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El bardo entre dos mundos

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¿Quién es el que lee? ¿Cuál es su motivación para tomar un libro? ¿Qué circunstancias lo rodean y cómo se comporta mientras lleva a cabo el acto de la lectura? ¿Cómo le llegan los libros?

Estas cuestiones plantean el escritor, crítico literario e historiador argentino, Ricardio Piglia en el libro: El último lector. Este literato nos conduce en seis capítulos a buscar el significado de ser lector. Tal vez esta búsqueda proviene de su propia naturaleza pues antes de su muerte en 2017, encarnó enérgicamente este sustantivo.

El nacimiento de Piglia como asiduo a la lectura “metódica” fue gracias a la necesidad de impresionar a su novia de la adolescencia que pertenecía a una familia de anarquistas en la cual todos sus integrantes leían ávidamente. Un día a ella le pareció normal preguntarle a quien años después sería considerado como autor clásico de la literatura argentina contemporánea:»¿Estás leyendo algo?», nerviosamente él contestó un título visto en un aparador: “La Peste de Albert Camus”, inesperadamente la chica le pidió el libro prestado.  Sin mucha demora Piglia fue a comprarlo, lo leyó esa misma noche, lo arrugó para que pareciera usado y al siguiente día se lo entregó a la joven.

Su propia historia describe perfectamente lo que considera como un lector; un ser imperfecto pero real, un relato en sí mismo. Por ello en este ensayo nos muestra diversas maneras de leer, dotadas de circunstancias, formas de comportamiento, motivaciones, historias y representaciones, tomando como referencia a grandes autores, personajes literarios, así como históricos, los cuales fueron lectores tanto en la realidad, como en la ficción como Kafka, Borges, Tolstoi, Marlowe, James Joyce, Ernesto “Che” Guevara, Anna Karenina, Sherlock Holmes, Madame Bovary y Ulises. Todos ellos figuras que influenciaron su vida de letras.

El argentino describe al lector como aquel que ha perdido la vista en el acto de la lectura, pues ha pasado la mayor parte de su vida realizando dicha acción, por eso lo es también quien “lee mal, distorsiona, percibe confusamente, pues en el arte de leer, no siempre el que tiene mejor vista lee mejor.» Asimismo, aquellos adictos a consumir textos, según Piglia, son los más puros, pues leer se ha convertido en su forma de vida.

El lector moderno tiene la característica de vivir en un mundo lleno de signos, y justo esa expresión me hizo recordar la voz de Irene Vallejo en El infinito en un junco, cuando compara el acto de aprender a leer con una especie de ritual iniciático pues pasamos de una etapa de vida a otra, ansiosos de descifrar los mensajes impresos alrededor de los lugares que habitamos. De ahí deriva la versión contemporánea del lector, ese ubicado en la infinita reproducción de letras, tan acelerada que termina perdiéndose en esa red de signos. La salida, como decía Borges, ante  ese laberinto formado por la  realidad saturada de libros, donde todo ya está escrito, es visitar y revisitar la lectura de otras maneras, siendo libres en el uso de los textos así como en la elección de lo que estemos interesados o necesitados de leer.

Esta idea me trajo a la mente el consejo del autor del Aleph para sus alumnos de literatura inglesa: “Si un libro los aburre, déjenlo, no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lean un libro porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo… ese libro no ha sido escrito para ustedes. La lectura debe ser una forma de la felicidad».

(Buenos Aires, 24/08/1899 – Ginebra, 14/06/1986)

Diversas son las motivaciones de una persona para tomar un libro, una de las más malvadas es la de consumirlo para perjudicar a otro, es decir, leer mal en un sentido moral e incluso puede impulsar un fin criminal. Dice Piglia que, en este tipo de lectura, la crítica literaria puede ser un ejemplo, pues se lee un libro contra otro lector.

El lector como héroe con el poder de detener la caótica vida

Piglia plantea que en muchas ocasiones nos causa asombro, inquietud e incluso extrañeza, pero al mismo tiempo nos parece familiar, cuando observamos a alguien leyendo en silencio y se muestra absorto sobre el libro, pues parece separado de la realidad, desalineado del mundo sin pausa. Ante ese escenario la lectura se presenta como una defensa ante la corriente veloz y caótica del mundo.

 En el “acto de leer todo queda en suspenso”, “la vida por fin se ha detenido” nos dice.

De cara a las exigencias de la vida, sobre todo de esta idea implantada de estar en constante movimiento para ser y/o parecer productivos, de lo contrario comenzamos a ser catalogados como gente sin qué hacer. Es aquí donde la lectura se convierte en un momento de calma, de intimidad, de aislamiento, de volver a nosotros mismos, como un tipo de meditación enfocando nuestra atención sobre un objeto, en este caso; voces eternizadas en hojas de papel.

 ¿No les parece que tener la oportunidad de pausar este mundo acelerado y trastornado para obtener calma y adentrarnos a otra realidad elegida, parece un acto de magia? Para mi, este es uno de los tantos poderes del lector, uno que nos socorre y nos ayuda a sobrellevar la realidad abrumante y lo proyecta como un héroe de su propia existencia abriendo el portal “entre la letra y la vida” como dice Piglia.

El lector en los sueños, el bardo entre ambos mundos.

Sabemos que existe una estrecha relación entre la literatura y la realidad, sin embargo también podemos encontrar aquella entre la lectura y los sueños, para enmarcar esta última nos cuenta Piglia que el biógrafo de James Joyce registró una anécdota cuando el autor de Ulises le pregunta a  un amigo: ¿Has soñado alguna vez que estabas leyendo? ¿A qué velocidad lees en tus sueños?

El género novelístico ha enfocado la atención en ambos vínculos, principalmente las obras de Joyce y Cervantes pues buscan sus temas en la realidad, pero encuentran en los sueños un modo de leer, por ello esa lectura onírica define al lector visionario: el que lee para saber cómo vivir.

En los escritos borgeanos podemos encontrar estos estados catalogados como opuestos:  sueño y vigilia, vida y muerte, realidad e ilusión, conviviendo de manera armónica.  En el acto de leer esta supuesta oposición desaparece.

Piglia concluye que los lectores, tan imperfectos pero reales, son relatos en sí mismos: inquietantes, singulares, siempre distintos y que condicionan la existencia de la literatura.

Para mí, un lector es quien sale de un mundo para entrar en otro, las llaves son las letras. Pero también es un portal por el cual se filtran historias, ideas y emociones al mundo tridimensional para convertirse, en un mensajero transmisor de nociones y relatos. Es, como dice la palabra tibetana para designar un estado intermedio, un bardo entre ambos mundos. Luego entonces, cuando la literatura nos atrapa, encarnamos una y otra vez en otras vidas, en otras épocas, realidades posibles, deseadas y leídas.

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