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De los símbolos patrios

Columna Cuarto Propio

El pasado 05 de febrero se celebró un aniversario más de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y, como buenos mexicanos, esperábamos la fecha tanto como esperamos la Semana Santa: sin fe, pero con fervientes ganas vacacionar. Además, la conmemoración de la firma de la Carta Magna que, gracias a las negativas del Congreso y el Senado, sigue rigiendo nuestro país, trajo a la mesa los ya recurrentes comentarios acerca de si nos hacen falta clases de civismo, que si no respetamos los símbolos patrios, que si no llevamos el cabello corto y recogido a la ceremonia de la escuela, que si no nos sabemos el himno. Lo cierto es que el significado de lo símbolos patrios no es algo que hayamos perdido por gusto, sino por costumbre.

La Constitución publicada el 05 de febrero de 1917 cuenta con varios logros con respecto de su antecedente, por ejemplo, la ratificación del sistema de elecciones directas del que ha echado mano prematuramente el Gobierno Federal para dejar ver su intención de colocar a la Jefa de Gobierno de la CDMX como la favorita para relevar al ocupante de la silla presidencial. En el documento también se otorga mayor autonomía al Poder Judicial, el mismo en el cual, como en sexenios pasados, se ha buscado colocar a personajes que comulgan obsesivamente con el plan del gobierno en turno. También se determina la enseñanza laica, lo cual también previene la educación basada en el dogmatismo, incluso en el marxista al cual se invita a las instituciones desde Palacio Nacional. Y de la libertad de expresión mejor ni hablamos, entre los más de 9 mil millones invertidos en publicidad del Gobierno y las decenas de periodistas asesinados es evidente que este derecho solo aplica para los que secundan las mociones de la Mañanera.

Hace ya varias décadas que conmemorar las fechas dedicadas a los símbolos patrios no es más que un pretexto para tener unas horas más de descanso al año. Entre los gobiernos anteriores que se saltaban las leyes con descaro y la falsa premisa del cambio bajo la cual el Gobierno actual intenta manipular la Carta Magna a contentillo y solo para beneficio personal, este símbolo patrio se ha convertido en mero adorno de nuestra nacionalidad.

En próximas semanas nos toca descansar para conmemorar el Día de la Bandera, su color verde representa la esperanza, esa esperanza que se muere un poco cada día cuando nos enteramos de otro robo, de otro secuestro, de otro asesinato, de otra balacera, de otra crisis económica, de otro día con mala calidad del aire; el blanco, por otro lado, representa la unidad, esa que solo se activa entre la ciudadanía ante la tragedia y que se deja de lado con la polarización que caracteriza nuestra dinámica social y que se ha incrementado en el último sexenio: chairos contra fifís, intelectuales contra pueblo bueno y sabio, empresarios contra empleados, humildes contra aspiracionistas…

El rojo lo dejé al final, porque el rojo representa la sangre de los falsos héroes nacionales, esos que nos pusieron en un altar para que los adoráramos pero de los cuales desconocemos su macabra humanidad. Asesinos, violadores, ladrones, explotadores son alabados en los libros de la historia oficial que se comparte en escuelas públicas y privadas con la intención de que los alumnos memoricen fechas sin reparar en la formación de una perspectiva crítica de nuestro pasado. Quizá ha llegado el momento de cambiar el discurso oficial, quizá llegó por fin el momento de dejar de aferrarnos a un pasado idealizado para observar el presente y enfrentar los retos del futuro, quizá sea tiempo de dejar la imagen tradicionalista de lo mexicano para enfocarnos en todo aquello que necesita soluciones actuales, contundentes y de larga duración.

Es momento de abandonar la falsa idea del héroe y la adoración de los símbolos para traer a la mesa los problemas que siguen agotando nuestra capacidad de soberanía, y no de la soberanía solipsista que espera la pseudoizquierda mexicana, sino de la que implica la fortaleza social, económica y política de una nación. Solo así podrá superarse la costumbre del patriotismo de ocasión, sólo así los mexicanos podríamos dejar la adorar la patria como un símbolo inalcanzable y empezar a apreciarla como una garantía y como un deber cívico.


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