Columnistas

La falacia del flojo

Compártelo en tus Redes Sociales

En un curso cualquiera, enfocado en la construcción de una perspectiva de respeto hacia los derechos humanos y la diversidad de género, destacan un par de preguntas del examen diagnóstico: “menciona tres derechos fundamentales del ser humano”, pasan por mi mente la libertad, el alimento, la salud… Siguiente pregunta “¿Por qué en México el descanso no se considera un derecho humano fundamental?” … Buena pregunta, mi mente empieza procesar miles de experiencias propias y ajenas que pudieran responder tal cuestionamiento.

Y es que México es un país que, entre sus contrastes, prioriza el movimiento, lo dinámico, todo lo que permite al país moverse hacia adelante, pero, eso sí, en línea recta para no perturbar las costumbres y las tradiciones que, aunque hayan perdido vigencia, siguen arraigadas. Entre tantas otras que vulneran los derechos humanos fundamentales de los mexicanos está la explotación laboral, solapada por la ideología del sacrificio que caracteriza al mexicano y arropada tanto por empresas como por instituciones gubernamentales que ven en sus trabajadores una fuente inagotable de energía.

Pero la falsa creencia de que el sacrificio es el único que puede darte grandes satisfacciones a futuro no llegó con el capitalismo, sino con la religión que le hizo creer a las masas dominadas que mientras más arduo trabajaran y mientras más se abandonaran a sí mismos en beneficio del “Señor”, más asegurado tendrían su lugar en el cielo. Mientras tanto, las iglesias y las monarquías se enriquecieron a costa de la vida de los obreros que pasaron de labrar tierras a operar máquinas en jornadas interminables de trabajo pesado sin obtener siquiera un salario que le permitiera cubrir sus necesidades más básicas.

En México, un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos muestra que el país ocupa el primer lugar en estrés laboral, seguido de Japón y Estados Unidos, debido a la cantidad de horas que se trabaja, un índice bajo de productividad y los pocos días de descanso que se otorgan a los empleados. Estas condiciones producen un entorno laboral tóxico que incrementa el estrés, la violencia y la adicción al trabajo, lo cual a su vez afecta al trabajador en su interacción social y familiar.

El esquema laboral mexicano no aporta las condiciones necesarias para que los empleados establezcan modos de vida saludables. Las jornadas de trabajo extenuantes aunadas a la ineficacia de las políticas de movilidad en el país, orillan a los trabajadores a alimentarse de lo más rápido y de lo más barato que encuentren en camino a cumplir con su jornada, mientras intenta cubrir sus horas de sueño en el asiento de algún microbús o, si no hay de otra, sosteniéndose de algún tubo de la unidad esperando que el chofer, también explotado por el dueño del transporte, no empiece una carrera mortal con sus compañeros de ruta para ganar más pasaje.

Según el Censo de Población y Vivienda 2020, en el 33% de los hogares mexicanos las mujeres son reconocidas como jefas de familia, lo cual implica que se enfrentan a doble jornada laboral pues, además de asistir a sus respectivos puestos de trabajo para desempeñar labores que le harán ganar algo de dinero para sobrevivir, deben volver a sus casas y hacerse cargo de lo que sus hijos y su casa demanden. Estas condiciones generan en los empleados trastornos físicos y psicológicos que también repercuten en la interacción con su entorno próximo.

Aun cuando herramientas como la NOM-035, que obliga a las empresas a atender los factores de riesgo psicosocial en el trabajo, han entrado en vigor para establecer mejores condiciones laborales para los trabajadores mexicanos, no existe una legislación que le de soporte. Pareciera incluso que, para nuestros legisladores, la salud física y psicológica de la fuerza económica del país queda en segundo término, supeditada al beneficio de los empleadores que ven a los empleados como piezas prescindibles y reemplazables de un sistema que, al menos para ellos, funciona a la perfección.

Lo anterior fue evidenciado por el diputado Ignacio Mier quien, a inicios de esta semana, en un ataque de lucidez tras el rechazo de su Jefe Supremo, se despojó del disfraz socialista que exige el morenismo y se plantó ante la Cámara para defender a los pobres empresarios textileros poblanos ante la amenaza de las Vacaciones Dignas. La propuesta que busca establecer 12 días de vacaciones al año en vez de 6 exigiría a los empleadores una reingeniería financiera que podría limitar sus ganancias, pero favorecería el bienestar de los trabajadores y su productividad.

Con las propuestas de Vacaciones Dignas parecía que México por fin daría un gran paso hacia la transformación de las condiciones laborales, de pronto la disminución de la jornada laboral y la legislación del teletrabajo se asomaban en el horizonte de posibilidades para generaciones futuras, sin embargo, la pseudoizquierda se encargó nuevamente de romper la burbuja de sus propios ideales socialistas. Mientras tanto, la falacia del flojo sigue retratando al mexicano que se rebela contra la explotación como un ser inservible y reemplazable porque, ante la crisis económica, la inflación y el desempleo, por uno que no se deje someter, habrá mil que sí se “pongan la camiseta” por unos cuantos pesos.

Ver más de «Cuarto propio»: Lo que no se ve, no existe