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Néstor Camarillo, el sepulturero del PRI

Eduardo Rivera debería recapacitar si le conviene seguir cargando sobre sus hombros este lastre tricolor o romper con la alianza con el PRI antes del inicio de las precampañas, pues de nada le sirve o le suma arrastrar con un cadáver que ya comienza el proceso de descomposición
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El Partido Revolucionario Institucional, tras siete décadas en el poder, comenzó con su irreversible proceso de extinción.

El dinosaurio, por fin, parece que ya no estará ahí.

“Lo que nació como un proyecto revolucionario que buscaba reestructurar la sociedad mexicana se convirtió en un sistema de partido hegemónico en el que la concentración del poder, las prácticas autoritarias y la corrupción dieron forma a un sistema popularmente conocido como la dictadura perfecta”, describe a la perfección la articulista chilena Victoria Ontiveros en un brillante escrito titulado El PRI, 70 años dominando México publicado por el sitio web El Orden Mundial.

Tras perder por primera vez el poder hace poco más de veinte años, el que alguna vez fue conocido como ‘el partidazo’ logró corregir el rumbo y regresar a gobernar al país tan solo doce sexenios después de la mano de Enrique Peña Nieto, un político que rompió el molde de aquellos políticos “de la vieja guardia” y que le dio al Revolucionario Institucional una falsa esperanza de una refundación bautizada como el PRI Siglo XXI o el PRI 2.0.

La realidad es que el peñismo solo un oasis en el desierto.

Un simple espejismo que aplazó por otros seis años más lo inevitable.

La lenta agonía del priismo a nivel nacional y en lo local es solo la crónica de una muerte anunciada.

Y es que, el partido tricolor jamás supo coexistir como un partido opositor tras 71 años de formarse, crecer y autodestruirse en el poder.

Cuando el PAN por fin logró la alternancia en el 2000 de la mano de un perfil irreverente y cómico como lo fue Vicente Fox, el Revolucionario Institucional supo acomodarse como un mal necesario para cogobernar con su rival histórico y aprovecharse de su novates y limitaciones naturales, políticas y mentales del primer presidente emanado de la derecha mexicana.

Durante el sexenio de Felipe Calderón, el priismo en el país tampoco asumió un papel de oposición, lugar que desde ese entonces ocupó de manera patrimonial Andrés Manuel López Obrador, para convertirse en su socio del entonces presidente panista, quien encontró en Manlio Fabio Beltrones y Joaquín Gamboa a sus dos principales comparsas, quienes le ayudaron a mantener a flote el barco.

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El amanisiato entre Calderón y Peña Nieto confirmó lo que desde ese entonces AMLO bautizó como la mafia del poder.

En su pecado, el tricolor llevó la penitencia que ahora es un acta de defunción.

En Puebla, el PRI no fue ajeno del panorama nacional, pues estas prácticas genuflexas fueron bien aplicadas durante el morenovallismo y ahora con los gobiernos de Morena.

El Partido Revolucionario Institucional en el estado jamás se alzó como un dique de los gobiernos panistas ni mucho menos ahora con las gestiones de la 4T.

Es más, el éxodo de priistas al Movimiento Regeneración Nacional está dejando al partido tricolor como una casa no solo vacía, sino en ruinas y a punto de colapsar por la pésima gestión que encabeza Néstor Camarillo, quien se encargó de darle los últimos golpes a los lastimados cimientos del que fuera el partido hegemónico en la entidad y que apenas en el 2018 logró ganar 81 alcaldías.

Camarillo Medina desde su arribo a la dirigencia estatal del PRI se dedicó a excluir, pisotear y humillar a las y los pocos referentes con los que aún contaba el partido, como Jorge Estefan, Blanca Alcalá o Juan Carlos Lastiri.

El caso más representativo es el de Estefan Chidiac, quien como líder estatal pudo recomponer un poco el camino tras la severa crisis por la que atraviesa el partido tricolor.

El hoy diputado apartidista y líder del nuevo grupo plural en el Congreso local fue desbancado de la candidatura de la alianza “Fuerza y Corazón por México” a la primera fórmula al Senado de la República por acuerdos inconfesables de su líder nacional, el infame Alejandro Moreno –el gran asesino del PRI–, y Néstor Camarillo, quien se agandalló de manera inverosímil esta posición, que es un pase automático a la próxima legislatura de la Cámara alta.

Así como Moreno Cárdenas es un político con un apetito insaciable de poder, su símil aldeano, Néstor Camarillo, es aún peor.

Camarillo Medina es el único responsable de que el priismo poblano está al borde de la extinción y es la burla en todo el estado.

Eduardo Rivera debería recapacitar si le conviene seguir cargando sobre sus hombros este lastre tricolor o romper con la alianza con el PRI antes del inicio de las precampañas, pues de nada le sirve o le suma arrastrar con un cadáver que ya comienza el proceso de descomposición.

Néstor Camarillo será recordado como el sepulturero del PRI.

Un final digno para el peor dirigente del Revolucionario Institucional y tal vez el último, en su historia.

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