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Leamos el mundo

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El pasado sábado se conmemoró el día internacional del libro, el cual desde 1989 busca fomentar la lectura e impulsar a la industria editorial. Y recordé que justamente el 23 de abril de hace un año publiqué en mi cuenta de Instagram una reseña del libro Las Malas de la argentina Camila Sosa Villada. Este espontáneo y simple post fue el cimiento del proyecto que meses después nombraría como “Biblionauta”.

Mi relación con los libros inició cuando iba en sexto de primaria, tendría aproximadamente 11 años. Recuerdo que un verano unas primas que residían en Querétaro llegaron de visita, junto con dos de sus amigas, a casa de mis abuelos maternos que vivían en Oaxaca. Tal como ocurría todos los periodos vacacionales yo también fui a visitarlos.

Una de las amigas de mis primas fue la que despertó en mí una genuina curiosidad por los libros, ya que, aunque todos las niñas y niños estábamos entusiasmados por jugar ella siempre prefería leer en la hamaca de la abuela. Su actitud me sorprendió y me hizo sentirme confundida para luego preguntarme ¿Qué demonios hay en ese libro que prefiere pasarse horas con él que divertirsecon nosotras? 

Así que asombrada y debido a mi espíritu curioso, una vez que regresé a Puebla le pedí a mi madre un libro. Así terminé leyendo El diario de Ana Frank, la lectura me atrapó y no la solté más. Mi mamáno disponía de mucho tiempo pues trabajaba largas jornadas y resultaba difícil para ella llevarme a actividades extraescolares por eso yo pasaba mucho tiempo en casa, después de ir a la escuela, realizar mis tareas, jugar o ver la televisión, me encerraba en mi habitación a dibujar y luego a leer.

Con el paso de los años los libros se convirtieron en un refugio para mí, un entretenimiento y también un medio para salir de lo habitual. Luego, mi hábito por la lectura incrementó gracias a mi profesora de literatura en la secundaria: Adahena, quien al inicio del curso nos entregó una lista de clásicos de la literatura entre los cuales seleccionaríamos los que más llamarán nuestra atención para después reseñarlos si queríamos aprobar las materias, tareas que realicé gustosa y puntualmente, eso sí, me gané el estereotipo de compañera ñoña, pero no me importó.

Los libros me han dado mucho en la vida: paz, tranquilidad, luz en momentos de oscuridad, nuevas formas de ver la vida, me han shockeado y sobre todo me han enseñado a cuestionarlo todo. Me entusiasma compartirlo porque al recordar cómo se fue desarrollando esta idea de las reseñas en Biblionauta, expresar los sentimientos y reflexiones para motivar a las personas a leer me da la certeza de que es algo apasionante, lo cual disfruto y quiero seguir compartiendo.

Para mí la clave para mejorar las violentas y terribles circunstancias que se viven en el mundo así como en nuestra esfera nacional, es a través de la educación, pero no de aquella cargada de pedantería y presunción. Sino de aquella que aspira a la sabiduría, tomada con el punto más alto del conocimiento; integrar el intelecto con la propia experiencia para construir y deconstruir.

Últimamente en mi mente divaga esta cuestión: Y si los adultos no leemos ¿Cómo queremos que las nuevas generaciones lo hagan? ¿Qué les vamos a aportar? porque como dice Elena Garro en Los Recuerdos del Porvenir: “Una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la anterior. Solo un instante antes de morir descubren que era posible soñar y dibujar el mundo a su manera, para luego despertar y empezar un dibujo diferente”. ¿Qué podemos hacer diferente? ¿Somos tan egoístas para pensar que no vale la pena construir una mejor realidad solo porque tal vez no nos toque disfrutarla?

Al leer nos conectamos con nosotros mismos, nos abstraemos de nuestro alrededor, comenzamos a escuchar las ideas de otra persona, que ha trascendido más allá del tiempo y el espacio a través de un artefacto. Por eso la lectura, al menos para mí, se parece a meditar, requiere concentración, estar presente sobre nuestro objeto de atención, si lo piensan de esta manera, es una forma de entrenar nuestra mente. Y si divagamos, como naturalmente pasa a todos, lo importante es darnos cuenta, regresar a El libro, a su historia. Tal como ocurre en un tipo de meditación.

Al mismo tiempo es un ejercicio imaginativo, mediante los libros viajamos a otras realidades, como sé que muchos lo hemos escuchado. Justamente Antonio Basanta en Leer contra la nada describe muy bien esta paradoja: “Leer es siempre un traslado, un viaje, un irse para encontrarse. Leer aun siendo un acto comúnmente sedentario nos vuelve a nuestra condición de nómadas”. 

Por eso leamos, démonos la oportunidad de hacerlo. Leamos este mundo que nos rodea: impermanente, cambiante, diverso, con luces y sombras, a través de la observación, de la escucha atenta, de la reflexión, la empatía e incluso de la indignación. Aprendamos a hacerlo de otras maneras y desaprendamos las formas, pero sobre todo, siempre, siempre cuestionemos y actuemos para resistir dignamente mientras el cambio llega.

Finalmente, gracias a las personas cercanas y las que no lo son tanto, aquellas que he conocido gracias a esta aventura llamada Biblionauta, por responder a este proyecto, por regalarme su tiempo. Gracias por supuesto a Almanaque por brindarme este tan apreciado espacio, para expresarme y seguir escribiendo sobre esta pasión en el que interviene el más grande invento del hombre, como dice Irene Vallejo en El infinito en un junco, invocando las palabras de un destacado semiólogo y escritor italiano “Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor”.

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