Hace unos meses me fasciné leyendo libros de crónica periodística y literaria. Leí a los autores que representan este género en mi país, el imprescindible Carlos Monsivaís, que combina el ensayo con la crónica, Juan Villoro y el contracultural Adrián Román. Sin embargo, para variar aún más estas lecturas y salirme de mi contexto nacional, quise leer una propuesta del sexo femenino. En esa búsqueda encontré a Leila Guerriero.
Para contrastar aún más las crónicas, a diferencia de los autores ya mencionados, que hablan sobre la aglomeración en la urbe, el caos y la sobrepoblación, pues generalmente escriben sobre la Ciudad de México. Leila nos presenta el lado opuesto de la moneda, al perfilar a una comunidad marginada y olvidada en los confines de la Patagonia argentina, en el fin del continente, “en el fin del mundo”.
Leila, es una de las mejores cronistas contemporáneas, ganadora de la novena edición del Premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, así como el Premio Internacional de Periodismo Manuel Vázquez Montalbán, se ha posicionado como una periodista referente entre las nuevas generaciones y me parece que en este su primer libro, publicado en 2005 por Editorial Tusquets, lo demuestra.
Los suicidas del fin del mundo, aborda un fenómeno social complejo, presente en todos los tiempos de la humanidad, condenado por algunas sociedades y tolerado por otras. Actualmente, el tema asusta tanto a algunos que optan por ignorarlo, les crea morbo a otros y preocupa a unos cuantos que se adentran en la investigación de sus causas y detonantes. Pero que sin duda deja una huella imborrable y dolorosa en los familiares de aquellos que deciden poner fin a su vida .
La autora realizó este libro después de viajar a Las Heras, Provincia de Santa Cruz, un pueblo petrolero, en donde recabó los testimonios de las familias de 22 personas, en su mayoría jóvenes de alrededor de 25 años, que se suicidaron entre los años 1999 y 2000.
Describe a la comunidad con un ambiente desértico, cuyo viento furioso transmite una mezcla de vacío, zozobra y apatía. Una intranquilidad transformada en desolación. Y observa que, en esa población tan pequeña, las tragedias parecen maximizarse, pues, aunque en todos lados ocurren infortunios, por alguna razón en los lugares menos congestionados suelen ser más constantes y “vivirse peor”.
La relación de los suicidas es estrecha en parte porque la población es pequeña, un día es la hija, al otro la cuñada, después el amigo y otras veces la madre. Esto conmociona, la idea pareciera ser una especie de virus que se implanta en forma de desdicha y que se propaga con tan solo pensarlo. Como dice Albert Camus “El gusano se halla en el corazón del hombre y en él hay que buscarlo”.
Las voces que nos transmite Leila, tienen la necesidad de explicarse y buscar respuesta ante las decisión de sus seres queridos que “juraron silencio por su futuro”. Algunos sienten culpa o se refugian en la religión para no sentirla, otros se rebelan ante la divinidad que no pudo o ¿ no quiso? evitar la tragedia. Otros tantos atribuyen estas muertes a lo paranormal, al Rock, a las sectas satánicas.
Todo eso antes de enfrentar una dura realidad; la ignorancia y la desinformación sobre las enfermedades mentales. Pareciera ser una negación para aceptar una responsabilidad colectiva ¿la hay? o ¿en realidad es una decisión individual que se debe respetar? ¿Es un asunto de moral o de perspectivas?
«Es que vivir cuesta, y generalmente se piensa que morir no cuesta nada». Jessica Ortiz mujer entrevistada por Leila Guerriero en los Suicidas del fin del mundo
“La gente naturaliza cosas graves. No es bueno que se haga natural. Y también hay que respetar la decisión de quitarse la vida. Respetar a esa persona que decidió quitarse la vida, porque es una decisión. Y las decisiones hay que respetarlas”.
Los testimonios son impactantes, la forma de escribir de Leila y de transmitir todas esas escenas crudas revuelven el estómago. Enfrentarse a esos escenarios desconcertantes, dejan indudables secuelas en los vivos pues viven sin dejar de preguntarse angustiosamente quién será el siguiente, con el miedo latente de encontrar a alguien colgado a plena luz del día, en la intimidad de su habitación o con la garganta fulminada por un arma.
Esta ola de suicidios fue omitida por el gobierno, medios de comunicación y la sociedad debido a la información tan centralizada, priorizando la vida de la gran metrópolis por encima de lo acontecido en la comunidad, la tercera en la tasa de suicidios en Argentina, la cual además era afectada por el desempleo, la violencia intrafamiliar y alto índice de embarazos adolescentes.
“Cómo será, pensé, no verse reflejado en las noticias, no entrar nunca en el pronóstico del tiempo, en la estadística, no tener nada que ver con el resto de todo un país”. Leila Guerriero
Como consecuencia, los pobladores de Las Heras expresan una especie de resentimiento y rivalidad social, al sentirse relegados por los “del norte”, aquellos que sí cuentan con la atención del gobierno. Sus comentarios reflejan la injusticia irónica entre la ruralidad y la urbe, pues aunque los primeros trabajan en el sur para abastecer de los servicios básicos, como el gas y la luz, ante los habitantes de la capital del país parecen ser invisibles..
“ Que la culpa de todo la tienen ustedes, los porteños. Si Buenos Aires tiene luz, es porque se fabrica acá. Si tienen gas, es porque lo hacemos acá. Acá, si queremos, les cortamos el gas y sonaron. Ustedes piensan que acá somos todos indios. Ojalá que la Patagonia fuera un país aparte… Ustedes los del Norte vienen, se llevan lo mejor, y los que vivimos y aguantamos acá somos nosotros. El que se va de la casa a las cinco de la mañana para ir al campo soy yo, no usted. Usted prende la luz y tiene luz. Prende el gas y tiene gas”.
La autora aclara que en este libro no hay respuestas o soluciones, sino solo es una muestra de perspectivas y contextos. Aun así nos ofrece puntos de vista de psicólogos como José Kovascho, el cual explica que la falta de arraigo, la poca calidad en las relaciones, mantenerse en círculos con alto nivel de prejuicio, poca comunicación entre las familias, imposibilitan el sentido de pertenencia y aumentan la posibilidad de malestar.
Asimismo, Jose Eduardo Abadi, médico psiquiatra destaca la importancia de validar la autoestima mediante el reconocimiento, el amor y el afecto, pues donde existe alta desocupación suelen surgir síntomas violentos, de frialdad, de silencio, de autodestrucción y se pierde el sentido de la vida. Desembocando en lo que llama: Melancolía Social.
“Es que acá nosotros somos para dentro. nos cuesta ser amoroso”. (Voz de testimonio)
Para los jóvenes de esta comunidad, en Las Heras no hay esperanza, ni futuro. Se carece de lugares para el entretenimiento y el encuentro social. Muchos aceptan que su realidad es hacia dentro y la agresión también va en ese mismo sentido. ¿Cuántas veces un paseo por el parque, un café con un conocido, un reencuentro o una plática familiar no significaron una bocanada de aire para sobrellevar momentos que parecen abrumadores?
Este libro nos deja varios mensajes, aunque no sea su principal intención, inevitablemente nos invita a no ser indiferentes. El suicidio sigue siendo un tema tabú, que a muchos causa incomodidad pero es necesario nombrarlo, porque es una realidad cotidiana. De acuerdo con la estadística del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) realizada en 2021, en México el suicidio en personas de 15 a 29 años constituye la cuarta causa de muerte. No es un tema de valentía o cobardía, es un tema complejo que no se resuelve con una fórmula matemática ni con el mantra mexicano de empoderamiento mágico “échale ganas”.
¿Qué estamos haciendo como sociedad para colaborar en un mundo más empático? Es importante informarnos sobre las enfermedades mentales, como en este caso la depresión, porque nadie está exento de sufrirlas. Queda seguir en el camino de aprender a escuchar y escucharnos, acompañar y normalizar el pedir ayuda.
Como toda buena crónica literaria, este texto nos permite identificarnos y compartir sentimientos, visibilizar situaciones ignoradas, lugares relegados, lejanos, emergentes o tan antiguos que han sido olvidados. Como un mapa en el cual se trazan los límites, pero sobre todo las líneas coincidentes: situaciones afortunadas, desafortunadas, irrisorias o irónicas pero que son un punto en común para un colectivo, los cuales nos permiten construir y reconstruir un sentido de pertenencia aunque vivamos en los confines del tiempo.