“La sucesión presidencial mexicana desata toda clase de afanes y codicias descomunales por muchas razones, pero sobre todo por una: hay demasiado poder de por medio”, se puede leer en la sinopsis del brillante libro La herencia: arqueología de la sucesión presidencial en México, a mí parecer su obra maestra, de Jorge Castañeda.

El excanciller en el sexenio foxista le da la voz a los cuatro expresidentes emanados del PRI antes citados, en una primera parte, para posteriormente concedérselas a los otros protagonistas: “los perdedores”, en esta trágica, oscura y pasional historia de disputas, intrigas y golpes de bajo de la mesa, en la que todo es posible, y hasta diría se vale, con tal de llegar a ser el elegido, y donde la muerte también puede llegar a ser parte importante de ese “todo se vale”, como sucedió en 1994 con el magnicidio de Luis Donaldo Colosio.
Hoy, la obra de Castañeda Gutman, que recopila las visiones, anécdotas y vivencias de la herencia del poder de Luis Echeverría, José López Portillo, Miguel de la Madrid y Carlos Salinas, está más viva que nunca, pues estamos a tan solo horas de conocer el nombre del o la que será la gran heredera de Andrés Manuel López Obrador.
El nombre ya lo sabemos todos, solo es cuestión de que hagan oficial a la ganadora de las más de 12 mil encuestas levantadas para cumplir con las reglas del método de selección de la que será a abanderada de Morena, quien le disputará a Xóchitl Gálvez el gobierno de la República.
El proceso sucesorio de AMLO, como se ha mencionado en este mismo espacio en entregas anteriores, ha roto con todos los manuales, reglas no escritas y protocolos de los presidentes en turno, desde lo más ortodoxos, hasta los más pragmáticos.
Como ningún otro, López Obrador no solo adelantó a la mitad de su sexenio su sucesión y dejó que todo el cuarto año de su gobierno –el que para muchos es el zenit del poder– sus “corcholatas” comenzaran con sus primeros esbozos electorales para que durante el quinto año la carrera presidencial estuviera en marcha y no en el último, como era una costumbre entre los dueños de la Silla del Águila.
Muy a su estilo personal de ver la política y su forma tan suigéneris de ejercer el poder, Andrés Manuel ha conducido un procesos sucesorio alejado de toda lógica y legalidad, ya que ha llevado a sus “corcholatas” a cometer todo tipo de violaciones a las leyes electorales de México, a pelearse de forma más que agresiva y a poner en riesgo la unidad de su partido político, Morena, el cual ha sido el movimiento político-social más importante del siglo, con tal de ser aquel gran fiduciario de la llamada Cuarta Transformación.
Sin embargo, el factor disruptivo y de ruptura al interior de Morena, papel que asumió desde el inicio de la interna para definir al candidato presidencial, que es Marcelo Ebrard luce para ser algo, que si bien estaba presupuestado, difícil de controlar y que hasta hoy sigue generando mucho ruido y malestar en el grupo más compacto de López Obrador.
Aunque muchos analistas políticos nacionales y periodistas de primer nivel han comparado la ruta de Ebrard Casaubon con la de Manuel Camacho por su similitudes actuales con la de la sucesión salinista de 1994, la realidad es que el excanciller –a diferencia del exsenador perredista fallecido quien no rompió de manera inmediata con el PRI, sino un año después luego de la elección de dicho año– no tiene planteada otro camino más que el de la ruptura con el Movimiento Regeneración Nacional una vez que se haga oficial el nombramiento de Claudia Sheinbaum como la candidata presidencial.
Y es que, el excanciller conoce mejor que nadie los riesgos y complicaciones en los que puede caer el proyecto sucesorio de la 4T si no se logra la unidad y comienzan las divisiones y rupturas en Morena, partido que jamás había estado expuesto a estas situaciones naturales del poder ni cuando AMLO fue por mucho tiempo el líder moral y gran referente nacional del PRD.
A diferencia de lo que sucedió con Camacho Solis, Salinas de Gortari y el PRI, Marcelo Ebrard sí tiene “la sartén por el mango” y puede alterar de manera notable los destinos de Morena rumbo al 2024, lo cual se puede comprobar con todos los ataques sistemáticos que sufrió en la interna recién concluida en la que fue objeto de diversas campañas negras orquestadas por sus propios compañeros de partido y plumas afines a Palacio Nacional.
Si bien Ebrard puede encarecer las negociaciones a tal grado de no solo exigir la presidencia del Senado y decenas de escaños, también un gran número de curules en la Cámara de Diputados y posiciones importantes en el próximo gabinete, las reales intenciones es descarrilar a Sheinbaum Pardo y rebelarse a López Obrador con todo lo que ello implica.
No por nada, Marcelo tiene a dos ‘Manueles’ como son grandes mentores y como sus referentes: Manuel Camacho Solis y Andrés Manuel López Obrador.
De uno aprendió que la disciplina partidista y la lealtad va antes que los anhelos personales y del otro que “terquear” en política y saber reconocer cuando las estadías partidistas son pasajeras tiene sus recompensas.
Ebrard puede y quiere romper a Morena.
La unidad del lopezobradorismo estará a prueba este miércoles y lo que resta del proceso electoral.
Lo que nunca le había pasado al partido de AMLO.
En cada sucesión presidencial, cuánta razón tiene Castañeda, hay demasiado poder de por medio.