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La vergüenza de Claudia Rivera ante el TEPJF

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La primera vez que conocí a Claudia Rivera fue en el 2018 durante un corto traslado a San Martín Texmelucan para asistir a la visita de Andrés Manuel López Obrador, a la sazón candidato presidencial de Morena.

Sentado a un lado de ella en la misma camioneta, pude notar en la entonces abanderada del Movimiento Regeneración Nacional a una mujer un tanto tímida, sin las tablas de los políticos tradicionales ni tampoco la formación ni las ideologías, pero a alguien bastante entusiasmada en continuar con su campaña que la tenían muy cerca de llevar a la izquierda a presidir por primera vez el Ayuntamiento en la capital.

Rivera Vivanco, en una primera impresión, me pareció una bocanada de aire fresco para la política poblana por su juventud, su espontaneidad y sus ganas de convertirse en la primera mujer nacida en Puebla en llegar al Charlie Hall.

Todo esto se acabó tan rápido como su carrera política.

Una muy fugaz y calamitosa, dicho sea de paso.

Y es que, como lo he mencionado en otras entregas, Claudia Rivera es la mujer que pudo ser, pero que no quiso serlo.

Rivera Vivanco tuvo todo para convertirse en esa gran política que enalteciera el papel femenino en la administración pública, encabezara el cambio generacional de la clase política en Puebla y de paso rompiera el techo de cristal contra el que cientos de mujeres luchan a diario.

Simplemente, Claudia no quiso.

Tal vez, Rivera Vivanco fue víctima de su propia inmadurez política e inexperiencia.

Para nadie es un secreto que a la exalcaldesa la contaminó su equipo compacto conformado por una camarilla de pillos e impresentables como Andrés García Viveros, René Sánchez Galindo o Leobardo Rodríguez, así como un grupo de mujeres que tampoco supieron encausarle o ayudarla como su madre Eloísa Vivanco, Lourdes Martínez, Liza Aceves o Magaly Herrera.

Nadie quiso ni pudo rescatar del naufragio a Claudia Rivera.

Perdida en su propio laberinto y fuera de su realidad, la exedil buscó de manera casi obsesiva y en su peor momento frente a los poblanos una reelección que estaba destinada al fracaso.

Sumida en una soberbia inaudita y cegada por la arrogancia, Rivera Vivanco se negó a reconocer sus propios errores que la llevaron a ser catalogada como la peor alcaldesa de todo México y a ser barrida en las elecciones intermedias del 2021 en las que perdió por más de 20 puntos frente a Eduardo Rivera.

Ni en su momento más bajo, Claudia hizo un ejercicio de introspección y otro de mea culpa para afrontar la realidad que la llevó a dilapidar su prometedora carrera política, que se quedó en tan solo una breve promesa.

En lugar de eso, Rivera Vivanco se abalanzó en contra de todos y contra todo para justificar su derrota y que su venganza pudiera sanar las heridas que le dejó la pérdida del poder, así como el repudio que los poblanos le mostraron en las urnas.

La exalcaldesa emprendió una embestida sinsentido en contra de un fuerte número de periodistas, a quienes en su campaña nos calificó como “basura de los medios de comunicación”.

Tras ser exhibida por el Tribunal Electoral de Puebla como censuradora y violentadora de mujeres, Rivera Vivanco no tuvo más remedio que alargar su agonía hasta la Sala Regional del TEPJF para que solo un milagro la salve de su descenso al infierno.

Eso sí, Claudia Rivera está avergonzada de exhibirse como represora de la libre expresión, intolerante a la prensa y por haber violentado a su excolaboradora Yasmín Flores, a quien la justicia electoral le dio la razón tras meses de lucha.

A pesar de autoerigirse como una persona transparente, Rivera Vivanco solicitó que su nombre fuera reservado de las impugnaciones presentadas en contra de los resolutivos del TEEP que la sentenció como violentadora de género y que también exoneró a los periodistas perseguidos por la antes mencionada.

Sí, Claudia Rivera no quiere ser vista a nivel nacional como la primera mujer en violentar a alguien de su mismo género o ser una censora de medios en Puebla.

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A la estulticia y al repudio se le puede sumar ya la vergüenza.

En algunos momentos de empatía puedo entender el odio –citando al periodista Edmundo Velázquez– que Claudia Rivera siente hacia mi persona, también puedo comprender su obsesión y resentimiento, porque sé lo difícil que debe ser haberlo tenido todo y terminar así.

Espero que algún día, la exalcaldesa regrese a ser esa persona humilde, sensata y receptiva.

Qué difícil estar en los zapatos de Claudia Rivera.


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