¿Por qué tenemos tanto temor de sentirnos y mostrarnos frágiles emocionalmente? ¿Es acaso la percepción de sentirnos en riesgo de ser lastimados? ¿Posiblemente no queremos aceptar la dualidad de la vida: Así como gozamos también sufrimos?¿Por qué esa necesidad de ser perfectos? Tal vez nos aterra sentirnos rechazados, por eso evitamos a toda costa sentirnos solos y vacíos ¿Entonces el temor es enfrentarnos a nosotros mismos? ¿Nos provoca pánico ser humanos; imperfectos, impermanentes y erráticos?
Vivir negando nuestro dolor, nuestros miedos, nuestras emociones parte de la idea impuesta por la sociedad, esa donde «fuerte» es aquella persona resistente, que puede con todo, aun mutilándose emocionalmente, evitando sentimientos incómodos: tristeza, miedo, rabia, entre otros. Negándole el mostrarse sensible u honestamente ante los demás, pues existe la exigencia comunal de ser felices a toda costa, aunque, nuestra naturaleza intrínseca no pueda darnos el gozo permanente.
Ser vulnerable es ser valiente, se requiere de una gran fortaleza para aceptarnos como seres frágiles y para mostrarnos de esta manera ante el mundo, pues nos deja descubiertos emocionalmente. Al reconocer sanamente nuestra luz, pero sobre todo, nuestras sombras, errores y heridas como parte de nosotros podemos iniciar con nuestra reconstrucción, vivir de una manera más ligera, permitirnos ser genuinos sin poses o máscaras. De esta forma tendremos una relación consciente y profunda con nosotros mismos y con los seres que nos rodean.
Y para muestra de esa valentía y de las heridas transformadas en arte Olivia Teroba, nos ofrece Un lugar seguro: Once ensayos muy íntimos donde la escritora originaria de Tlaxcala, México muestra un libro lleno de sensibilidad, de reflexiones personales. En un escrito muy breve, pero profundo, Teroba, nos lleva a reflejarnos en ella.
Me da la sensación que Olivia tiene su lugar seguro y aquel es ella misma, su escritura delata esa conexión propia, esa constante introspección.
Me reconocí en las experiencias y cuestionamientos que Teroba muestra en este libro, resuenan en mi interior, en esas heridas que aún duelen, por eso Un lugar seguro se siente como una plática tranquila con una amiga o hermana. En ocasiones como si te estuvieras hablando al espejo.
Dentro de sus ensayos Teroba reflexiona sobre su relación con la escritura, partiendo de su condición de mujer en una sociedad donde se favorece en mayor medida a los escritores. Nos cuenta sobre su desánimo para escribir a veces ocasionado porque “no hay mayor freno para la escritura que la indiferencia de los lectores”.
Con total sinceridad escribe que la inspiración no siempre está presente, peor aun cuando la exigencia del capitalismo llamada productividad la carcome. Pero cuando logra romper este bloqueo, la escritura le permite enlazarse consigo misma, como una forma de vaciar en papel su mundo interior, es alimentado por la observación de todo lo que la rodea. Para ella, escribir es una medicina que cura los males que no tiene y nos dice: “Es la historia que nos contamos a nosotros mismos, la que da un frágil sentido a todo”.
Nos expone acerca de su vínculo familiar, de sus recuerdos adolescentes, su lugar de nacimiento y crianza. Las relaciones familiares violentas, sutiles o exacerbadas, en las que ha estado inmersa y su análisis sobre cómo ha repetido esos patrones familiares.
Olivia nos habla de la manera en que ella vive la tristeza, ese sentimiento que la hunde pero que ya reconoce inventando sus rituales para salir a flote.
Esto también me lleva a reflexionar que en ocasiones, a través de momentos de crisis, de mucho dolor, de sentirnos solos, cuando nuestro propio espacio, donde se disfrutó alguna vez puede convertirse en una jaula de donde se desea salir, es donde tenemos la oportunidad de comprender, de aprender, empezar a cuidarnos y tratarnos pacientemente para empatizar con los demás, principalmente a los que antes juzgamos. Tocar fondo es una excelente oportunidad, como lo dice Teroba, para obtener la ansiada voluntad de no querer estar más ahí, a través del hartazgo y el error podemos avanzar.
El equilibrio perfecto, sin caos no hay orden o como lo dice Hemmingway: “Estamos todos rotos, así es como entra la luz”.
Durante su texto la autora menciona a Tlaxcala como ese lugar al que siente pertenecer, se refiere a él constantemente. Pareciera que a partir de él observa y reconoce su entorno, pero sin romantizarlo, permitiéndose ver su realidad: un estado donde la violencia está presente en la forma de trata de personas y explotación de mujeres.
La Culpa, es uno de los ensayos que más me impresionó por la manera en que Olivia relaciona este sentimiento colectivo para después aterrizarlo en algo personal. Su reflexión acerca de esta sensación interna permanente de haber hecho algo mal, surgió a partir de ese prejuicio que tiene la sociedad mexicana sobre Tlaxcala al juzgarlos de traidores por haber colaborado con los españoles en la conquista de Tenochtitlán.
Menciona la gran influencia que su abuelo, quien fue cronista de su ciudad, tiene sobre ella.
Así como su primer acercamiento con Elena Garro cuyo interés nació al conocer el título de su obra: “La culpa es de los tlaxcaltecas”, tal parece que al estudiar la vida de Garro empatizó con ella, a tal grado de convertirse en una de sus escritoras referentes pues tiene un ensayo completo dedicado a la precursora del realismo mágico.
“La narración es tiempo. Narrar es habitar a través de la palabra, nuestro tiempo. No me refiero solo a la literatura, también habló de nuestras anécdotas cotidianas, comenzando con los recuerdos”. Olivia Teroba
Por otra parte, la autora tlaxcalteca nos cuenta que tuvo que reaprender nuevas formas de convivencia entre mujeres basado en el cuidado y el cariño. Expone que la falta de visibilidad y la dificultad sobre la amistad femenina reside en la falta de autoestima en las mujeres, implantada por las ideas que el patriarcado nos impone para competir. En realidad, hacer lazos no solo con nuestras amigas, sino con todos los seres sensibles se origina en el cuidado y afecto mutuo. Nos recuerda que la protesta más anticapitalista es cuidar de nosotros mismos y del otro para construir una hermandad radical, así como una sociedad interrelacionada.
Me siento muy identificada con este texto. Tal vez la intención de la autora no es dar una lección de vida, sino simplemente vaciar todo lo que tiene que decir en una hoja de papel, pero es inevitable que este libro inspire. En mi ha incitado a tener un mayor diálogo conmigo misma, donde la paciencia esté presente, a asumir mis pensamientos, sensaciones incómodas o agradables, mis experiencias y mi historia de vida como oportunidades para analizar y observar con los ojos bien abiertos. Me ha alentado a inventar y frecuentar mis refugios, lo que me da paz cuando me siento indefensa: Leer, sentarme frente al mar, escuchar música, bailar y apapachar a mis seres queridos, aún a la distancia.
Así como lo dice Virginia Woolf: “Nuestros refugios frente al mundo: libros, el mar, y la soledad”.
Teroba nos dice que para construir un lugar seguro ya sea íntimo o externo se necesita de cuidado, reconociendo la fragilidad e impermanencia de nuestra vida. También es importante tener confianza ante el temor, no quiere decir que no debamos sentirlo, se puede actuar con miedo pero sin consumirnos por él, para ello podemos recurrir a esos lugares, actividades o personas que nos hagan sentir en armonía, donde podamos ser sin sentirnos juzgadas y donde la vulnerabilidad sea oportunidad de conectarnos a través del afecto.
Yo me siento hija del mar, cada vez que estoy frente a esa energía, la cual considero femenina, me causa una sensación de pequeñez, una minúscula parte del universo pero después de cobrar consciencia de ello, paradójicamente surge en mí una sensación de fuerza y plenitud e inspirada en uno de mis poemas favoritos de Esther Seligson, me digo: Yo soy mi propio mar, yo soy mi propio hogar.
Por eso estoy de acuerdo con Olivia Teroba en que necesitamos crear lugares seguros pero el más importante es aquel que construimos en nuestro interior; procurar el autocuidado para estar a salvo en nuestra propia mente, cuerpo y espíritu.
Yo soy mi propio mar
el barco en que navego
el puerto
la escala
el adiós
el encuentro
el viaje
y el trayecto
no hay errancia
solo un perpetuo zarpar.
También soy mi propia isla.
− Esther Seligson.
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