Se requiere de coraje, integridad y mucha responsabilidad para asumir el liderazgo de un gobierno o una dependencia pública, pero se requiere el doble para reconocer que hay que retirarse y sobre todo para hacerlo a tiempo.
El pasado 20 de octubre, tras polémicas semanas en el contexto político y económico de Reino Unido, Liz Truss, la ya ex Primer Ministro de Reino Unido anunció su renuncia a dicho cargo diciendo: “No puedo cumplir el mandato por el que fui elegida”. Una frase que ha dado vueltas por medios internacionales para exponer un perfil político en derrota.
Sin embargo, poco se habla del valor que requiere salir públicamente a reconocer que no se puede, ni se debe continuar en un cargo para el que no se está capacitado o cuyas responsabilidades no están siendo debidamente logradas. Es decir, lo que mediáticamente se ha señalado como debilidad e incluso desde la mofa pública, es también un ejemplo de honradez que valdría la pena promover entre los servidores públicos de nuestro país.
A inicios de octubre tuvimos en nuestro país un caso similar. En plenas discusiones del TMEC en materia energética, Tatiana Clouthier, ahora ex titular de la Secretaría de Economía, anunció su renuncia. Una noticia que no dejó de sorprender y que mucho resaltó por el mensaje de la ex Secretaria de Economía: “Me tocó jugar en las grandes ligas y uno debe saber cuándo debe retirarse, me paso a la porra donde seguiré con ánimo al equipo.”
Sin duda, a diferencia de Truss, quizá la renuncia de Clouthier no era esperada e incluso prevalece la incógnita para comprender el trasfondo de esta. Lo que sí comparten ambas es el temple y el asertividad del tiempo y la narrativa utilizada para anunciar sus renuncias. Estos acontecimientos permiten la reflexión sobre la urgencia de más liderazgos responsables, vulnerables, pero no por eso débiles, sino sensibles con las necesidades sociales y firmes al compromiso de encauzar su labor para satisfacerlas.
En nuestro país pocos funcionarios se separan del cargo a voluntad y con humildad, más son aquellos que incluso se aferran al poder de manera reiterada. Si bien, la prevalencia de funcionarios en los cargos no es indicador para medir la calidad de los resultados, el aprovechamiento del tiempo hace la diferencia.
En México, el ejercicio de la rendición de cuentas es el mecanismo que se supone debe favorecer y velar por la eficiencia. Sin embargo, no es garantía. Es más regular que administraciones completas culminen con el mínimo indispensable de sus funciones, para luego repetir como López Portillo en su último Informe de Gobierno: “Soy responsable del timón, pero no de la tormenta.”
En nuestro país parece ser más vergonzoso retirarse antes de tiempo reconociendo lo que se puede y no ya aportar, que aferrarse al poder sin verdaderos resultados, solo argumentado con excusas y repartiendo culpas. Si en nuestras manos está, ojalá que pronto busquemos más representantes con liderazgos íntegros antes que aferrados.