Que a nadie le quede duda que la polarización en México ha sido una estrategia del gobierno actual, pero también es una medida muy cobarde que la flaca oposición ha retomado para justificar sus más bajas pasiones. En la contradicción de lo que esta situación implica, los adversarios o enemigos del presidente han comprado caro el valor de su derrota. Ante el fracaso de las políticas públicas de integración social de Morena, más clientelares y asistencialistas como nunca se había visto, se impone una doble moral tan rancia que de verdad la ya risible presencia del turismo revolucionario del PRD, el ínfimo papel institucional del PRI y las rabietas clasistas del PAN, han dejado de preocuparle en lo absoluto a los cuatroteístas. El fallido proyecto de nación tiene a sus críticos postrados en curules donde priva el fuego amigo y jamás la lucha conjunta por la democracia.
El costo político de esta polarización ha rebasado a cautos e incautos, luego de la tragedia que recientemente sacudió al país y en específico a la CDMX cuando dos vagones pertenecientes a la línea 3 del Metro colisionaron debido a la falta de mantenimiento y a la corrupción que lleva reinando en la Capital desde que la “Izquierda” tomó las riendas. Ni la jefa de Gobierno acepta su responsabilidad ni los presuntos boicoteadores del régimen reconocen que en esta nube negra el problema radica en el poder que tienen las descalificaciones y alegatos de AMLO para crear culpables e inocentes, buenos y malos. Ni la muerte de una joven en dicho acontecimiento ni los reclamos de un amplio sector de la ciudadanía han aplacado la perspectiva narcisista de la presidenciable. Porque es mejor seguir polarizando y qué mejor si se lleva a cabo, con sobrado cinismo, en el marco de las responsabilidades propias. Todos los sucesores del señor de Macuspana aprendieron el discurso de la confrontación; es parte de la cultural porril y miserable de quienes hablan de justicia y paz social, pero por otro lado hacen negocio con la división y la empatía de la gente.
¿Qué sigue después de lo ocurrido en el Metro? Ahora los trenes que chocarán inevitablemente serán los del pasado con los del futuro inmediato. Un futuro incierto del que no se vislumbra con claridad si los acuerdos democráticos encontrarán cauce, pues bajo el clima de violencia e inestabilidad económica que se vive, el presidente se sigue riendo a carcajadas, mientras los demás observan dentro de la fiesta del desamparo, cómo se cae a pedazos el Estado de Derecho, porque para Andrés Manuel es más importante la demagogia colectiva, insolente y fanática, que el análisis del individuo pensante. Sheinbaum representa a esa “masa” podrida de resentimiento, la cual desprecia a los que sí respetan y aman la libertad intelectual que crece en la conversación pese a las diferencias. Pero esto no lo ha entendido puesto que la polarización es un trayecto casi divino en su gobierno, del que por cierto, nadie debe perderse o descarrilarse.