En una de las recientes entregas de esta columna comenté que las reglas de la sucesión en Puebla, desde el 2018, están sujetas a la dinámica presidencial, tanto para la definición de los candidatos como para las estrategias electorales de todos los partidos políticos.
Lo accesorio sigue la suerte de lo principal.
Quiero profundizar en el análisis que hice sobre la reforma electoral que Rafael Moreno Valle impulsó en el 2012 para empatar los tiempos de los comicios al gobierno del estado con los de la presidencia de la República al crear la figura de una miniadministración de 20 meses del 2016 –año en que terminaría su sexenio– y el 2018 –fecha de la última elección presidencial–.
En el imaginario perverso de Moreno Valle estaba la seguridad de que sería el candidato del PAN para pelearle al PRI la presidencia de la República, que en ese entonces encabezaba Enrique Peña Nieto y el otrora poderoso Grupo Atlacomulco.
Para nadie es un secreto la obsesión que el siniestro Rafael tenía con sentarse en la Silla de Águila.
El gran error de Moreno Valle fue no medir ni prever el resurgimiento de Andrés Manuel López Obrador, a quien todos daban por ‘muerto’, políticamente hablando, tras perder su segunda elección presidencial en el 2012.
El expriista impulsó el paquete de reformas electorales en el primer año de su gobierno con el objetivo de allanar desde Puebla su camino a la candidatura del PAN sin poner en riesgo el poder en la entidad con dos proyectos sucesorios en las figuras de Tony Gali, en primera instancia, y de Martha Erika Alonso, para un sexenio completo.
La ruta de Rafael tenía y seguía cierta lógica.
El exgobernador fallecido necesitaba un feudo y una caja chica para potenciar y financiar sus excesivas ambiciones.
Insisto, Moreno Valle jamás espero que AMLO resurgiera de entre las cenizas para apuntalar una tercera campaña presidencial con un partido nuevo (Morena) como punta de lanza y capitalizar todos los errores y escándalos de Peña Nieto y sus cercanos.
Mientras Rafael apostaba por la ‘concertacesión’ con el Grupo Atlacomulco, López Obrador encabezó una oposición férrea, crítica y social que permeó de una manera única y sorprendente entre el pueblo.
“Primero los pobres”.
La reforma electoral del 2012 en Puebla se convirtió en el acabose del morenovallismo, pues el famoso “Tsunami Lopezobradorista” arrasó con todos en México seis años después.
Desde ese momento, la sucesión en la entidad poblana sigue las reglas de las elecciones presidenciales, las cuales tienen ciertas características que hacen aún más difíciles las victorias para tal o cual bando.
En primera instancia, los altos porcentajes de participación ciudadana, que cada seis años se incrementa, hace imposible que las estructuras partidistas se impongan al voto consciente y meditado.
Tampoco se puede pasar por alto que, de manera histórica, Puebla es un estado con un alto voto de castigo en contra de los presidentes y sus partidos en turno. Sucedió en el 2000, en el 2006, en el 2012 y ni qué decir del 2018.
Y por último, las designaciones de los candidatos al gobierno del estado están sujetas a la opinión del abanderado presidencial, ya sea de Morena y aliados o del bloque opositor conformado por el PAN, PRI y PRD.
En esta lógica, la ecuación es sencilla: los perfiles que aseguren la votación más alta en cada estado serán los abanderados que acompañarán a los candidatos presidenciales de “Juntos Haremos Historia” o de “Va Por México”.
En este escenario quienes parten con ventaja son Eduardo Rivera, del PAN –único proyecto serio del albiazul para el 2024–, y Alejandro Armenta, quien al decir de diferentes analistas, columnistas y opinólogos, es el perfil idóneo para que Morena no ponga en riesgo el cuarto padrón electoral más importante del país.
A mi parecer y por lo antes expuesto, no se les puede descartar a Julio Huerta y Olivia Salomón de la interna de Morena en Puebla, pues ellos son los dos aspirantes que heredarán la valiosa estructura barbosista, que en números reales vale cerca del millón de votos.
También, por estos mismos argumentos es que Ignacio Mier está fuera de la contienda, como así lo reflejan todas las encuestas públicas que lo colocan como uno de los aspirantes más débiles del Movimiento Regeneración Nacional y con menos crecimiento, a pesar de toda la promoción hecha, en los últimos meses.
La imposición es su única ruta, pero es una que sería un golpe mortal para Morena en Puebla.
La fórmula, reitero, parece sencilla.
El candidato del PAN y de Morena en Puebla será quien asegura la bolsa más alta de votos en el 2024 y que sume más en el conteo general para la elección presidencial, aunque se pierda el gobierno del estado.
El objetivo primario es regresar o retener el poder en México; lo demás es prescindible.
En Acción Nacional todo luce bien encaminado y ya definido.
En Morena, la moneda sigue en el aire.