Por: Tonatiuh Maximiliano / @reporteroguapo
Karla López Albert, Paulina Camargo Limón, Mara Castilla Miranda, Patricia Mora Herrera, Nazaria Irais Simón, Agnes Torres Hernández, Thalía Martínez Ramírez: todas son parte de una lista muchísimo más larga que desde hace una década mantiene en luto a Puebla.
A todas las asesinaron o desaparecieron en razón de su género o identidad y todas representan a su vez a cientos de familiares heridos, mutilados en su corazón, que nunca jamás podrán reponerse por la pérdida tan trágica de su ser querido.
En 2011, primer año del gobierno de Rafael Moreno Valle, comenzaron a hacerse visibles los casos de mujeres que desaparecían y tiempo después eran encontradas sin vida en condiciones innenarrables. Recuerdo precisamente la historia de Thalía Martínez por ser estudiante de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la BUAP y por ser una de las que cobró mayor relevancia, al grado de que tuvo que intervenir la PGR.
En 2012 vino el caso tan mediático de Agnes Torres, que por ser activista trans, cimbró las fibras morales del primer gobierno panista del estado, así como de una sociedad hasta entonces reacia a tocar ciertos temas en el espacio público. Pero Puebla estuvo en el ojo del huracán y lo ha estado desde entonces, con todos los episodios de violencia de género que se han multiplicado.
Vino después la desaparición de Karla López, la de Paulina Camargo -cuyo cuerpo hasta la fecha no ha sido encontrado -, la de Isarve Cano, la de Verónica Espinoza y tantas otras que sencillamente no cabrían en este espacio, ya que la lista es tan grande, tan inmensa, que incluso rebasa a las propias autoridades.
Durante años nos hemos acostumbrado a llevar un conteo de los casos que los medios de comunicación hacen públicos, contrastados con los que el gobierno reconoce, además de la labor incalculable de las organizaciones sociales, sin que la cifra disminuya o los asesinatos y desapariciones nos dejen de impresionar.
2017 marcó sin duda un parteaguas en materia de feminicidio y violencia de género en Puebla, por ocurrir en ese año los hechos más dramáticos conocidos, como el asesinato de Nazaria Irais, conductora de taxi que tenía tres trabajos para costear la enfermedad de su hijo; el de Mara Castilla, que sacudió a una de las universidades privadas más importantes del estado y además evidenció la falta de seguridad en las plataformas de transporte ejecutivo, y otro más que particularmente me conmovió, el de la profesora Patricia Mora Herrera, de Zacapoaxtla, a cuyos familiares revictimizó el gobierno municipal y la Fiscalía.
Las muertes y desapariciones de mujeres son imparables, y lo peor es que no son exclusivas de nuestro estado. Tan sólo la vecina entidad, Tlaxcala, cuenta con su propio escaparate del horror feminicida, teniendo como botón de muestra el caso de la desaparición de Karla Romero Tezmol, de tan sólo 11 años, a quien sus padres vieron salir por última vez en San Pablo del Monte cuando se dirigía a la escuela.
Si hacemos una pequeña remembranza de las historias aquí citadas, podríamos escribir una temporada especial para «La ley y el orden UVE», la famosa serie policial de Estados Unidos, cuya protagonista, Olivia Benson, ha luchado durante 22 temporadas contra los estereotipos, la violencia machista, el pacto patriarcal y la normalización de esta tragedia que marca nuestros tiempos.
Y sin ofender la memoria de las víctimas, que no son parte de ningún programa de televisión sino seres humanos de carne y hueso, lo sucedido a estas mujeres en Puebla y a sus familiares resulta mucho más impresionante, mucho más aterrador que los casos relatados en la serie de Dick Wolf, acaso porque estos últimos forman una ficción, mientras que los primeros son ya parte de nuestra historia como sociedad contemporánea.
¿Necesitamos una detective Olivia Benson para Puebla, que venga a investigar con perspectiva de género las denuncias por desapariciones, violación y hostigamiento, acoso, agresión, feminicidio en el estado, que no violente nuevamente a los familiares ni les cierre la puerta en la cara?
Lo que necesitamos es cambiar la cultura en general, que hace pensar a muchos hombres que se puede matar a una mujer impunemente, porque simplemente no pasará nada.