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¿Y después del 8M qué?

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Cada 8 de marzo crece la esperanza de que México avance hacia un país libre de violencia contra las mujeres, machismo o misoginia y su respete su libre derecho de elegir sobre sus cuerpos y el respeto íntegro de sus derechos humanos.

Algo por lo que no tendrían que luchar y debería ser natural.

La llamada marea morada que año con año suma a miles de mujeres que toman las calles a lo largo y ancho del territorio nacional y en sus 32 estados conmueve hasta al más insensibles y hace que entremos en razón sobre sus exigencias, luchas y enojo en contra de todos las agresiones, acosos, desapariciones, violaciones y feminicidios de las que son objeto.

No, no es una celebración.

Mucho menos es una moda.

No faltan aquellos que ven la oportunidad perfecta para colgarse de la revolución feminista para hacer campaña y hasta visten corbatas moradas e inundan sus redes sociales con mensajes a favor de las mujeres, cuando en la realidad son los primeros en hostigar laboral y sexualmente a sus colaboradoras, violentan a sus parejas o deben las pensiones para sus hijos.

La aprobación en el Congreso del estado de la Ley Monzón y de la Ley Malena son los ejemplos perfectos de cómo los políticos de medio pelo intentaron acaparar estas nuevas legislaciones que castigan con penas corpóreas más severas a quien agreda con ácido a alguna mujer y con retirar de manera definitiva la patria potestad a los feminicidas.

El triunfo fue solo de ellas, pero para eso tuvimos que tener los lamentables casos de Cecilia Monzón de Elena Ríos.

Lo sabemos, hay personas que siempre quieren ser las quinceañeras de los XV años.

Sus discursos a favor de las mujeres, sus moños morados y su sororidad falsa nadie se las cree.

Lo que hemos visto en la última semana retrata a la perfección la descomposición social que vivimos y justifica en su totalidad las manifestaciones e intervenciones de monumentos, oficinas públicas e iglesias que las mujeres hacen a su paso por la marcha denominada como #8M.

Después del 8 de marzo hemos visto que la violencia ha ido en aumento de una manera escalofriante en Puebla.

Y para eso, por crudo que suene, no hay antídoto ni estrategia pública ni programa de gobierno federal, estatal o municipal que funcione.

La solución está en el seno familiar.

Como lo he mencionado en otras entregas de esta columna, la sociedad vive una terrible descomposición y la violencia contra las mujeres es cada vez más cruel, sórdida y frecuente.

Este reportero tuvo la oportunidad de coincidir con una de las activistas feministas más importantes de Puebla y del país, quien tiene la teoría de que el empoderamiento femenino ha tenido una especie de efecto boomerang en las mujeres.

Al decir de esta voz autorizada, mientras las mujeres más reclaman sus derechos, menos se quedan calladas y más exhiben a sus agresores; los hombres actúan cada vez con más violencia y ya no se detienen para cometer un feminicidio.

Claro que las mujeres no tienen la culpa de nada de esto, por el contrario, somos nosotros como hombres los que tenemos que cambiar y recomponer nuestras masculinidades, así como la forma en la que convivimos con nuestras familias.

¿A qué seres humanos estamos formando en nuestros hogares y estamos entregando a la sociedad?

Los más recientes feminicidios de Pamela Manig Vargas y de María Gabriela de los Ángeles Camarillo retrata a la perfección lo más miserable del machismo que impera hoy –y siempre– en nuestra sociedad.

La facilidad con la que están matando a las mujeres impacta, encabrona y hace que ellan quieran quemarlo todo.

Y que lo hagan.

Dos feminicidios a menos de una semana del 8M.

Qué miseria.

El dato revelado por el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República hace unos días es escalofriante: Puebla es el sexto estado en feminicidios de niñas y adolescentes.

Entre 2015 y 2022, 81 niñas y adolescentes fueron asesinadas en la entidad, de estos 28 se identificaron como feminicidios contra de las menores de edad poblanas.

Estamos acostumbrados a culpar de todo al gobierno, pero poco analizamos lo mucho que dejamos de hacer como padres, hijos o hermanos.

Ahí están los papás machitos que acompañaron a sus hijos a retirar de los tendedores de las UDLAP o del Tec Milenio las acusaciones en contra suya como acosadores, violadores o agresores.

Eso somos, una punta de incongruentes y cobardes.

Las corbatas moradas a empolvarse otro año en el closet.

Y sí…¿después del 8M qué?


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