A medida que transcurre este gobierno, se ponen en evidencia las similitudes entre Andrés Manuel López Obrador y el expresidente Benito Juárez, principalmente en lo que compete a la división de opiniones que genera el tabasqueño.
Al igual que le ocurrió a Benito Juárez -y al igual que le sigue ocurriendo -López Obrador es una figura que lo mismo genera simpatías que animadversiones. Mientras que hay un grupo muy nutrido de compatriotas que lo celebran y lo vitorean, hay otro igual de grande que lo considera un dictador y lo abuchea con cada declaración que emite.
Sus recientes viajes a la ciudad de Nueva York -donde AMLO presidió el Consejo de Seguridad de la ONU -y a la Casa Blanca en Washington, como parte de una reunión trilateral con los líderes de Estados Unidos y Canadá, brindan una muestra de lo inédita que es la figura del presidente, quien fue recibido por personas que le cantaron las mañanitas, le lanzaron vivas y le llevaron «serenata».
Pocas veces un presidente mexicano tiene la oportunidad de presidir el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y es por eso digno de llamar la atención que los tiempos en que vivimos hayan desembocado en un momento tan especial, que recuerda igualmente la coyuntura en la que desempeñó el expresidente Benito Juárez, quien por cierto también convivió con otro gran mandatario estadounidense: Abraham Lincoln.
Pero lo memorable en ambos casos es la polémica que generan las figuras de Juárez y López Obrador entre los mexicanos, la primera de ellas aun casi dos siglos después de su tiempo, pues todavía hoy hay quienes desprecian al exgobernante oaxaqueño, restándole de plano los muchos logros obtenidos, calificándolo como farsante y principalmente basado en sus características físicas para menospreciarlo.
En el caso de López Obrador, las divergencias en su contra datan desde hace mucho tiempo, probablemente desde que era un político local en su natal estado, y se han ido acrecentando a medida que su popularidad y cargo político aumenta.
Muchas de estas animadversiones nacen precisamente de una antipatía natural por parte de la gente en contra de todo lo que salga de boca del presidente: sus dichos, sus gestos, sus risas y sus expresiones. Y probablemente seguirán a pesar de que culmine su mandato, incluso si AMLO fallece.
Probablemente el actual mandatario mexicano, quien siempre ha querido emular al Benemérito de las Américas, comparta con él las discrepancias y esté destinado a ser un figura polémica más allá de sus días.
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