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Puebla, la carnicería

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En los últimos días, los poblanos hemos sido testigos de lo que parece un preámbulo en el incremento de los delitos de alto impacto que, pese a las más recientes cifras de percepción de inseguridad proporcionadas por el INEGI, apuntan a que la marea de la violencia sólo se alejó para golpearnos con más fuerza inesperadamente.

Cuerpos embolsados y tirados en parques públicos casi a diario, asesinatos a plena luz del día… El caso más escalofriante fue el de los restos humanos arrojados «por entregas» en uno de los parques más céntricos de la ciudad.

Ante todo esto, la respuesta del alcalde capitalino apunta a una vieja receta, ya escuchada muchas veces antes por parte de otros gobiernos panistas: «se trata que gente que viene de fuera», dijo en un intento de minimizar la situación, como si los poblanos de otras ciudades valieran menos, o como si el hecho de que delincuentes arrojen en la vía pública cuerpos desmembrados, no fuera evidencia suficiente de que la seguridad está fallando.

En efecto, es probable que los cuerpos encontrados correspondan a personas que viven en otros estados o en otros municipios; y también estoy consciente de que no son personas «decentes» las que sucumben a esta manera tan horrible de morir. Me queda claro que se trata de probables delincuentes y que todos están relacionados con el consumo y venta de drogas duras.

En esta columna se ha escrito hasta el cansancio que la incidencia delictiva, la violencia y la criminalidad están íntimamente ligadas con el trasiego y venta de sustancias psicoactivas, especialmente cristal y piedra. Pero esto tampoco puede ser un pretexto para que las autoridades se desentiendan del caso.

El periodista Javier Arellano, autor de la columna «Cúpula», escribió recientemente que lo que presenciamos en la capital es un mensaje del crimen, cuyos autores buscan someter a otros grupos violentos que hoy por hoy operan en la ciudad. Se trata, señaló Arellano, de la llegada de un nuevo cártel del narcotráfico que quiere ingresar al jugoso mercado de los estupefacientes en la cuarta zona metropolitana más importante del país.

Si la colocación de cadáveres descuartizados es un mensaje de los grupos criminales, la respuesta del alcalde de Puebla no debería ser menos que contundente sobre la forma en que piensa atajar esa embestida (le sorprendería al lector saber que los primeros en leer los diarios y escuchar las noticias son los delincuentes, quienes buscan conocer de qué forma las autoridades procesan las señales que les envían).

Personalmente, estoy fascinado con el genio comunicativo de Miguel Barbosa, quien aprendió de la política que los medios de información sirven para mandar a decir las cosas adecuadas a los grupos específicos en los momentos exactos, y ante la carnicería de los últimos días, no se ha cansado de pedir a los poblanos: tengan calma.

Pero el edil angelopolitano se ha quedado prácticamente mudo, y apenas ayer rompió el silencio para decir -como tantas otras veces en su anterior administración-«los asesinados no vivían aquí». Esa respuesta por cierto, me recuerda al difunto Rafael Moreno Valle, quien en los momentos más difíciles de su sexenio, cuando aumentaron los homicidios y los robos, siempre se excusó señalando que la criminalidad nos llegaba por la cercanía con otros estados cuyos índices delictivos son de los más considerables.

Y tal vez sea cierto, pero a estas alturas ya no se puede argumentar que los cuerpos provienen de otras entidades o zonas, y mucho menos, si eso significa que Puebla se ha convertido en el tiradero favorito de cadáveres por parte de los grupos de delincuentes.

(Por cierto: mi reconocimiento al extraordinario trabajo periodístico que hicieron Carlos Galeana, Guadalupe Juárez y Mario Galeana en Manatí, donde abordaron un tema que también ya se ha tocado en esta columna, y que nos regresa de nuevo al punto central de todo este fenómeno: el consumo y la venta de sustancias prohibidas, que en estos casos no se combate por parte de los grupos policiacos, si no que únicamente se ha convertido en una simulación, cuyas víctimas propiciatorias son los consumidores de menores ingresos económicos, a quienes se les siembran drogas en un afán de aparentar que la guerra, la están ganando los azules. Lo recomiendo ampliamente).

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