Doce voces feministas representando el sentir de ser mujer en esta vieja estructura patriarcal se han convertido en enormes olas oceánicas que se mueven enérgicamente para transformar las conciencias. Sumando el oleaje de las luchas feministas precedentes, este Tsunami de expresiones ayuda a percibir la realidad desde otras perspectivas para pasar del dolor a la posibilidad de desarticular el orden opresor.
Así como he escrito y reescrito esta columna hasta llegar a la crisis, las mujeres que redactan en Tsunami lo hacen de la misma manera, partiendo de la duda y la valentía de reconstruirse las veces que sean necesarias
Para lograr la construcción de un mundo donde logremos sentirnos seguras contamos con el instrumento más antiguo: El lenguaje, como dice Gabriela Jáuregui en su ensayo Herramientas Desobedientes. Sin embargo, es necesario transformarlo y adaptarlo frecuentemente para evitar reproducir las violencias que criticamos “¿Cómo hackeamos el lenguaje para que sea nuestro? ¿Cómo lo readaptamos? ¿Cómo contamos nuestra insubordinación?” nos responde que es a través de generar espacios de respeto y de escucha atenta para acordar, incluso partiendo del desacuerdo. Por eso mismo utilizo esta herramienta para plasmar, al igual que estas escritoras, mi experiencia de ser mujer al lado de mis amigas.
Acompañar, según la RAE, es dicho especialmente de la fortuna, de un estado, de una cualidad o de una pasión: Existir o hallarse en una persona, participar en los sentimientos de alguien.
Me siento acompañada, una de mis amigas está de visita en casa, la conozco desde que ambas teníamos 9 años y desde entonces hemos construido una amistad que al paso de los años ha ido evolucionando hasta convertirse en hermandad.
¿Qué determina que esa emoción sea agradable ahora y por qué me hace sentir segura?
Estoy lejos de la ciudad donde crecí, por ende, de mi círculo familiar y de amistad, sin embargo esta nostalgia que siento en ocasiones al sentirme lejana, me ha servido para disfrutar de la compañía de las personas, de las visitas de mis amigas y amigos.
He aprendido a apreciar las pláticas con ellas hasta altas horas de la noche, las bromas y las risas que éstas provocan. Me gusta cuando compartimos nuestras “utópicas” ideas para mejorar el mundo, las cuales nos resistimos a asumir como imposibles. Me agrada escucharnos compartiendo nuestros sueños, logros, pasiones así como los momentos de diversión y plenitud. Pero también, atesoro nuestras historias de dolor y de pérdida porque nos ayudan a comprendernos, a liberarnos de las cargas que antes llevábamos solas.
Y entonces respondo a mi interrogante inicial con una frase de Cristina Rivera Garza “Fue gracias a los cruces inesperados en lo caminos del escape que me topé con otras fugitivas, sabiendo que la soledad había terminado, la primera persona del plural no ha dejado de crecer, está en las letras que coloco una a una en esta pantalla, puesto que construimos un lenguaje juntas[…] No hay solistas, solo hay acompañamiento, vivir una vida feminista hoy es saber eso desde dentro de cada uno de los huesos”.
Esta noche reflexiono en mis amigas que se han vuelto en mis hermanas por elección: Mar, Cris, Nere, Pau, Aura. Pienso en Gissel y Lizbeth mis hermanas sanguíneas, así como en mi Madre. Aunque cada una de ellas posee su genuina personalidad, gustos e intereses particulares y su manera de ver la vida, advierto que tienen algo en común: Su ardua, así como constante capacidad de cuestionarse para reconstruirse individual y colectivamente.
Observo cuánto se esfuerzan por escuchar y ser empáticas, por ser felices, por dar amor, por perdonar. Son mujeres de corazones bondadosos pero al mismo tiempo poseedoras de fuerza y determinación para hacer sus propósitos realidad, cuando necesitan ser escuchadas ya sea ante las injusticias, para poner límites o simplemente para expresar su opinión. Lo cual me hace admirarlas y me invita a aprender de ellas sin que su intención sea ser ejemplo.
Cristina Rivera Garza nos dice en La primera persona del plural que una feminista vive con los ojos abiertos, el feminismo parte del cuestaniemiento de todo lo que le rodea, de estudiarlo todo, con esto me llega a la mente que quizás algunas de mis amigas sean feministas y no lo sepan.
Necesitaba aprender a escuchar para reflejarme en ellas, para agradecerles su empatía y enorme paciencia para escucharme. Necesitaba aprender a observar para comenzar a valorar su lucha diaria no solo la de enfrentar los riesgos inherentes a la vida, sino además la de sortear los peligros de ser mujer en una sociedad violenta y desigual como aquellos que retratan las escritoras de Tsunami.
Como lo que Vivian Abenshushan en su ensayo Disolutas ( A ante cabe con contra) Las pedagogías de la crueldad, nos cuenta que observó al incursionar en talleres literarios que más que un lugar de propagación de conocimientos, parecían un sistema de orden patriarcal donde las mujeres terminan siendo invisibilizadas y silenciadas justificando dichas actitudes mediante las reglas que determinan la buena literatura. Sin embargo, gracias a esa experiencia Viviana pudo crear espacios de escritura colectiva entre mujeres donde unas a otras utilizan la herramienta política de escuchar pues como ella misma dice “cada palabra nos parece necesaria” porque a falta de espacios donde las relaciones no sean de dominación nosotras debemos inventarlos.
La opresión que ejercen los Estados también se hace evidente cuando éstos establecen las condiciones para determinar cuándo se es cien por ciento índigena a través de la cuota de sangre o el criterio lingüístico. Yasnava Elena, escritora y activista mixe, dice al respecto que las mujeres indígenas no solo se tienen que enfrentar a la desigualdad de género sino también al colonialismo.
La violencia a la que se enfrentan todas las mujeres día a día también está presente en los medios digitales e incluso llega a ser más agresiva e iracunda pues el anonimato incita a los agresores a ejercerla sin censura, tal como nos dice Brenda Lozano en No a dónde va, sino de donde viene. Y si lo pensamos con detenimiento, es un riesgo latente ya que esta manera de interacción sigue internalizada en el sujeto violento lo cual puede detonarse como bomba de tiempo en el mundo físico: en las calles, por ejemplo.
Lozano nos impacta cuando analiza y compara la violencia hacia la mujer que se muestra en la mitología grecoromana con el suicidio de una joven ocurrido en Tenango de las Flores,Puebla a causa de las violaciones sexuales de la que fue victima por muchos años por parte de su tío y su primo.
El punto en común es que tanto las mujeres mitológicas, como la joven de Puebla, a falta de su voz ya sea por la indiferencia de los otros o por no contar con la capacidad para hacerlo, utilizaron su cuerpo como instrumento para dar a conocer los abusos de las que fueron víctimas. Para denunciar a su cuñado Tereo como su violador y secuestrador, Filomela en Las Metamorfosis de Ovidio utiliza sus manos para tejer con hilos blancos unas letras púrpuras. Io por su parte fue convertida en vaca con el fin de callarla, su pezuña sirvió de herramienta para escribir en la arena y comunicarle a su padre su transformación en animal.
En el caso de la víctima de nuestros días, antes de quitarse la vida escribió en su cuerpo las vejaciones de las que fue objeto, así como los nombres de sus violadores
“¿Por qué el pasado griego sigue siendo un resumen del presente?” se pregunta Lozano.
Ellas y otras autoras como Daniela Rea, Verónica Gerber, Margo Glantz, Jimena González, Yolanda Segura, Diana J. Torres y Sara Uribe escriben sus experiencias de ser mujer utilizando la herramienta política del lenguaje y crean un Tsunami donde nos enseñan la importancia de la creación de espacios y medios, como este libro, donde las voces sean verdaderamente escuchadas, donde la experiencia personal sea apreciada como una manera de influir en lo colectivo.
Ahora solo me queda reflexionar sobre este texto, sobre lo que acabo de escribir. En mi esfera, esa formada por mis amigas y por mi, y en cómo vamos construyendo paulatinamente «un lugar seguro», donde practicamos la escucha activa. Un círculo donde el afecto se ha hecho más fuerte. Esa fuerza, pienso, la da la profundidad a nuestros vínculos que parte de olvidarnos del protagonismo para estar receptivas a escuchar (confieso que no siempre lo logro y me esfuerzo por hacerlo de tal manera cada vez que tengo oportunidad) mediante la paciencia de prestar atención una y otra vez si es necesario, anhelando que al verbalizar la otra sane. De brindarnos el apoyo, el cuidado, de quitarnos la armadura, permitimos mostrarnos vulnerables la una con la otra para así identificarnos, reconocernos, conectarnos para expandir una genuina sororidad hacia las mujeres que estén dispuestas a ser hermanas.
La distancia no es impedimento.
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