Columnistas

¿Cuándo habla el presidente con cultura?

portada cuarta ola omar kuri

Prácticamente nunca. Porque se ha impuesto como táctica de gobierno un estereotipo de presidente que deletrea como una forma de acercarse al vulgo, porque de esta manera los perros apagan la rabia y toman agua de su plato.

Porque sus vicios lingüísticos son más grandes que sus virtudes. Porque no sabe citar con el estilo que se busca en un político sensible, porque desconoce lo mínimo para referenciar con sensatez y retórica básica. Tal vez porque reprobó alguna asignatura relacionada con habilidades de la comunicación oral y escrita. Ni siquiera parafrasea con objetividad.

Sólo polariza, inventa, calumnia, practica la verborrea. Sus estrategias textuales se basan en el apócrifo, en el periodismo de ficción, en los resúmenes plagados de boberías que las plumas chayoteras escriben desde Palacio o gobernación.

No habla con cultura porque no sabe cómo estructurar ideas profundas, propias de un presidente de la República, de un demócrata a la altura de las circunstancias, porque sigue leyendo noticias de hace 40 años como si fuesen de ayer.

Ha omitido con alevosía los ejes de toda redacción y elocuencia: coherencia, cohesión y adecuación. Porque sus asesores son neófitos en temas culturales con mayúsculas. Porque a la gran mayoría de los marketineros del régimen les parece poco vendible un presidente que se exprese con soltura y conocimiento. Es mejor que parezca torpe, lerdo; un populista, casi un analfabeta funcional, así como lo son 75 millones de mexicanos, hayan o no votado por él.

De esa falsa ingenuidad que regentea el presidente en las mañaneras se alimenta su discurso maniqueo de la Historia, sus textos paupérrimos de sociología barata, su pésima capacidad para argumentar, aunque sea un poquito, sobre filosofía política. No es un hombre de izquierdas, es un político de pseudo izquierdas. Transitó por esa venia ideológica, pero la traicionó por su arcaico pragmatismo, por cierto, muy alejado de la modernidad actual, de los acuerdos globales, de la libertad intelectual.

Así, la Cultura es un enemigo para AMLO, porque lo pone en entredicho, porque lo desnuda como el personaje que es en verdad: un ignorante atrevido, un manipulador de ilusiones, un constrictor de verdades en favor de un fallido proyecto de nación. Piensa como los más recalcitrantes estalinistas trasnochados: que hasta el arte tiene que ponerse de tapete, que su investidura está por encima de cualquier “capricho” reflexivo.

Porque reproduce la vaguedad de “si no estás conmigo, estás contra mí”.  De este modo, cree que la literatura, la pintura, la escultura, el teatro, el cine o la arquitectura debieran estar al servicio de su imagen y disposición, porque él más que nadie representa su ya irrisoria cuarta transformación. Desea muy en el fondo que la bibliografía que sustenten sus políticas públicas provenga de sus libros, de sus devaneos cognitivos, de sus inexactos malabares clasistas y fascistoides.

La democracia está en peligro porque la Cultura es uno de los objetivos de AMLO para destruir el pasado, el presente y el futuro. Porque es un chamán, un charlatán, un homeópata de la popularidad.

Para dar el tiro de gracia a las libertades, cuenta con miles de fanáticos, entecados, malhumorados y resentidos que también creen que la conversación inteligente y las manifestaciones alejadas de su amo buscan apagar el mito de la igualdad. Porque primero está el mitómano y luego los pobres.    

     


Ver más de «Cuarta Ola»:


siguenosnews almanaque
keyboard_arrow_up