Esther Ballestrino, la química que arrojaron viva al mar y forjó el pensamiento del Papa Francisco

A mediados del siglo XX, en un laboratorio de Buenos Aires, una mujer de ciencia plantaba las semillas de un pensamiento político y ético que, décadas más tarde, germinaría en el corazón del líder de la Iglesia católica. Esther Ballestrino de Careaga, química paraguaya y militante incansable por los derechos humanos, no solo marcó a Jorge Mario Bergoglio en su juventud, sino que también se convirtió en una figura emblemática de resistencia ante las dictaduras del Cono Sur.
En su autobiografía Esperanza (2025), el papa Francisco recuerda con claridad los años en que trabajó como técnico en el laboratorio Hickethier-Bachmann.
Tenía apenas 16 años cuando conoció a Esther, una mujer que le enseñó el valor del rigor científico y la importancia de pensar políticamente.
“Ella me enseñó a pensar”, escribió el pontífice, destacando que fue su primera gran influencia en temas sociales.

Nacida en 1918 en Fray Bentos, Uruguay, pero criada en Paraguay, Esther Ballestrino se convirtió en una de las pocas mujeres de su generación en egresar de la carrera de Ciencias Químicas en la Universidad Nacional de Asunción.
Pronto, sus inquietudes intelectuales la llevaron a militar en el Partido Revolucionario Febrerista y a fundar la Unión Democrática de Mujeres.
La represión del régimen de Higinio Morínigo forzó su exilio a Argentina en 1947, donde continuó su activismo político.
Junto a su esposo, Raimundo Careaga, también exiliado paraguayo, formó una familia comprometida con las causas sociales. Su casa en Buenos Aires se transformó en refugio para perseguidos políticos de toda América Latina, mientras ella seguía visitando Paraguay de forma clandestina.
El despertar político de Bergoglio también se dio en esa época. Según narra en su libro, Esther fue quien le habló por primera vez del caso Rosenberg, un escándalo internacional que lo marcó profundamente.
También recuerda las discusiones políticas en su hogar de tradición radical, las visitas a unidades básicas y comités socialistas, y el inicio de una vocación por la justicia social que encontró resonancia más tarde en la doctrina de la Iglesia.
Pero la historia de Esther no se detuvo en sus años como científica. Con la llegada de la última dictadura militar en Argentina (1976-1983), se convirtió en una de las primeras Madres de Plaza de Mayo, tras el secuestro de su hija Ana María Careaga, quien estaba embarazada y fue liberada meses después, tras sufrir torturas en un centro clandestino.

Esther Ballestrino fue arrojada viva al mar
Esther, que había enfrentado la represión en Paraguay, decidió quedarse en Argentina y seguir luchando. El 8 de diciembre de 1977 fue secuestrada por un grupo de tareas de la ESMA luego de una reunión en la iglesia de la Santa Cruz, junto a otras 11 personas.
Todas fueron arrojadas vivas al mar en uno de los llamados “vuelos de la muerte”.
Sus restos aparecieron días después en la costa atlántica, pero fueron enterrados como NN. Recién en 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense logró identificar sus restos y los de otras fundadoras de Madres de Plaza de Mayo.
Esther Ballestrino fue doctora en Bioquímica. También fue fundadora de madres de plaza de mayo, amiga de Jorge Bergoglio, militante incansable, desaparecida, secuestrada, torturada y asesinada por la dictadura argentina. Y paraguaya. Les quiero contar sobre ella. pic.twitter.com/cvFSW8D2Qk
— Helen 🇵🇾🇦🇷 (@el_enfoque_) March 24, 2025
En un gesto cargado de simbolismo, el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, autorizó que fueran enterradas en la iglesia de la Santa Cruz, el lugar donde fueron secuestradas.
Décadas más tarde, ya como Papa, Francisco declaró ante la Justicia argentina durante el juicio por crímenes en la ESMA. Allí reafirmó la huella que Esther dejó en su vida:
“Le debo mucho a esa mujer. Me enseñó a trabajar, me enseñó a pensar”.
El vínculo trascendió el tiempo. En 2015, Francisco recibió en Paraguay a Ana María Careaga, hija de Esther, y en 2024 se reencontró en el Vaticano con Anita Fernández, nieta de la química y defensora de derechos humanos nacida en el exilio.
“Era una mujer extraordinaria, la quería mucho”, concluyó Francisco.
