Tonatiuh Maximiliano / @reporteroguapo
Recién se había pronunciado el gobernador Miguel Barbosa por una regulación en los centros de rehabilitación contra las adicciones del estado, cuando el pasado lunes, en pleno Día de las Madres, un nuevo homicidio se cometió en un anexo de Puebla, esta vez en el centro «La Última Oportunidad», de San Andrés Cholula.
Y así, en menos de cinco semanas, hemos tenido noticias de al menos cuatro casos de internos que pierden la vida tras recibir golpes o «castigos» por parte de los responsables (anexos La Piedad y Puerta a la vida) o por desconocidos que llegan a rafaguear el inmueble (grupo AA en San Pablo Tepetzingo, Tehuacán). El último episodio de esta serie es llamativo, pues en el anexo La Última Oportunidad (¡vaya coincidencia en el nombre!), los propios anexados golpearon y mataron al encargado de la puerta para salirse.
Eso sin contar el extraño hallazgo de una mujer drogadicta cuyo cuerpo fue encontrado a metros del centro de rehabilitación «Ayuda Mutua Guerreros en Cristo», de la junta auxiliar Ignacio Romero Vargas. Si las autoridades confirman que el feminicidio ocurrió dentro del anexo, serán cinco los casos de adictos asesinados al interior de espacios que curiosamente se ostentan como «fuentes de vida».
Flagrante y contundente numeralia que obliga a las autoridades a cumplir sus declaraciones, a la Comisión estatal de Derechos Humanos a pronunciarse al respecto y a la sociedad en general a preocuparnos por lo que allí sucede.
Cualquiera podría argüir que un drogadicto lleva una vida difícil, que la única forma de hacerlo entender es con castigo físico y privación de su libertad. Algunos incluso me han recordado que en una batalla cara a cara contra el alcohol y la droga, el ser humano lleva siempre desventaja, por lo que los cuatro o cinco muertos de las últimas semanas son sólo «daños colaterales» de una guerra más grande, esa que inició Felipe Calderón en 2006 contra el narcotráfico y que evidentemente hemos perdido.
Pero que no se engañe nadie: en el trasfondo está la indiferencia de la autoridad por hacerse cargo de una situación que ha permitido, tolerado y en ocasiones hasta fomentado. ¿O acaso alguien duda que la venta de drogas como el «cristal», la «piedra» y la heroína, requieren de la complicidad de muchos en los distintos órdenes de gobierno?
El Estado, pues, ha dejado que particulares se encarguen de curar a los heridos en la batalla. Algunos lo hacen bien, pero la mayoría, como queda en evidencia con lo acontecido durante el último mes, solamente lucran con la desesperación de familias que casi siempre se preguntan en qué momento perdieron a sus hijos.
Los dichos del gobernador Barbosa son fuertes pero irrefutables: ¡algo está pasando en los anexos! En mayo de 2019, la Policía Estatal capturó en Puebla al denominado «Padrino Julio Mix». ¿Quién es este hombre? Se trata de un presunto líder narcomenudista del Mercado La Acocota, quien tenía a su cargo, nada más y nada menos que un centro de rehabilitación en dicho barrio de la ciudad capital, donde además de proveer droga a los internos, les obligaba a salir a vender el estupefaciente y cometía contra ellos toda clase de violaciones a sus derechos humanos, desde golpizas hasta abuso sexual.
Tal y como lo lee. Las historias me las contaron directamente exinternos que lograron escapar una mañana en la que sometieron al encargado de las llaves. Algo similar a lo que se vivió el lunes en San Andrés Cholula.
También he sabido de aquellos quienes se anexaron para evadir la acción de la justicia. Se trata de pandilleros que entre otras cosas, fueron contratados en 2018 para vandalizar casillas en la que hasta ahora es considerada la elección más violenta de la historia de Puebla. ¿Son los anexos verdaderos espacios para la rehabilitación o más bien se han convertido en refugio de delincuentes, tal como señaló el mandatario estatal?
Lo peor de todo es que nadie actualmente está exento de que alguno de sus familiares o incluso él mismo o ella misma, termine en uno de estos anexos donde solo dos de cada cien, leyó usted bien: dos de cada cien logran recuperarse.