadora, Marisela Escobedo, inundó las redes sociales. El documental “Las Tres Muertes de Marisela Escobedo” retrataba los momentos que, de a poco, terminaron con la vida de esta mujer quien, tras perder a su hija a manos de su exesposo coludido con el crimen organizado, tuvo que ser víctima también de la impunidad al verlo puesto en libertad tras un juicio plagado de negligencia y corrupción. Finalmente, la vulnerabilidad en que fue abandonada Marisela provocó su muerte en 2010, justo afuera del palacio de gobierno de Chihuahua, donde diariamente se apersonaba para increpar a las autoridades por su ineptitud.
El que no aprende de su historia, está obligado a repetirla. ¿Será que las autoridades ya ni siquiera intentan controlar el cúmulo de problemáticas que mantienen a las mujeres mexicanas sumergidas en la vulnerabilidad? ¿Será que la nueva tendencia de la política mexicana es mantener una campaña permanente de promesas que nunca se van a cumplir? ¿Por qué las mujeres seguimos siendo utilizadas como ornamentos, ahora para cumplir con las cuotas de equidad de género exigidas a partidos, administraciones y empresas? ¿Cuándo dejarán de secuestrar a la lucha feminista para convertirla en botín político?
Los mitos y las tradiciones siempre han sido formas en las cuales los seres humanos intentamos explicarnos fenómenos que superan los límites de nuestro entendimiento. El Día de Muertos ya se ha convertido en un espacio de expresión transcultural que nos permite, por una temporada, ser lo que no somos, ser lo que queremos ser, burlarnos de nuestros más profundo miedos y confrontar a la muerte de frente y rendirle tributo. Sin embargo, estas fechas también nos invitan a la reflexión, al recuerdo, a no olvidar, y quiero aprovechar este 28 de octubre para recordar a todas las desaparecidas, a todas las mujeres que han perdido a sus hijos y que han muerto en su incansable búsqueda. Un recuerdo para Marisela, un recuerdo para Esmeralda y para todas las madres buscadoras que perecieron en el anonimato, un recuerdo para las fieles difuntas.
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