En 2020, el mundo ensombreció ante la noticia de una nueva enfermedad potencialmente mortal, fácilmente contagiosa y para la que no había cura.
Los efectos económicos, políticos, sociales y personales del COVID aún los estamos experimentando, pero en lo que poco hemos reparado es en la «facilidad» con la que los científicos encontraron una vacuna, los gobiernos comenzaron con la inmunización a gran escala e incluso, se iniciaron las pruebas de medicamentos que podrían curar este mal.
Sin embargo han transcurrido cuatro décadas desde que la humanidad conoció los términos VIH y SIDA y hasta la fecha no existe ninguna vacuna que pueda inocular a los individuos para evitar que se contagien. Alrededor de 40 millones de personas han muerto a lo largo de todo el mundo desde 1981 -año en el que se diagnosticó el primer caso -hasta la fecha y tampoco existe un medicamento que pueda curar este mal.
¿Por qué una enfermedad que cobra en promedio 700 mil muertes cada año no ha motivado un esfuerzo mundial más encomiable, que 40 años después permita a la humanidad contar con una vacuna? La respuesta primordial es el gran estigma que aún en nuestra época existe hacia las personas que son portadoras de VIH.
Que el SIDA atemoriza y causa escozor no queda duda alguna. Lo causó más en el inicio de la pandemia, cuando se creyó que ésta era una enfermedad exclusiva de homosexuales, que era un castigo divino ante la «depravación» de ciertos sectores de la sociedad o que de podía contagiar a través del contacto directo.
Las primeras notas periodísticas que informaron al mundo de la aparición del VIH cabeceaban en 1981 que se había descubierto un nuevo «cáncer gay» y más tarde, se le llamó al padecimiento coloquialmente «la peste rosa», en relación con la manchas rosáceas que se encontraban en muchos de los enfermos.
La detección del VIH/Sida en otros grupos sociales durante los siguientes años llevó a que algunos medios de comunicación hablaran del «club de las cuatro haches», es decir, haitianos, homosexuales, heroinómanos y hemofílicos.
En otras palabras, la constante a lo largo de estas cuatro décadas ha sido pensar que este padecimiento afecta sólo a ciertos grupos -generalmente minoritarios-, lo cual ha retrasado notablemente la investigación, el apoyo económico, la empatía, solidaridad y la formación de un frente en común que desemboquen en una cura o mecanismo que pueda llevar al mundo a presenciar el fin de la era del SIDA.
Si crees que por ser heterosexual o blanco, conservador o casado no te puedes contagiar, temo decir que estás en un error tan grande que te podría costar la salud o incluso la vida. Si piensas que por que no eres promiscuo, no usas drogas inyectables o tienes sexo sólo con tu pareja, estás exento de contraer VIH, solamente estás contribuyendo a esa forma de pensar que precisamente, ha permitido que 40 años después, estemos quizás tan lejos de encontrar una cura como en los primeros tiempos de esta pandemia.
322 mil 987 contagiados en México desde 1981 y una muerte por SIDA cada minuto a nivel mundial exigen una solidaridad y una empatía que aún en la antesala del 2022, pese a las lecciones que nos ha dado el COVID, no han encontrado.
Leer: Réquiem por Javier López Díaz
