
El espejo del 2018: Se polariza la elección en Puebla

En el 2018, los poblanos vivimos el proceso electoral más enrarecido, violento y polarizado en la historia del estado.
El estado, nuestro estado, fue nota nacional e internacional, además de ser objeto de severas críticas y extrañamientos por parte de diversos observatorios electorales, por las ejecuciones de candidatos, aspirantes y otros políticos, por propiciar desde el gobierno de José Antonio Gali una elección de estado y por demás irregularidades en los senos del Instituto Electoral del Estado y del Tribunal Electoral del Estado de Puebla.
Puebla vivió unas elecciones vergonzantes.
El estado, con 13 políticos asesinados, se colocó entre las entidades del país con más muertes en el proceso electoral del 2018, el cual fue el más violento en la historia del país.
Las ambiciones desmedidas de poder combinado con la megalomanía de Rafael Moreno Valle, quien buscaba instaurarse a “sangre y plomo” en el gobierno de Puebla durante un sexenio más interpósita persona de Martha Erika Alonso, convirtieron a la entidad en un verdadero infierno durante los últimos comicios ordinarios estatales.
Así de claro.
Puebla fue el epicentro de una batalla cruenta y feroz en la que el morenovallismo, con todo su poderío político, electoral y económico que lo llevó a dominar el estado durante siete años y ocho meses consecutivos, defendía su coto de poder en contra del tsunami lopezobradorista que amenazaba –como así sucedió– de pintar todo el territorio nacional con los colores del Movimiento Regeneración Nacional y mover el país, por primera vez en su historia, hacia la izquierda.
Y es que, la entidad poblana sería la plataforma y la ‘caja chica’ de Moreno Valle para financiar por segundo sexenio consecutivo sus ambiciones personales y su sueño de opio de convertirse en candidato presidencial del PAN para las elecciones que hoy están en marcha.
Un día sí y el otro también, los abanderados del PAN, Morena y PRI, Martha Erika Alonso, Miguel Barbosa y Enrique Doger, propiciaban que el ambiente en Puebla se enrareciera más y más con descalificaciones, ataques y campañas de odio que calentaban más el proceso que de por sí ya era un hervidero de pasiones y reacciones.
El punto máximo de violencia se vivió durante la jornada electoral del 7 de julio cuando el morenovallismo desplegó un operativo para inhibir la participación ciudadana con comandos armados paseando en plena luz del día en vehículos oficiales, robo de urnas y en sinnúmero de hechos delictivos que fueron argumentados por el magistrado José Luis Vargas para anular las elecciones locales.
El connato en el Hotel MM en donde se enfrentaron morenistas contra morenovallistas por horas fue la gota que derramó el vaso.
Los poblanos fuimos testigos de lo que el poder puede descomponer y pudrir.
El actual proceso electoral, que está a mes y medio de culminar, comienza a tener ciertos visos de encaminarse otra vez a lo que vivimos hace seis años.
De unos días a la fecha, los cuartos de guerra de las dos principales coaliciones que pelean por el gobierno del estado, Sigamos Haciendo Historia y Mejor Rumbo para Puebla, han endurecido sus discursos y acciones en contra de los abanderados de estas dos mega alianzas, Alejandro Armenta y Eduardo Rivera, quienes también elevaron ya el tono de sus mensajes para descalificarse y atacarse de forma cada vez más frecuente.
Desde las vocerías de Morena y PAN existen personajes vulgares y de infames reputaciones como Enrique Doger o Javier Lozano, que lo único que provocan con sus disparates, sus cortas memorias y sus vilezas, es que el electorado poblano se polarice cada vez más.
El vandalismo en contra de la propaganda electoral, las amenazas y los atentados contra las y los candidatos o las personas cercanas a ellos y la ejecución del excandidato de Morena en Acatzingo también son focos rojos que deberían alertar a las autoridades y a los gobiernos federal y estatal.
Puebla necesita atención urgente.

El llamado del gobernador Sergio Salomón de no polarizar ni poner a pelear a los poblanos, al tiempo de perder a todos los participantes de la elección en marcha, no solo fue enérgico, también debió ser una premisa inevitable.
El estado, –insisto– nuestro estado, atravesó el último sexenio un periodo de mucha inestabilidad por el fallecimiento de dos gobernadores en funciones, un exgobernador y el relevo en la titularidad del Ejecutivo local en seis oportunidades.
Puebla merece y reclama elecciones en paz y calma.
¿Es tan difícil lograrlo?
Puebla no debe verse otra vez en el vergonzoso espejo del 2018.