«Hemos visto hombres y mujeres a los que el poder los hace perder la cabeza, que se dedican a mandar a sus semejantes. Estas personas, a menudo, desperdician las oportunidades que se les presentan de lograr una legítima seguridad y la felicidad del hogar”. DOCE PASOS Y DOCE TRADICIONES, P. 21
Muchos en Puebla nos preguntamos qué pasó por la cabeza de Javier López Zavala, cuando sin más ni más ordenó asesinar a la que fuera madre de su hijo.
Nos pareció tonto y hasta inverosímil pensar que un político experimentado, astuto como zorro, mañoso como priísta y sobre todo, acostumbrado a los reflectores, fuera tan ingenuo como para mandar a matar a una mujer de alto perfil, asistir a una fiesta y quedarse a vivir como si nada en la misma ciudad donde ocurrió el asesinato.
Viridiana Lozano reveló en su columna de Periódico Central que el mismo día de la muerte de Cecilia Monzón, López Zavala estuvo bailando en la boda del hijo menor de Lorenzo Rivera, en Chignahuapan, donde despertó los murmullos y atrajo las miradas de los asistentes. 16 días después fue capturado en La Libertad.
El mismo gobernador Miguel Barbosa se confesó sorprendido por la serie de descubrimientos que poco a poco le iba revelando el fiscal Gilberto Higuera, los cuales apuntaban a López Zavala. En su videoconferencia de prensa de este martes, el morenista expresó una alocución brillante sobre el poder y sus excesos que deberá pasar a la posteridad.
“Si hoy hicieron esto, ¿qué no habrán hecho cuando estuvieron en los cargos públicos? Pero vienen de esa época. De esa época en donde el poder servía para beneficiarse. No hablemos del poder como algo que afecta a todo hombre y a todo mujer en todo tiempo, no: esto es parte de una coyuntura. Si el que tiene el cargo más importante se pervierte, se descompone, todo lo de abajo se descompone“, dijo Barbosa entre muchas otras cosas.
Las palabras del mandatario entrañan un factor clave, “poder”, al que habría que agregar otro de igual importancia: “impunidad”. El propio presidente López Obrador ha reconocido en innumerables veces a lo largo de su carrera -antes y después de llegar a la presidencia -que es la corrupción, junto con la impunidad, el tumor cancerígeno que corroe a la sociedad en México.
De acuerdo con el índice de desempeño de procuradurías y fiscalías estatales que la organización Impunidad Cero elaboró en 2021, en nuestro país, alrededor de 99 por ciento de los delitos quedan impunes. El lector no necesitará más que sentido común para saber a qué clase económica pertenecen la mayor parte de las víctimas y, por el contrario, quiénes son los que más se han beneficiado de esa impunidad.
Sólo de esa manera se puede explicar que Zavala haya sido capturado en una mañana soleada, en plena vía pública, sin oponer resistencia, a escasos días de que se celebrara su fastuosa boda, para la que se había contratado una ostentosa mesa de regalos en Liverpool.
Es decir la impunidad total, el cinismo, la soberbia, la canallada.
El político del PRI (consta en imágenes que al menos hasta noviembre de 2021, López Zavala acudía a los eventos priístas para aplaudirle a “Alito” Moreno rodeado de toda la plana tricolor poblana) estaba pues intoxicado con la droga más adictiva que hay, aquella que pierde a generaciones de hombres y mujeres de toda índole: inteligentes, brillantes o con un futuro promisorio.
El exjefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera, reconoció en una entrevista de 2017 que el poder engolozina como una droga: una vez que lo pruebas quieres más y más, lo deseas, incluso cuando lo pierdes, con nostalgia lo añoras, haces todo por recuperarlo. Al igual que un virus, es imposible sacarlo de tu sistema, y para él no existe vacuna.
Y al igual que una droga, te hace perder la cabeza, adquieres un grado clínico de locura. ¡Sólo así se puede entender la falta de prudencia y la desfachatez del otrora poderoso hombre del marinismo!
Del mismo modo el poder, cual droga dura y alucinante, arrastra consigo no sólo a quienes enferman de él, sino lamentablemente también a sus familias y seres allegados. Pregúntenle si no me creen, a doña Margarita García de Marín o a Guadalupe Masciel Mani Romero, la prometida de Javier López Zavala.
Dicen que un adicto pasa a traer con su enfermedad a por lo menos siete personas alrededor suyo. En el caso de López Zavala, pienso irremediablemente en Cecilia Monzón, en Mani Romero y en el hijo que procreó con la abogada feminista asesinada, quien hoy se quedó simplemente sin madre ni padre.
Lamentablemente, a diferencia de otras drogas, para esta no existe rehabilitación.
¡Vivimos tiempos de agitación, vivimos tiempos interesantes!
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