“La alerta de género no es suficiente”, exclamaba Claudia Sheinbaum en su campaña para la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México. En un evento realizado para conmemorar el Día Internacional de la Mujer, la candidata destacaba la importancia de visibilizar la violencia contra las mujeres para empezar a resolver la problemática y, más aún, de concientizar a las mujeres con respecto de sus derechos para contrarrestar los efectos de la desigualdad que tanto afecta sus condiciones de vida.
Pero de eso ya han pasado 4 años, a la doctora le alcanzaron sus discursos mesiánicos de seudoempatía y falso feminismo para llegar al lugar que le ha servido para arrancar su precampaña valiéndole un cacahuate, al mero estilo de la Cuarta Transformación, la Carta Magna. Más tarde que temprano, llegando a la jefatura, se hizo el silencio. Sheinbaum se olvidó de la lucha y ahora ve en cada morra feminista la personificación misma de la oposición, ve a las desertoras, a las desestabilizadoras…
La maldición de la 4T persigue a Claudia con la misma intensidad que a su jefe, no puede evitar entrar en contradicciones con su propio discurso. Dicen que la competencia más difícil es la que iniciamos con nosotros mismos y las declaraciones de antaño de la presidenciable se contraponen con su realidad actual. En el mitin de 2018 asentaba con seguridad que no bastaba con poner a una mujer a cargo de una política pública, que “la mujer que llega a un puesto de elección tiene que reivindicar a las mujeres. Si no se convierte en una reproductora de una cultura machista”. Pues ella se ha convertido, por cabala, en todo aquello que juró destruir.
Durante la jefatura de Sheinbaum, todas las marchas feministas fueron reventadas, los feminicidios desaparecieron del radar de su administración porque Presidencia les llamó casos aislados, las desaparecidas y las víctimas de feminicidio no han sido más que atentados de la oposición para desestabilizar al país y, ¡gracias a Dios!, el aborto ya está legalizado en CDMX sino también sería sometido a consulta popular como parte de la tradición cuatroteísta de “resolver” conflictos sin ensuciarse las manos ni perder votantes.
A nadie se le olvida que en sus manos estuvo prevenir la tragedia del Colegio Rebsamen, la de la Línea 12 del Metro. Que ha hecho oídos sordos ante sus detractores, pero también ante aquellos que mantienen la esperanza de que, en los últimos meses de su gobierno, sus plegarias sean atendidas. Esta sordera desembocó en silencio, Claudia vivió hasta hace unas semanas, antes de que el Presidente la destapara como candidata, en el desentendimiento total de la realidad de sus mujeres, aquellas que le confiaron su representación en el poder.
Y así, igualito que la pandemia para el Presidente, los feminicidios de Lidia Gabriela y Ariadna Fernanda le cayeron como anillo al dedo a la doctora que, certeramente, decidió romper el silencio y tomar postura para exigir la resolución inmediata de ambos casos. De pronto se volvió a vestir de morado y cayó en la cuenta de que los 37 feminicidios registrados este año, tan solo en la Ciudad de México, no son hechos aislados y merecen atención. ¿Qué habría pasado si los protocolos de prevención y atención se hubieran ejecutado antes del primer caso?
Hace unos días, el morenismo poblano dio el espaldarazo a la doctora con miras hacia la contienda por la Presidencia. Sin embargo, la tradición de la 4T ha sido evidente desde los inicios de la administración actual. En Puebla tampoco ha sido suficiente la alerta de género. En Puebla, mujeres y mujeres han sido colocadas y recolocadas en diversas áreas del gobierno estatal con el único objetivo de limpiar los residuos morenovallistas de las dependencias. En Puebla ya no asusta la segunda alerta de género, porque la violencia contra las mujeres seguirá en la invisibilidad hasta que las corcholatas para la gobernatura la hagan visible para prometer nuevas soluciones, tan solo para llegar al poder y hacer mutis nuevamente.
Apelando al discurso de Sheinbaum, es evidente que la llegada de una mujer a la Presidencia no sería suficiente para erradicar los problemas de machismo arraigados en la sociedad mexicana. La sororidad y el feminismo no deberían utilizarse jamás para legitimar la reproducción del discurso misógino que impera en todos los frentes de la política mexicana, sin embargo, los vicios del sistema funcionan con tal perfección que cualquier causa social puede ser utilizada para crecer los números del padrón de cada partido. Entonces, ante las campañas que tienden a jugar la carta del empoderamiento femenino para obtener el voto, lo importante no es preguntarse si México está listo para tener una mujer al frente, sino pensar en por qué, aunque así fuera, la dichosa transformación seguiría lejos de consumarse
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