Ni en su último informe de gobierno, la presidenta municipal de Puebla fue capaz de reconocer los errores que cometió en su intento de gobernar la cuarta ciudad más importante de México. Claudia Rivera Vivanco se mantuvo dentro de una burbuja de irrealidad en la que todos son culpables de su desastre menos ella.
La alcaldesa emanada de Morena se paró en un templete montado afuera del Palacio Municipal vestida con los colores de su partido. Frente a ella había una pantalla gigante en la que leyó el discurso que duró cerca de una hora.
Abajo del escenario sentaron a sus más fieles seguidores. Aquellos que formaron parte de su círculo de primer nivel y que fueron incapaces de decirle que se equivocaba en la toma de decisiones. El mismo grupo que le aplaudió una y otra vez las ocurrencias que se aplicaron en la ciudad.

Claudia Rivera y sus vasallos serán recordados como un grupo efímero en el poder municipal. Solo basta con observar que entre los asistentes no hay un gobernador, un presidente del Congreso Local, o el titular del Poder Judicial del estado.
Las sillas fueron ocupadas por la familia de la presidenta municipal, por uno que otro periodista, por empresarios desconocidos y por trabajadores municipales. Pero los huecos eran visibles.
En el telepronter nunca apareció una frase de disculpa a los poblanos por las carencias del Ayuntamiento. No apareció una sola frase de autorreflexión por la aplastante derrota en el camino a la reelección. Al contrario, se presentó a una ciudad totalmente diferente a la que transitamos todos los días.
En la burbuja de irrealidad de Claudia Rivera, su gobierno es de récords en inversiones y sin precedentes en servicios públicos y en obra pública.
La realidad es que la Angelópolis está llena de baches y las calles de las juntas auxiliares siguen en terracería.
En la burbuja de irrealidad de Claudia Rivera, su gobierno luchó por el empoderamiento de las mujeres y por erradicar el machismo.
La realidad es que entre sus principales invitados se encontraba Andrés García Viveros, su ex colaborador acusado de hostigamiento sexual, cuya víctima fue abordada por la presidenta para que perdonara a su agresor.
Claudia Rivera se paseó con su «hermanito» Andrés García en Cabildo, en el zócalo y en Los Sapos, sin llevar consigo el recalcitrante feminismo que pregonó en tres años.

En la burbuja de irrealidad, los culpables de sus tropiezos fue en primer lugar lidiar con cinco gobernadores en el arranque de su gestión, luego la pandemia, y por último la administración estatal de Miguel Barbosa que le intentó quitar el control de la seguridad.
Al término de la perorata, la presidenta presentó a cada integrante de su gabinete y subieron a la tarima para que entre ellos mismos se aplaudieran.
Mientras se felicitaban, a los asistentes les entregaban unos pequeños tubos en los que dentro estaban cautivas mariposas blancas. Nadie entendió que tenía que hacer. Algunos las liberaron, otros solo observaron que ya estaban muertas.
Con su grupo compacto, Claudia Rivera se dirigió a Los Sapos en donde aguardaba un pequeño festejo con un mariachi integrado solamente por mujeres, al que solo le faltó tocar las golondrinas para hacer más fúnebre el momento que se vivía.
En la burbuja de irrealidad, 3 años fueron un buen principio. En la realidad, faltan ocho días para darle la vuelta a la página.

Fotos: Gran Angular Agencia
