Columnistas

El destructor de las instituciones

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Si algo ha perfeccionado AMLO es la destrucción de las instituciones. En este sentido, las embestidas del cuatroteísmo en contra del INE, ahora lo sabemos, son un diálogo de sordos que hace crecer el ego del presidente. El pacto democrático está roto porque constitucionalmente se busca que toda la culpa sea de quienes no aceptan los cambios hechos a modo del partido en el poder. Las elecciones estarán maniatadas, por lo tanto, ante el resentimiento y la venganza; aspectos que destacan de este sexenio. Queda claro que el reformismo como una vía para sanear de manera más realista los problemas del país no es parte de la agenda de los morenistas, pues han optado por el rompimiento de la convivencia ciudadana a través de la calumnia, el clientelismo y la generación de estrategias que impedirán la participación libre para votar. Así, este gobierno ha añadido el desorden y la demagogia como fuentes de agravio hacia la arquitectura institucional. La falacia de la transformación social en México, basada en oasis de pluralidad, tolerancia, acceso a la información, así como de transparencia y rendición de cuentas son artilugios que en la práctica se vuelven autoritarismo y manipulación. Por eso, se debe luchar porque haya una Constitución que a cabalidad también explore las garantías individuales por encima del relativismo colectivo. La Carta Magna está siendo subsidiada por analfabetas funcionales que intentan hacer leyes como accesorio legaloide para el pago de favores.

Vivimos en un país amputado donde se cooptan las ilusiones de progreso, bienestar y estabilidad económica en favor de unos cuantos fanáticos. Vivimos en una nación donde se coartan oportunidades de desarrollo y se irrumpen las mejores ideas, haciendo a un lado opciones fundamentales de desarrollo y pensamiento culturales. Vivimos en un país amputado porque una especie de neofascismo que domina la escena política no está enfrentando a los grupos delictivos más sanguinarios; unos son sus aliados, otros, sus detractores. Algunos se vinculan con la delincuencia organizada, muchos con la desatención y el olvido. Las mayorías se disfrazan de izquierda y aquellos que juegan ese papel, les alzan las manos sucias, pero también forman lazos cuando ellos mismos las tienen caídas. Vivimos en un país mutilado, ya que cuando se cercena la libertad de expresión, entonces la sacrificada es la ética y la verdad. Entonces para ponérsela como estola al mejor postor y pastor, a través del compadrazgo junto con los intereses partidistas de las mafias institucionalizadas, se reparten el oro en la casa presidencial que funge como una casa de seguridad. Porque a donde vayamos y tumbemos la cara al tiempo, los secuestradores de todo proceso democrático, esconden la voz y el voto ciudadanos en la caja del control absoluto del poder. No es nada nuevo. Tampoco es nada extraño. Es tal vez, debido a que el horror de un pasado no muy lejano se acerca como los gatos en los tejados, con cautela y astucia. Vivimos en un país mutilado de héroes de carne y hueso. En un Estado fallido, en una sociedad donde el mesías alterna la función pública con sus trasnochados deseos de cambiar las cosas casi como un médium o curandero. Muchos de sus seguidores se quejaron en su mocedad política. Ahora son parte del fomento a la censura. De hecho, son como los hermanos que riñen y al rato están de nuevo en cofradía. Vivimos en un país mutilado, porque desde antes de que nacieran los abuelos de estas generaciones y poetas desterrados se preparaba con la sartén de la violencia la revolución institucionalizada. Y seguiremos viviendo en un país mutilado, en tanto la odisea del cambio no busque una nación justa y democrática.


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