Ayer por la noche un par de sujetos intentaron asesinar al periodista Ciro Gómez Leyva, abierto crítico, principalmente, de las estrategias de gobierno de la 4T. El atentado contra el comunicador ha provocado que personajes de la política y de los medios de comunicación levanten la voz en apoyo solidario con la víctima, pero también en reproche contra el clima de violencia que invade México desde hace muchos años y que ha convertido la muerte de periodistas en un fenómeno cotidiano.
El reporte anual de la organización Reporteros Sin Fronteras (RSF) ha colocado por cuarto año consecutivo a México como el lugar más peligroso para que los periodistas ejerzan su labor, incluso por arriba de países como Ucrania y Siria que son consideradas zonas de conflicto por la guerra. Tan solo este año han sido 11 los comunicadores que han sido privados violentamente de su vida sin que las autoridades se hayan dado a la tarea de encontrar a los culpables o de establecer protocolos de atención y de protección para estas personas cuya labor ya es considerada de alto riesgo.
El atentado contra Gómez Leyva y la publicación del informe más reciente de RSF se dan en un ambiente de polarización promovido por el discurso del Gobierno Federal, que no ha perdido la oportunidad de arremeter cada mañana contra la labor periodística de aquellos que no están de acuerdo con sus políticas populistas. Esta confrontación contra la llamada “mafia del poder” no tendría mayor relevancia si las decisiones que se toman en Palacio Nacional no encontraran legitimación en el fanatismo lopezobradorista. Un fanático, según los diccionarios, se trata de una persona que defiende una creencia o una opinión con pasión exagerada y sin tomar en cuenta las creencias y opiniones de otros. Si tomamos en cuenta que la defensa del régimen actual se basa principalmente en el apoyo incondicional de sus feligreses, es evidente que toda postura planteada por el líder será sostenida y proclamada sin cuestionamiento.
Irónicamente, pese a que el partido en el poder se presentó como la verdadera transformación que México esperaba, el único cambio que ha logrado el movimiento de supuesta regeneración nacional es que, en contraste con los gobiernos anteriores, este régimen exhibe orgullosamente sus intenciones antidemocráticas al otorgar mayor poder a las fuerzas armadas, al cercenar a las instituciones encargadas de cultivar el librepensamiento y de defender la democracia y, por supuesto, al difundir y defender un discurso polarizante de odio contra todos aquellos que no comulgan con los ideales del cuatroteísmo.
Al más puro estilo de la crítica radical marxista, el Gobierno Federal afirma que ver los noticiarios de periodistas que están en contra de sus políticas puede generar “tumores” en la cabeza. Las conferencias matutinas se han convertido en un portal hacia tiempos pasados en los que los medios masivos eran la peor amenaza contra la autonomía de los individuos. “Es gente muy deshonesta, hay que seguir, hay que seguir informando, no dejarles libre el terreno, imagínense si nada más escucha uno a Ciro o a Loret de Mola o a Sarmiento”, declara el Presidente, como si la diversidad de voces no aportara nada a la discusión crítica de la gobernabilidad en un país.
Lo más terrible de esta situación es que el discurso contra la prensa disidente es un legado transgeneracional del cual ningún gobierno ha tenido intención alguna de deshacerse, principalmente porque atenta contra la legitimación de su ejercicio del poder. Sin embargo, es evidente que en la actualidad, el activismo lo ha puesto de relieve como una problemática relevante que amenaza de manera global la libertad de expresión pero, particular y más gravemente, a las personas dedicadas al periodismo, una labor ya no solo mal pagada sino castigada y reprimida por las verdaderas mafias del poder que aún rigen el país.
La persecución contra periodistas es un problema que se ha denunciado continuamente durante los últimos años. Comunicadores amenazados no solo por el crimen organizado sino por gobiernos que pretenden esconder su intención totalitarista a la luz de los reflectores, apoyados por otras voces a las que mantienen en la nómina secreta de su equipo de comunicación social. El atentado contra Ciro Gómez Leyva debería ser el último que sufriera cualquier periodista en este país. A partir de hoy, debería abandonarse el peligroso discurso que coloca a los comunicadores críticos como el enemigo a vencer porque, como dijo Ángela Merkel, la libertad de expresión encuentra sus límites cuando se propaga el odio y la dignidad de otra persona es violada, y, en México, ya hay cientos de víctimas cuyas voces han sido silenciadas violentamente.
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