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Del empoderamiento femenino

Columna Cuarto Propio

Terminaron las fiestas, esa época del año en la que todos disfrutamos de tiempo de calidad con nuestros seres queridos y degustamos deliciosos platillos calientitos, en una casa limpia y una mesa decorada al más puro estilo Pinterest. Poco después de la medianoche todos, vestidos con nuestras mejores galas, tomamos asiento alrededor de la mesa donde yacen ya listos los romeritos, el bacalao, el pavo, la ensalada… Los vapores de cada alimento inundan la habitación mientras salivamos en una espera que parece interminable.

Este hermoso retrato navideño habría sido imposible de no ser por aquellas mujeres que sacrificaron sus días de descanso para ir a buscar a los mercados los mejores precios para la materia prima de la cena, que se internaron por horas en la cocina con tal de preparar los tan codiciados chipotles capeados de los cuales solo les quedó el olor porque, no conforme con todo lo anterior, también son las encargadas de repartir los sagrados alimentos a la manada que devora sin miramientos hasta el último ayocote de sus platos. Mientras tanto los infalibles machos alfa degustan cada platillo, cuales críticos franceses, identificando si se pasó un poco de naranja, si le faltó algo de laurel, si mejor le hubieran puesto pasas en vez de nueces.

Total, que después de saciar su apetito, la familia continua la charla de sobremesa sin percatarse de que, mágicamente, los platos sucios han desaparecido de la mesa y de pronto, de la nada, ya también están limpios y escurriéndose para ser utilizados por aquellos a los que se les abre un huequito en la panza entre la borrachera y el baile. Entonces, las cocineras aprovechan esa pequeña pausa tras la cena para probar un poco de lo que prepararon con tanto empeño, todo sea por la unión familiar.

Esta dinámica que se repite cada Año Nuevo, cada Día de Reyes, cada 10 de Mayo, cada cumpleaños y cada festejo familiar que se antoje, ha sido afianzada y perpetuada por el empoderamiento femenino que, en algunas ocasiones, juega en nuestra contra. Esto no quiere decir que desprecie esta estrategia, aunque es evidente que las mujeres somos totalmente capaces de hacer lo que nos propongamos, tantos siglos de represión y de violencia han sembrado en nosotras una falsa expectativa de nuestras capacidades.

No necesitamos ser salvadas, no necesitamos que nos digan qué hacer, no necesitamos que nos mantengan, nos basta con nosotras mismas. Sin embargo, los vacíos que deja esta premisa abren paso a la irresponsabilidad de quienes interactúan con nosotras en lo público y en lo privado.

Más allá de dejar que la mujer se encargue de cocinar y de servir la comida “porque solo ella sabe cómo”, las personas machistas se aprovechan del empoderamiento femenino de distintas formas.

Tanto en entornos familiares como laborales es posible encontrar casos en los que exparejas se encargan de limitar o de esconder sus ingresos con tal de no hacerse cargo legalmente de los gastos de sus hijos, también se sabe de hombres que van de mujer en mujer contando las mismas historias para exprimirles cada centavo y cada gramo de autoestima y, finalmente, dejar más hijos abandonados.

Como resultado de lo anterior, encontramos muchas madres solteras que buscan uno, dos o más trabajos para poder cubrir los gastos de alimentación, vestido, vivienda, escuela y entretenimiento de uno o más hijos sin padre, a quienes también debe atender emocionalmente para que crezcan en un ambiente sano y que el dolor de la ausencia de su padre no les destruya tanto el amor propio.

Estas casi dos millones y medio de madres solteras que viven en México, a las que cínicamente les llaman luchonas, se enfrentan constantemente a los juicios de sus propias familias, de sus compañeros de trabajo, de la misma sociedad y hasta de los irresponsables padres de sus hijos, quienes aseguran que jamás les darían un peso con tal de que no mantengan a otro holgazán como ellos que se cruce en sus vidas.

Que si salen mucho, que si salen muy poco, que si no tienen suficiente dinero, que si no les dan suficiente tiempo a sus hijos, que si se ponen uñas, que si se pintan el cabello, que si no se arreglan… todo lo que hagan, a los ojos del mundo, está mal.

El empoderamiento femenino siempre será la base de la lucha feminista, todas nosotras tenemos el derecho de reconocer nuestras fortalezas, pero también nuestras necesidades porque, aunque podemos con todo, no es justo cargar con todo. El pleno conocimiento de nosotras mismas y, en específico, de estos aspectos, permitirá establecer límites sanos que contrarresten las actitudes machistas de aquellos que encubren su irresponsabilidad en nuestra mal entendida omnipotencia.

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