Hoy, ocho de marzo, es importante reconocer los avances que el feminismo ha logrado para todas las mujeres, incluso para aquellas que lo rechazan, lo ignoran o aún no lo entienden. Sin embargo, es todavía más relevante seguir escribiendo, nombrando, recordando, visibilizando y marchando por todo lo que falta para lograr una sociedad de mujeres libres de violencia, con igualdad de oportunidades, así como de plena decisión para elegir sobre sus cuerpos y su futuro.
Dentro de los temas de lucha del feminismo, se encuentra el aborto, un tema tabú que provoca diferentes reacciones, mayoritariamente de rechazo y escarnio público basados en la moral, impuesta históricamente, como bien sabemos, por las religiones judeocristianas que hemos heredado, criminalizando a las mujeres que lo practican, no solo social,sino legalmente. La decisión sobre nuestros cuerpos en cuanto a la interrupción voluntaria del embarazo está condicionada por la ley y la moralidad, excusada bajo el supuesto carácter científico, los cuales determinan cuándo estamos “asesinando” y cuándo no.
Es así como Annie Ernaux, realizando una “etnología de sí misma”, en su libro “El Acontecimiento” visibiliza esta problemática, vigente en varios países como en los de Latinoamérica y evidencia el contexto social, cultural y político de las mujeres que deciden voluntariamente poner fin a su gestación. La ganadora del Premio Nobel 2022, narra el proceso crudo y doloroso experimentado a los 23 años al descubrirse embarazada de un chico con quien mantenía una relación intermitente, mientras estudiaba la Universidad.
Lo que estaba creciendo en ella la hacía sentir una especie de fracaso social pues era la única en su familia en cursar estudios superiores debido a su condición económica carente, la cual naturalmente no quería seguir padeciendo. Por lo tanto decidió abortar.
Si bien este acto no le parecía algo fácil, la idea en sí, no le causaba prejuicio pues desde la adolescencia se familiarizó con relatos sobre el aborto, aún siendo secretos a voces, ya sea de la literatura o de las mujeres a su alrededor. Sabía de la existencia de diferentes métodos para practicarlo y el hecho de que muchas mujeres lo hubieran realizado antes, le daba firmeza en su decisión.
Sin embargo, la conmoción de Ernaux sobre este acontecimiento fue la de interrumpir su embarazo de manera clandestina. Lo cual, según el ordenamiento jurídico, la convertía en delincuente, infringía la ley y por consiguiente debía ser acreedora a una pena. Sumado a esto, todavía debía afrontar emocional y psicológicamente un entorno de reprobación social y violencia médica.
En este libro la autora relata cómo al buscar información en libros sobre las prácticas para el cese del embarazo, éstos aunque de carácter científicos se encauzaban a incriminarlo. También cuenta la manera en que un médico le prescribió un medicamento para evitar abortos naturales, después de confesarle su intención de interrumpirlo. “Era imposible determinar si el aborto estaba prohibido porque estaba mal, o si estaba mal porque estaba prohibido. Se juzgaba con relación a la ley, no se juzgaba la ley”, nos dice.
El deseo de decidir sobre su cuerpo e interrumpir su embarazo, la llevó a buscar una red de apoyo. Pero la ayuda de las personas a las cuales recurrió se difuminó con el rechazo, los impedimentos morales y abusos, aprovechándose de su vulnerabilidad. Aunque no todo fue oscuro, pues Annie encontró apoyos reales, circunstanciales, pero significativos en ese momento clave de su existencia, los cuales la hicieron sentir acompañada y menos abandonada por el mundo.
Para Annie, la única culpa que pudo haber sentido sobre esa experiencia fue la de no haber escrito nunca sobre ella, pues representaría una contribución en la invisibilización de la realidad de las mujeres en el mundo, así como de la dominación del patriarcado sobre sus derechos. Porque si de algo está segura es que esta experiencia vivida de principio a fin a través de su cuerpo, ocurrió para transformarse en escritura y vincularse con la experiencia de otras mujeres.
Por eso, este relato es muy valioso e indicado para cuestionar las leyes y el orden mundial, el cual provoca estas problemáticas sociales. Además de seguir hablando sobre la necesidad de reformas y politicas públicas para tener abortos seguros, legales y accesibles con instalaciones e indumentaria adecuada en toda Latinoamérica. Pues, como bien lo dice Amnistía Internacional: prohibir el aborto no lo impide, solo lo hace menos seguro. Es una realidad que no dejará de existir pese a las restricciones.
Las mujeres que optan por poner fin a su embarazo corren riesgos al practicarlos en contextos prohibidos y penalizados, pues en ocasiones se llevan a cabo bajo métodos inseguros, en instalaciones insalubres o con estándares médicos mínimos. La Organización Mundial de la Salud calcula que 25 millones de abortos inseguros tienen lugar cada año, la mayoría de ellos suceden en paises en vías de desarrollo, los cuales son la tercera causa habitual de muerte materna del mundo y más de 5 millones de mujeres sufren lesiones graves que podrían ser evitables.
Debemos entender que la decisión sobre nuestros cuerpos, de nuestra sexualidad y de reproducción solo nos compete a nosotras, por derecho humano, como seres autónomos. Y como dice la consigna: La maternidad será deseada, elegida, voluntaria, informada, colectiva o no será.
¡Seremos madres cuando lo queramos, no cuando nos obliguen!
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