En marzo pasado, Miguel Barbosa advirtió, a manera de vaticinio, que 2022 sería un año determinante debido a la explosión de la violencia que en México se viviría.
Las razones que llevan a un gobernante a hacer tal aseveración no las sé, pero sin duda alguna, los hombres y las mujeres que manejan las riendas del poder en nuestro país poseen información privilegiada que les permite hacer conjeturas e incluso, elaborar ejercicios de futurismo sobre el rumbo que tomarán las cosas en materia social, política, económica y por supuesto, de inseguridad.
El momento en que Barbosa advirtió eso fue justo después de que se registrara la masacre de 10 personas en Atlixco, atribuída claramente a un ajuste de cuentas entre miembros del crimen organizado (narcomenudistas).
A partir de entonces, en Puebla como en México se ha vivido una serie de episodios que rebasan la barrera no sólo de lo verosímil, sino que ya incluso nos sumergen en una especie de pesadilla, un thriller violentísimo del tipo «La masacre de Texas (Tobe Hooper, 1974)», «Hostal (Elil Roth, 2005)» o «Asesinos por Naturaleza» (Oliver Stone,1994).
El último de estos episodios ocurrió el lunes en la comunidad rarámuri de Cerocahui, donde fueron asesinados por un sicario apodado «El Chueco», los sacerdotes jesuitas Javier Campos Morales «El Padre Gallo» y Joaquín César Mora Salazar «El Padre Morita». Sus cuerpos fueros sustraídos y recuperados 48 horas después.
El caso de estas ejecuciones es emblemático y podría representar un punto de inflexión (uno más) en la espiral de violencia que venimos viviendo en México desde 2006, porque contradice al discurso oficial que han repetido nuestras autoridades, desde el más bajo hasta al más elevado nivel de gobierno.
Tanto los presidentes municipales como el propio primer mandatario del país han afirmado que en nuestra nación «se están matando entre delincuentes», que todo se trata de una lucha entre bandas por controlar el territorio, e incluso recientemente, el torpe alcalde de Tehuacán, Pedro Tepole, afirmó en una entrevista que a «nadien (sic) matan por casualidad».
Lo que sucedió en Chihuhua demuestra que sí.
Dos casos recientes a nivel local, y uno a nivel nacional -el de los dos sacerdotes -, son el claro ejemplo de que en la república no sólo están expuestos a la violencia aquellos que intervienen en actividades prohibidas.
A la abogada Cecilia Monzón la mandó a matar Javier López Zavala, excandidato al gobierno del estado y expareja de la activista, por atreverse a reclamar la pensión de su hijo (el hijo de ambos) y tal vez con el objetivo de silenciarla ante lo que podría ser un descubrimiento avasallador para el político, en relación con el manejo de sus finanzas.
A otro abogado –Daniel Picazo -, a ese sí lo mataron al parecer por estar en un lugar y momento equivocado (qué terrible tener que escribir que a alguien lo mataron por estar donde «no debía estar», pues esto implica que nuestro derecho de tránsito no está garantizado ya en ninguna parte). Las causas de su linchamiento pueden estar originadas en una serie de factores que van desde la falta de confianza en las autoridades por parte de los pobladores, hasta la naturaleza violenta de ciertos personajes que instigaron a la turba y que, de acuerdo con un reportaje del diario El País, ya estaban acostumbrados a quitar la vida a seres humanos en la Sierra Norte de la entidad.
Ninguna de estas dos víctimas estaba relacionada con el crimen organizado. Como tampoco lo estaban el Padre Gallo y el Padre Morita. ¡No nos puede venir a decir el gobierno que en este nuestro México se mata a la gente sólo porque estaba relacionada con grupos criminales!
Sin duda 2022 será catalogado como «el año violento» y tal vez, la reciente declaración del papa Francisco durante su audiencia pública en Roma represente un parteaguas que obligue a nuestras autoridades a dar un golpe de timón en la estrategia de seguridad.
El «¡cuántos asesinatos hay en México!» de Jorge Mario Bergoglio comenzará a resonar por muchas esferas del ámbito internacional y dará mucho de qué hablar en los próximos días, seguramente.
Por cierto: todo indica que el hombre que acribilló a dos sacerdotes junto con un guía de turistas en Chihuahua y que se llevó sus cuerpos, estaba completamente desequilibrado a causa del intoxicamiento provocado por la ingesta de drogas. Un botón de muestra más de algo que ya se ha escrito con profusión en esta columna.
«Vivimos tiempos de agitación, vivimos tiempos interesantes».
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